Ecología en la Biblia: ni producción destructiva ni idolatría naturista

Arbolado03/09/2019 Fuente: Infobae
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En estas últimas décadas ha quedado claro que la contaminación, devastaciones forestales o eliminación de la capa de ozono, entre otra fenomenología ambiental, nos involucra a todos, vivamos en países que generen mayor o menor polución. Y esto es porque amenaza la supervivencia de la humanidad más que de la Tierra, porque otra vida micro o macroscópica muy probablemente nos sobreviva, pero la delicada condición ambiental para la humana difícilmente será la adecuada.
Públicas son sus causas, la desmesurada ambición materialista, la exacerbada e irresponsable manipulación del hombre sobre el medio, haciendo de la ciencia y tecnología esclavas de la licencia, aminorando instrumentarlas para lidiar con hambrunas, patologías u otras dolencias.
En este contexto, grandes personalidades como Arnold Toynbee y Lynn White Jr. responsabilizaron a la Biblia como fuente cultural de la tiranía humana sobre la naturaleza. Según ellos, debido al mandato del Génesis 1:28, "…llenen la tierra y sométanla; y dominen sobre los peces del mar y sobre las aves de los cielos, y sobre todo animal que se mueve sobre la tierra". Ahora, ¿otorga la Biblia una antojadiza summa potestas al hombre sobre el mundo?
Desde la lingüística, no existen vocablos bíblicos que denoten una condición de dueño con potestad absoluta, sino una adquisición en usufructo, tal como el hebreo ba'al "tenedor o habiente de". Aplicado a los animales, ba'alei jaim, "habientes de vida"; al arrendatario, ba'al ajuzá, "habientes de porcentuales"; el acaudalado, ba'al mamón, "habiente de riqueza" o a lo valioso, ba'al erej, "habiente de valor." Esto remite a la propia cosmovisión bíblica, donde Dios es el único dueño absoluto de su creación, mientras que el humano sólo posee la facultad de tenencia en usufructo, beneficio o utilidad transitoria. Este bíblico concepto es congruente con la ley de "Remisión o Condonación de Deudas" cada siete años, el sabático (Deuteronomio 15:1-2), renunciando así el acreedor a todo reembolso.

También la Ley del Jubileo, por la cual cada 49 años, se redime la tierra vendida denotando la no perpetuidad sobre el bien comprado, liberando además los esclavos bajo aquel mismo principio (Levítico 25:13-28). El denominador común aquí es el estatus del hombre como residente temporario en la creación, un tenedor transitorio y no su dueño, cuestión primariamente manifiesta en Génesis 2:15, Y tomó el Señor, Dios, al hombre, y lo puso en el jardín de Edén, para que lo labrase y lo cuidase. Con esto en mente, se observa una síntesis entre el imperativo de conquista y la tenencia transitoria, es decir, el poder del hombre ejercido sobre la naturaleza, pero con una grave e indelegable responsabilidad fiduciaria. Es por ello que en la homilética (Eclesiastés Rabá 7:13), Dios advierte al hombre …pon atención en no arruinar ni destruir mi mundo, que si lo arruinaras no habrá quien lo repare después de ti,… Así, contrariamente a Toynbee y White Jr. la Biblia faculta al hombre para la manipulación del medio, no con potestad absoluta sino en calidad de receptor de un comodato. El "conquistar" y "dominar", no signan entonces un despotismo humano para con la naturaleza, sino abrir espacios para residencia, labradíos u otros usufructos evitando que los animales salvajes lo devasten, y que los domésticos sean para labores en favor del hombre.
Incluso el precepto del Shabat, el cuarto mandamiento, proclamando trabajar seis días y descansar el séptimo, es obligatorio para todo quien more en la misma residencia, incluyendo los animales, prohibiendo toda transformación productiva de energía. Por ello, esta proscripción incluye prender fuego, cocinar, o cualquier otra labor que implicare aquella manipulación. Y esto vinculado al mencionado año sabático, debido al precepto de dejar la tierra en barbecho (Levítico 25:3-5), y cuyo fruto se comparte con todo trabajador o residente en la morada, incluyendo los animales.
Respecto de este medioambientalismo e igualdad interpares, Maimónides explica en su Guía de los Perplejos, que su finalidad es la conmiseración y la liberalidad hacia los hombres en general (Éxodo, 23:11), y la buena voluntad hacia los pobres, cancelando deudas y haciendo de la tierra un fondo inalienable, impidiendo venderla de manera absoluta (Levítico, 25:23), sino gozar de su solo usufructo.
Ahora, enfatizando en el proteccionismo animal, el Levítico 22:28 prohíbe matar en un mismo día a un animal y su cría; y el Deuteronomio 22:6-7 prohíbe tomar los huevos o la cría de un ave cuando la madre se encuentra presente, y menos aún tomarla conjuntamente con su cría, respetando el vínculo como seres vivientes. En este respecto, Maimónides afirma la igualdad del dolor experimentado por los animales y los humanos, no dependiendo de la razón sino de la facultad imaginativa captando formas sensibles mediante la percepción. Esto incluye el singular procedimiento bíblico de faena, por el cual si bien el alimento cárnico, el cual está incluso preceptuado para dichas circunstancias, exige la muerte del animal, la ley dictamina que muera de la manera más fácil, prohibiendo atormentarlo comiéndolo mientras viva (Génesis 9:3-5) o matar al cachorro ante los ojos de la madre. Estos preceptos, bajo el principio de evitar el sufrimiento de animales, obliga al hombre a socorrer todo animal aun perteneciendo a un malvado o enemigo, cuando aquel se encuentre en peligro o lesionado por sus labores (Éxodo 23:5). El Deuteronomio 22:10 prohíbe también arar con animales de diferentes especies bajo el mismo yugo, evitando perjudicar al más débil. Incluso en 25:4 prohíbe impedir al animal alimentarse de los frutos de la tierra cuando trabaje en labores relacionadas con el avituallamiento; así como también queda proscripta la caza deportiva.
Este proteccionismo abarca también al reino vegetal mediante el Deuteronomio 20:19-20, prohibiendo destruir árboles alimenticios para sitiar una ciudad o construir baluartes, obstaculizar manantiales, destruir herramientas, edificios, vestimentas o alimentos, desperdiciándolos, previniendo la devastación licenciosa y manteniendo un equilibrio responsable entre necesidades y recursos.
De manera similar, existen proscripciones para mezclar granos heterogéneos en un mismo sembradío o injertar árboles de distintas especies así como cruzar diferentes especies animales (Levítico 19:19), protegiendo la continuidad de aquellas frente a la producción de híbridos. Y respecto de la polución, el Deuteronomio 4:9 prescribe mantenerse saludable evitando así todo pesticida, hormona o químico considerado perjudicial, del mismo modo que cualquier práctica contaminante de los recursos naturales acuíferos, terrestres o atmosféricos.
Luego, contrariamente a Toynbee y White Jr., Richard Bauckham expresa que el hombre bíblico bajo la autoridad divina se asume indivisamente inserto en la naturaleza, en contraste con el tecnocrático hombre moderno que objetiva al mundo que lo rodea, se aparta e ilusoriamente cree no ser parte integral de su contexto. Dicha indiferencia no se subsana con fragmentarias normativas medioambientales, y por ello el carácter bíblico de las proscripciones contra la destrucción, sufrimiento y malgaste de recursos naturales, hacen mayor justicia no sólo al mundo sino al hombre, dado que siendo éste parte indivisa de aquél, su resguardo, es la mayor justicia para sí mismo.
Concluyendo, la Biblia establece un delicado equilibrio en el provecho de la naturaleza neutralizando las desmesuras producto del egocentrismo así como del neopaganismo naturista. Sacralizando la hacienda industriosa o bien la naturaleza, pasando de una idolatría a otra. Así, las demandas bíblicas advierten contra la destrucción medioambiental, pero también contra el ecologismo como religión pagana, evitando no sólo la destrucción del medio sino también la espiritual del ser humano.

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