Sembrar árboles no significa restaurar ecosistemas degradados

Así lo advirtieron varios expertos en el tercer encuentro del Foro Nacional Ambiental por los bosques. "La restauración requiere de la participación activa de la comunidad, mujeres e indígenas, al igual que una unión de los sectores ambiental, económico, social y científico".

Arbolado13/07/2020
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Actividades como la deforestación, la minería de oro, la extracción de minerales y de petróleo, causan certeros impactos ambientales en ecosistemas estratégicos tales como los bosques, selvas, humedales, ríos y sabanas inundables, una hecatombe biodiversa que tarda cientos de años en recuperarse.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), 33 por ciento de los suelos del planeta ya está degradado. Por su parte, de acuerdo con un estudio del Ideam y el Ministerio de Ambiente, más de 50 millones de hectáreas en Colombia (44,6 por ciento del territorio), presentan algún grado de probabilidad o amenaza por la degradación de suelos causada sólo por la salinización.

En los últimos 30 años, Colombia ha perdido más de 6,7 millones hectáreas de bosque por causa de la deforestación, un flagelo catalogado como la peor problemática ambiental en el territorio nacional y que afecta principalmente a los bosques húmedos tropicales de la Amazonia y el Pacífico, los mayores hervideros biodiversos del país.

Por su parte, el último informe del Ministerio de Minas y Energía, la Embajada de Estados Unidos en Colombia y la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), dice que en 2019 el país albergó 98.028 hectáreas con explotación de oro de aluvión, actividad que contamina suelos y agua con mercurio.

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Restaurar los ecosistemas afectados por estas actividades es un reto que aún parece lejano en Colombia. Por esta razón, el tercer encuentro del Foro Nacional Ambiental (FNA), llamado Bosques para la vida, reunió a varios expertos para debatir sobre qué avances presenta el país y cuáles le falta en cuanto a la restauración ecológica.

Manuel Rodríguez, presidente del FNA y primer ministro de Ambiente del país, indicó que la restauración tiene una larga historia en Colombia, un recorrido lleno de errores y aprendizajes que inició con la siembra de especies exóticas en los años 20 del siglos XX en lugares como los cerros orientales de Bogotá, que quedaron llenos de eucaliptos y pinos. 

“En los años 60, las corporaciones autónomas regionales iniciaron con programas en cuencas en áreas deforestadas con la siembra de especies exóticas. Como como en el embalse del Neusa, un proceso de rehabilitación con acacias, pinos y eucaliptos. Sin juzgar los resultados, esta reforestación se adelantó ante la ausencia de paquetes tecnológicos para hacerlo como se debía, es decir con especies nativas”, indicó Rodríguez.

En los años 70, el Inderena puso en marcha el programa integrado de protección de cuencas para desarrollar bosques con 129 comunidades, iniciativa que logró sembrar 10 millones de árboles. “En los 90, el Ministerio de Ambiente inició el llamado Plan Verde, dirigido a la restauración de los servicios ecosistémicos con las comunidad y logrando cubrir 140.000 hectáreas entre 1994 y 2006”, dijo el experto.

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Sin embargo, Rodríguez recalcó que el común denominador en los diferentes programas de restauración y reforestación son los resultados escasos y hasta inexistentes. “Nunca supimos si se protegieron los suelos o las aguas con esas acciones. Las evaluaciones y seguimientos son muy pocos, una de las mayores falencias de estos programas que debemos tener en cuenta hoy, cuando se propone formular un plan nacional forestal para los próximos años”.

No basta con sembrar

Manuel Guariguata, científico principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), dijo que restaurar no es plantar o sembrar árboles, una visión que ha evitado que las estrategias funcionen.

“La restauración va mucho más allá de plantar árboles. Después de plantar vienen décadas para la restauración, épocas en las que no se miden los resultados. En 2019, Etiopía plantó 350 millones de árboles en un día, un récord a nivel mundial de la socidad civil pero que no se sabe lo que pasará con esas siembras en los próximos 10 años”.

Otro ejemplo revelado por Guariguata fue la siembra de 1.200 hectáreas de manglares luego del tsunami de 2004 en Sri Lanka, “de las cuales hoy sólo sobreviven 200 hectáreas. 54 por ciento de los intentos de siembra resultaron un fracaso total, una acción en la que se invirtieron 13 millones de dólares. Esto no funcionó porque fueron plantados en sitios que no eran aptos”.

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Para el experto, plantar es solamente el comienzo de un proceso de toma de decisiones multidisciplinarias con varios actores de largo aliento. “El árbol es el eje conector, pero no lo es todo. Plantar es sencillo, pero ver qué objetivos se van o no a cumplir es lo que nos falta para la toma de decisiones, saber qué estamos ganando y perdiendo en cuanto a captura de carbono y mitigación del cambio climático”.

Guariguata plantea varios mensajes relacionados con la restauración ecológica, basados en que los árboles son importantes tanto para la conservación como la producción. “El primero es que una restauración con bajos niveles de participación local resulta a menudo en conflictos que socavan el éxito de la estrategia a mediano y largo plazo. Hay que desarrollar e invertir en la capacidad local para identificar las habilidades de liderazgo en las comunidades, no sólo tener un grupo de monitores que reporten las especies de árboles”.

La conservación debe ir de la mano con la restauración. “De nada sirve comprometer millones de hectáreas para restaurar cuando se está deforestando la misma o mayor cantidad. De los 47 países alineados con el Desafío de Bonn, una cuarta parte continúa deforestando y expandiendo la frontera agrícola. Para alcanzar las metas nacionales de restauración son necesarios cambios en las políticas de uso del suelo y expansión agroindustrial”, afirma.

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El científico indica que los países deben hacer hincapié en la selección de los sitios para las siembras. “Las plantaciones en las cuencas andinas consumen agua y reducen el suministro hídrico, mientras que plantar en suelos muy erosionados, sin materia orgánica o muy compactados, puede mejorar la infiltración del suelo y reducir la erosión. Es contraproducente plantar en cuencas que no tienen coberturas forestales nativas, como lo han hecho en páramos con especies foráneas”.

La seguridad en la tenencia y el acceso a la tierra también incide en la restauración ecológica. Según Guariguata, la mayoría de herramientas de planificación de restauración no contempla de manera explícita cómo evaluar estas acciones. “Es mucho más probable que la comunidad con seguridad en la tenencia de su propiedad emprenda acciones para restaurar”.

Mujeres y jóvenes

Elsa Matilde Escobar, especialista en conservación y uso sostenible de la biodiversidad e integrante del FNA, afirmó que es de suma importancia conocer la historia de la restauración y las diferentes metas planteadas a nivel mundial.

“De acuerdo con una evaluación global puede haber más de 2.000 millones de hectáreas degradadas y deforestadas en todo el mundo, lo que constituye una oportunidad para llevar a cabo la restauración. Por eso nace el Desafío de Bonn, que tenía como objetivo restaurar 150 millones de hectáreas degradadas para el año 2020, lo cual no se ha logrado, y al menos 350 millones de hectáreas para 2030”. 

El 5 de diciembre de 2105, varios países de América Latina anunciaron nuevos compromisos a través de la iniciativa 2020, consistente en un proceso de restauración para 27,7 millones de hectáreas, área similar a la extensión del Reino Unido. “Colombia hace parte de esta iniciativa, pero no sabemos qué va a pasar después de la pandemia porque las reuniones fueron canceladas”, anota Escobar.

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Para la ex directora de la Fundación Natura, la restauración ecológica pocas veces es vista como un motor de desarrollo local para impulsar los territorios. “La visión de emprendimiento y creación de empresas no han sido contempladas, mientras que la participación comunitaria no es una constante en la restauración. En raras ocasiones participan las mujeres y los jóvenes, lo que es fundamental en esta materia”.

Para Escobar, muchos piensan que la restauración consiste en la siembra masiva de árboles, algo que es tan sólo una arista en todo el proceso. “Hay una gran diferencia entre sembrar árboles y hacer restauración ecológica. Siempre nos preguntamos qué pasa después de esas sembratones, cómo les hacen seguimiento, dónde se hacen y quiénes son los responsables de monitorear las zonas”.

Sumando a esto, la experta indica que Colombia debe ver la restauración como una oportunidad que reúna a los sectores ambiental, económico, social, la innovación e investigación para el manejo de un territorio, “al igual que hacer énfasis en los servicios ecosistémicos y la mirada integral del paisaje”.

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La visión indígena

El país no cumple con el dicho del que peca y reza empata en materia ambiental, mencionó Carlos Rodríguez, director de la Fundación Tropenbos Colombia. “Deforestamos mucho más que lo propuesto en la meta de restauración de un año. Además, nos enfrentamos al gran desafío de la apropiación social de la restauración, que implica tanto la generación del conocimiento como las tradiciones de las comunidades indígenas".

Para Rodríguez, las comunidades indígenas son las que realmente cuidan la selva y los bosques, en especial los de la Amazonia, por lo cual deben ser las protagonistas en la restauración de los ecosistemas. “Los indígenas llevan más de 12.000 años cuidando la cobertura vegetal por medio del conocimiento del bosque, pero ninguno participa en las mesas o debates sobre restauración”.

Un solo indígena en la Amazonia puede repetir y recitar de memoria por lo menos 1.000 especies de árboles y hasta dibujar a la perfección 400 especies. “Ningún académico puede hacer eso. Además, los indígenas narran la historias y cuentos de cada árbol, tenemos mucho que aprender de ellos”, dice Rodríguez.

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El director de Tropenbos Colombia enfatiza que el país debe empezar a trabajar en una restauración productiva participativa, que abarca pensar en la tenencia del árbol y en una frontera productiva que incluya a los bosques y genere nuevas opciones. “Necesitamos un modelo económico forestal que incluya la restauración del bienestar local y ambiental, pero los mecanismos financieros no ayudan”.

Las líneas de créditos y pagos por servicios ambientales muchas veces terminan siendo desincentivos, indica Rodríguez. “Una restauración productiva participativa genera toda una economía del bosque en cuanto al uso y la conservación, y mucho más si se hace a nivel de vereda, en las juntas de acción comunal”.

Rodríguez concluye que las comunidades locales tienen el interés, capacidad y conocimiento para hacer restauración, pero tienen que funcionar como una autoridad ambiental y contar con mecanismos financieros. “Necesitamos hacer pedagogía de la restauración, es decir que los niños y jóvenes conozcan el bosque. Cada árbol debería contar con un niño para que lo cuide a largo plazo con el apoyo de las mujeres”.

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Meta del Gobierno

Rubén Guerrero, coordinador del grupo de gestión integral de bosques del Ministerio de Ambiente, informó que el Plan Nacional de Desarrollo 2018-2022 se trazó la meta de constituir en más de 700.000 hectáreas áreas bajo sistemas sostenibles de conservación, lo que incluye restauración, sistemas agroforestales y manejo forestal sostenible.

La meta de restauración es de 300.000 hectáreas, 224.500 en la Amazonia, 150.000 en los Santanderes, 23.000 en el Caribe, 13.300 en el Pacífico y 3.100 en el Eje Cafetero y Antioquia; que cuenta con un presupuesto de 1,7 billones de pesos.

“Esa restauración incluye a los 180 millones de árboles anunciados por el presidente Iván Duque en Davos, sembratones en las que tenemos en cuenta el mantenimiento, escogencia de los sitios, participación de las comunidades y la permanencia de los árboles. Contamos con muchos aliados, entre entidades territoriales y el sector privado, para lograr una adecuada siembra”.

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En el tercer encuentro por los bosques del Foro Nacional Ambiental, el vocero del Gobierno nacional informó que llevan más de 35 millones de árboles sembrados con el apoyo de diferentes aliados, pero no entró en detalles sobre los sitios y el estado actual de las siembras. 

Esta cifra indica que en los dos años que le quedan al actual Gobierno, aún le faltan 145 millones de árboles para cumplir la meta anunciada por el presidente Duque.

Clara Solano, directora de la Fundación Natura, recalcó que la promesa de los 180 millones de árboles debe incluir planes regionales y por ecosistema. “No podemos hablar de una meta general cuando no hay aproximaciones que den suficientes luces sobre las escalas ecosistémicas. Se necesitan proyectos pilotos por ecosistemas, que den el norte para hacer las intervenciones y generar escuela en los escenarios locales".

La bióloga considera necesario que el país migre de la reforestación a la restauración y piense en la función ecológica y los servicios ecosistémicos. “El país requiere desarrollar otro tipo de metas que no sean medidas en hectáreas y árboles sembrados. Hay que pensar en escalas locales, regionales, veredales y de microcuencas, lo que permite tener sostenibilidad y gobernabilidad”.

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Un rezago profundo en el país es la restauración de las zonas afectadas por la extracción de oro, actividad que Solano cataloga como uno de los pasivos ambientales más grandes en Colombia. “Es uno de los temas más abandonados, al igual que la construcción de una base de datos de los viveros que producen especies nativas; no podemos pensar en sembrar árboles si no sabemos quién los produce. El rol de la mujer en los viveros debe potenciarse, ya que su capacidad para trabajar con las plantas es asombrosa”.

La directora de la Fundación Natura destacó como el mayor hito en la última década la creación del Plan Nacional de Restauración Ecológica, consolidado en 2014 y creado por varias organizaciones. Sin embargo, considera que falta una mayor atención por parte del Ministerio de Ambiente.

“Aunque el plan creó la mesa nacional de restauración, ésta carece de una gerencia u oficina técnica para que se haga sentir a nivel nacional, regional y local. Los mensajes siguen centralizados en Bogotá y hace más de un año que no se reúne la mesa. Es fundamental que el Ministerio de Ambiente le preste mayor atención al tema”.

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Muchas fallas

La meta de restaurar 300.000 hectáreas del actual Gobierno sólo representa el uno por ciento de las áreas susceptibles a ser restauradas en Colombia. Así lo reveló Lilia Roa, miembro de la Red Colombiana de Restauración Ecológica. “Esos números no representan nada comparados con la tasa de degradación y deforestación que tenemos, una realidad que es lamentable. La pérdida de 75.000 hectáreas en la Amazonia este año es desesperanzadora”.Para Roa, el hecho de que el país piense que sembrar es restaurar, es una muestra de la incapacidad para constituir por ejemplo un socioecosistema. “Todos fallamos en no ver a la restauración como un motor de desarrollo, como sí está catalogada la minería. Carecemos de una estrategia de territorio que repercuta en los ecosistemas degradados y permita reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida”.

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La tenencia en el país es confundir términos como restauración, reforestación, conservación y compensación. “Sabemos que son, pero los confundimos y no conocemos cuáles son las acciones concretas para cada uno. Además, en Colombia es imposible monitorear todas las zonas porque no hay presupuesto. Firmamos metas nacionales e internacionales que no vamos a lograr; pareciera que los diferentes acuerdos fueran la acción de restauración”, dice la experta.

Roa precisó que el país debe pensar en ecosistemas funcionales y no sólo en recuperar la cobertura vegetal. “Hay que pasar de proyectos puntuales de restauración a un programa macro que ofrezca trabajo, enseñe y capacite a las comunidades y construya un territorio en torno a la recuperación de los ecosistemas”.

Por último, la experta hace un llamado para reconocer los saberes locales de las comunidades, como los indígenas, la capacidad de autogestión local, y la participación de la mujer y los jóvenes. 

Fuente: Sostenibilidad.semana (.com)


 
 


 


 


 


 


 

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