Hidrógeno verde, el nuevo negocio de la industria fósil

El súbito interés por el hidrógeno que muestra Europa tiene sin duda mucho que ver con la necesidad de Alemania de importar grandes cantidades de este combustible debido a las dificultades previstas para mantener los niveles de producción y consumo de su economía

Energía renovable 15/01/2021
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En concreto, el proyecto estrella es construir una central hidroeléctrica en el río Inga, República Democrática del Congo, aprovechando el enorme potencial energético del país, central que produciría hidrógeno por electrólisis que luego sería exportado a Europa. Por descontado, este gigantesco proyecto no es en absoluto beneficioso para la población local; por mucho que el comisionado del gobierno alemán para África Günter Nooke haya descrito el plan como una estrategia en la que todos ganan, pues en ella se unen “la política contra el cambio climático, la industrialización de África y las buenas intenciones con China y EEUU”, en el propio parlamento alemán ya se han alzado voces que califican el proyecto de ‘catastrófico’ y de ‘amenaza para las comunidades y los ecosistemas de la zona’. En efecto, la energía producida no beneficiará al país, sino que se exportará, como hemos dicho. Como de costumbre, la sombra de la corrupción planea sobre el proyecto, al igual que el elevado daño a la biodiversidad y a los ecosistemas locales que conllevará. Pensemos que estamos hablando de inundar millares de hectáreas de bosque.

Es un proyecto que, ante todo, recuerda poderosamente al expolio del continente africano por parte de las potencias europeas en tiempos no precisamente lejanos. Poco importa el daño causado, corrupción o la violación de los derechos humanos; lo que cuenta es el abastecimiento de materias primas -papel asignado al Congo a lo largo de toda su historia reciente- para que la máquina continúe a todo ritmo.

Sólo Sudamérica y especialmente África poseen el potencial suficiente para la generación hidroeléctrica, así que para la industria fósil bien merece la pena aprovecharlo aunque sea con grandes pérdidas. Pero el transporte es un problema, pues el barco no es buena opción: es muy lento y, con pérdidas diarias del 2 o el 3%, la carga llegaría a su destino muy menguada. El tren supliría ese problema, al ser un medio de transporte eficiente y mucho más rápido. Además, África ya cuenta con una extensa red ferroviaria que se podría aprovechar, aunque esté aún sin electrificar. Por eso la insistencia en el tren de hidrógeno y, por eso Antonio Turiel recalca que “toda esta historia tan moderna del tren del hidrógeno en realidad camufla una historia mucho más antigua (y oscura): el colonialismo, en este caso energético. Vamos a ir a África para arrebatarles sus últimos recursos, los renovables”. Se ha mencionado en muchas ocasiones que el continente africano sufre la ‘maldición de los recursos’, pero es un concepto que jamás será aplicado a Noruega o Estados Unidos. Por eso es obligatorio aquí recuperar las palabras del activista Edmund Morel: “no olviden que este negocio atroz, que ha existido durante años, es conocido por todos los ministerios de exteriores europeos, y que no se ha hecho nada efectivo al respecto para pararlo […] El negocio del Congo es único en la historia del mundo. Es una gran expedición de piratas”.

Planificación y transición

Dejando de lado esta nueva expedición de piratas, conviene tener presente que contemplar la relación entre los distintos componentes del sistema energético y la biosfera requiere una fuerte planificación, empezando por delimitar dónde se va a implantar la sustitución tecnológica y qué usos son viables en esta transición ecológica. Ahora son las grandes compañías del sector quienes determinan dónde y con qué fines se instala una energía u otra. Enagás o Repsol ya están en disposición de recibir los millones de euros que les van a llegar para mantener sus sectores y barnizarse un poco de verde. Una vez, más dinero público sin condiciones, sin exigencias de viabilidad ecológica, sin estudio de impactos, sin requerimientos de sostenibilidad.

De nuevo, la ciudadanía va a financiar las inversiones del oligopolio energético, que lleva años recibiendo dinero del Estado. No sólo es importante reclamar la cancelación de las partidas correspondientes, sino exigir una mayor descentralización de las tecnologías renovables, así como el control ciudadano de la gestión de la energía. Una transición energética que no ordene los usos y las tecnologías termina beneficiando a un sistema depredador encantado con la falta de regulación y la maximización de beneficios. La jerarquía de usos es necesaria, como demuestra el caso del coche eléctrico, claramente insostenible por tratarse de un sector en el que confluyen muchos tipos de tecnologías y grandes requerimientos energéticos. Debemos, por tanto, calcular la energía disponible con la que contamos y sobre qué tecnologías hay que actuar con prioridad.

Precisamente por esto, en lugar de apostar por tecnologías no probadas como la captura y almacenamiento de carbono o el hidrógeno verde, que no se puede entregar de manera sostenible en las cantidades necesarias, el grupo Ecologistas en Acción ha llamado recientemente la atención sobre la necesidad de planificar una eliminación gradual de todos los combustibles fósiles y su infraestructura, anteponiendo a las comunidades y a l@s trabajador@s a los beneficios de las grandes empresas. Los proyectos a gran escala, como los megadesarrollos solares en el Sáhara o la presa Inga en la República Democrática del Congo, sirven para satisfacer las demandas de l@s consumidor@s europe@s sin cuestionar las necesidades energéticas de esas comunidades, los costes sociales o ambientales, ni la carga de la deuda que pueden generar los esquemas financieros multimillonarios. El modelo del hidrógeno, palabras del Corporate Europe Institute, “solo profundizará la dependencia de Europa de la importación de fuentes de energía de fuera de las fronteras europeas, ya sea gas fósil o energía renovable a gran escala”.

El papel de España

Hemos visto la respuesta de la Unión Europea ante la caída inminente de la producción de petróleo: no cambiar nada y seguir esquilmando el Sur Global. Ahora bien, ¿Cuál es el papel de España en todo esto?

Por sus excedentes eléctricos, nuestro país es muy importante para la causa mientras no empiece a llegar el hidrógeno del Congo. Pese a que sería más barato, fácil de mantener y con menor impacto ambiental electrificar la mayoría de la vía férrea que falta (en torno a un 35%), vamos a albergar cuatro plantas de hidrólisis de aquí a 2030. Nuestras compañías eléctricas también consideran el Green New Deal europeo como muy beneficioso, de ahí el apoyo al hidrógeno verde, que encarecerá el precio de la electricidad y aumentará los márgenes de ganancia. Pero como afirma Antonio Turiel, “para el resto de empresas en España y para el conjunto de sus ciudadanos, la apuesta de todo al hidrógeno verde es ruinosa, al menos planteada a esta escala y con esta intención”. En vez de “hacer seguidismo de unas políticas europeas que, como siempre, nos ven como un recurso a explotar a su conveniencia -mientras nos acusan de vagos e incompetentes”, quizá habría que plantar cara y decidir nuestra política energética en base al interés nacional. Vamos camino de ser una colonia energética de nuestros vecinos del norte a costa de arruinar nuestra economía, en lugar de “reafirmar nuestro derecho a gestionar nuestro destino a nuestra conveniencia”. He aquí la cuestión.

Fuente: Menos es Mas Mallorca (.wordpress.com)

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