O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana

Una gran realidad de todo lo que pasa a nivel mundial es que nos quieren tener controlados, a los vulnerables del planeta Tierra, porque la avaricia y la ambición y ansias de poder los tiene enfermos.

Noticias Generales06/04/2020
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Empezaré aclarando que no soy comunista. Los reaccionarios, ultraconservadores le tienen mucho terror a estos títulos y casi siempre, ante la falta de argumentos sólidos, terminan repitiendo y adjudicándonos calificativos que sólo han escuchado, pero que en la mayoría de los casos, desconocen su significado. Soy un demócrata con ideas republicanas.

Todo el mundo habla del libro “La riqueza de las naciones” de Adam Smith, el escocés que logró articular con sus ideas los pilares de la Economía Moderna que le dio paso al capitalismo moderno. Sin embargo, muy pocos hablan sobre el otro libro del mismo autor, “Teoría de los sentimientos morales”; que hace una crítica muy puntual a la conducta de la avaricia humana. Conociendo ya la historia desde la Secundaria, vemos que el prólogo de la misma tuvo su origen cuando el feudalismo fue sustituido por este nuevo modelo económico.Principios para arrancar el clima de manos del capitalismo salvaje

La configuración social de la “Teoría de los sentimientos morales” y “la armonía del mercado” de las riquezas de las naciones; es en sí una dicotomía que se concatena con la sociedad; todo ésto sin olvidar la famosa “mano invisible” que mueve ese mercado.

El 20 de enero del año 2009, Barack Obama es juramentado Presidente número 44 de Estados Unidos; recuerdo muy bien su discurso. Obama recibía un país en bancarrota, epicentro de una gran recesión mundial. He aquí un pequeño fragmento de su gran discurso: “Pero esta crisis nos ha recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede salirse de control, y que un país no puede prosperar durante mucho tiempo cuando solo favorece a los que ya son prósperos”.

Más que un discurso, fue una gran reflexión; el mercado había quedado a merced de los hombres que no tienen sentimientos morales, ni empatía por la humanidad; el mundo entero fue estremecido por el flagelo de la avaricia humana, y la economía mundial cayó de rodillas ante una dura recesión. La obsesión del oro negro, llevó a George W. Bush a invadir y a atacar Medio Oriente, la zona donde se encuentran las mayores reservas de petróleo.

El mundo jamás olvida el pretexto barato con el que justificaron la invasión a Irak: aseguraban que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva. La ONU, de forma deliberada, avaló la invasión. Sin embargo, en el 2010, Julian Assange, fundador de Wiki Leaks, reveló la verdad de lo sucedido y dejó al desnudo la colosal mentira tarifada que los medios de comunicación le habían contado y hecho creer al mundo.

En los archivos que se filtraron, se registraba la muerte de más de 100 mil personas, de las cuales el 70% eran civiles. Jamás olvidaré las palabras de Assange: “La primera víctima de la guerra es la verdad”. Ese 22 de octubre de 2010, se caía ante el mundo la muralla de la mentira tarifada.

En los últimos doscientos años, nos hemos consumido la energía fósil concentrada de nuestro planeta desde sus orígenes. La danza del capitalismo salvaje va dejando a su paso la destrucción acelerada de los recursos naturales del planeta, la explotación inhumana del hombre y la manipulación de la mente humana para que éste, de forma sistemática, se convirtiera en un rehén de las sociedades de consumo, y sin darse cuenta se convierta en el arma de su propia autodestrucción.

La nueva pandemia ha quitado el velo ilusionista y el maquillaje hipócrita de la Civilización. La Italia de Rómulo y Remo, de los Césares, de Marco Polo, de Leonardo Da Vinci, de Galileo Galilei, de Luciano Pavarotti, de Benito Mussolini, de Silvio Berlusconi, de Andrea Bocceli, de Roberto Baggio, de Paolo Maldini, de Gennaro Gattuso; la Italia que pagó el fichaje más caro de su historia por el portugués Cristiano Ronaldo, 122 millones de euros; sí, esa misma Italia tuvo que desconectar la respiración artificial de sus ancianos, para luego verlos morir.

Y que no pudo responder de la misma forma como cuando organizó el mundial de fútbol de Italia 90; porque su sistema de salud expiró en los brazos del capital privado, haciendo de la salud una mercancía. Lo mismo está sucediendo con España, un país que presume de una monarquía; que se ha convertido en un adorno costoso para un país que no tiene camas para atender a sus pacientes.

La pandemia ya llegó a la «gran nación del Norte»; pero en los 100 primeros días de gobierno, el Presidente número 45 de Estados Unidos, Donald J. Trump, ya había destruido el sistema de salud que había dejado su antecesor.

Las consecuencias ya se están sintiendo; los arrebatos de un líder que anda por el vecindario de la aldea global, ufanándose de su “hegemonía o supremacía” -así como se llama el libro de Noam Chomsky-, están llevando a la gran nación del Norte, como lo expresó hace unos días el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, «a que su democracia y economía estén amenazadas por un segundo periodo presidencial de Trump en la Casa Blanca”.

La crisis del coronavirus ha puesto en aprietos a Trump, ya que el haber minimizado esta pandemia le está pasando una factura en la economía, porque la Bolsa de Valores se ha desplomado en estas dos últimas semanas, y existe un alto riesgo de que la factura se extienda al mes de noviembre, en las elecciones.

La pandemia le quitó el antifaz al modelo económico de las naciones más poderosas del planeta (Estados Unidos y China), y en el caso de Italia y España, ambos países miembros de la OTAN, que maneja un presupuesto de casi dos mil millardos de dólares, se vieron como los más pobres del barrio, que fingían ser ricos, pero no tenían ni donde caerse muertos.

La realidad ha quitado el efecto de la anestesia del capitalismo salvaje; y ha puesto sus cartas sobre la mesa. Ha llegado la hora de replantear y de humanizar este modelo económico; y hacernos el siguiente planteamiento: O muere el capitalismo salvaje, o muere la civilización humana.

Como decía Albert Einstein, “locura es hacer lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados diferentes”.

No podemos seguir viviendo en un planeta donde más del 80% de la riqueza está concentrada en el 1% de la población. Me resisto a defender con mi silencio un indefendible y despiadado statu quo que concentra la riqueza de nuestros recursos naturales y medios de producción en pocas manos, capaces de derramar sangre inocente por mantener intacto ese statu quo.

No puedo defender este statu quo que privatiza el agua, la salud, la educación, el viento, el sol. Derechos Humanos universales que se han convertido en mercancías, que se encuentran solo al alcance de una minoría rapaz, voraz e insaciable, mientras las grandes mayorías invisibles solo participan en los procesos electorales, disfrazados de democracia.

Fuente: Radio filosofía del Uruguay

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