Lo único que hay que pedirle a la Pachamama es perdón

Arbolado02/08/2019 Fuente: La Gaceta (Túcuman)
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Etiopía nos regaló una lección sobre cómo se homenajea a la Pachamama. Hace unos días, en el marco de un proyecto llamado Green Legacy Initiative (Iniciativa de Legado Verde), plantaron 350 millones de árboles en apenas 12 horas. Cientos de miles de voluntarios, repartidos en 1.000 zonas del país, pusieron manos a la obra y superaron un orgulloso récord que desde 2016 ostentaba India (habían plantado 50 millones de árboles en 24 horas). En Etiopía, como en otras vastas zonas de África, la degradación del medio ambiente parece imparable.

Las acciones transformadoras le caen mucho mejor a la Madre Tierra que los discursos. Hechos, no palabras, pide la Pachamama. Un episodio entrañable de la historia de la televisión argentina tiene como protagonistas a Roberto Goyeneche y a Jorge Donn (aquel bailarín argentino que conmovió al mundo con su interpretación del “Bolero”, de Ravel, en la película “Los unos y los otros”). “El Polaco” canta “Naranjo en flor”, Donn lo toma de la mano y el que no lagrimea frente al video de YouTube -ya superó las 400.000 visitas- tiene un adoquín en lugar del corazón. Al final, Donn pide silencio y arenga: “con esa energía que iban a gastar en el aplauso vayan y planten un árbol”. Después le estampa un beso descomunal y Goyeneche le dice: “sos un fenómeno”.

La celebración del 1 de agosto sigue funcionando en los Valles como imán para el turismo. En los grupos de WhatsApp, bien temprano aparece el clásico “kusilla, kusilla”. Y que nadie se olvide del té de ruda porque urge espantar “los males del invierno”. El NOA se rinde ante la Pachamama al punto de que en Jujuy se otorga asueto administrativo. En Purmamarca, el Presidente de la Nación y su esposa se arrodillan para dejar una ofrenda, un colorido spot de campaña al que se suma el matrimonio Morales.

 
Mientras, proliferan los “¡salud!” a lo ancho de la geografía comarcana. Folclore 2.0 en su máxima expresión. Y como en Tucumán nos damos el lujo de festejar por partida doble, porque tenemos Pachamama en verano y Pachamana en invierno, la confusión antropológica no es más que una nota al pie de página.

Pero, ¿qué festejamos?

Este es el momento en el que el arte, con su arrolladora contundencia, nos pone en nuestro lugar. La canción se llama “Ciego para la belleza”, es de un incombustible rockero escocés que responde al nombre de Fish, y algunos de sus pasajes dicen:

Los hielos retroceden, las montañas se exponen al sol/

la Tierra se cocina/gotas de lluvia preceden a las inundaciones.

Y huracanes con nombres de niños escriben nuestra historia./

Debimos haber hablado del clima con un poco más de seriedad/

nos mantuvieron ciegos los escépticos y su codicia.

Océanos se elevan, islas desaparecen/

Los cañones arden, los bosques son consumidos por las llamas./

En granjas desiertas las semillas se rehúsan a germinar./

Ya no puedo ver la belleza.

La pelea contra la degradación del medio ambiente es groseramente desigual. Mientras en Etiopía plantan millones de árboles, en cualquier otro rincón del mundo están desmontando un bosque completo. Como dice la canción de Fish, a medida que la belleza va desapareciendo nos quedamos ciegos, perdemos sensibilidad.

La tentación en estos casos pasa por el arrogante antropocentrismo que nos caracteriza como especie y motiva iniciativas del estilo “salvemos la Tierra”. Ninguno de nosotros va a salvar a la Tierra, por la sencilla razón de que la Tierra no necesita ser salvada. Es un ecosistema que funciona con sus propias reglas desde hace millones de años y así seguirá cuando la humanidad se haya extinguido. Para subsanar los desacoples que podamos producir en ese ecosistema el planeta empleará sus propios anticuerpos. Ya lo apuntó ese genio de la contracultura llamado George Carlin -citado en esta columna-: “si durante su larguísima vida la Tierra soportó terremotos, erupciones volcánicas, choques de placas tectónicas, movimiento de continentes, tormentas solares y magnéticas, reversiones de los polos; bombardeos de cometas, asteroides y meteoritos; glaciaciones, rayos cósmicos, inundaciones e incendios globales... ¿Nosotros creemos que unas bolsas de plástico y unas latas de aluminio van a hacer la diferencia?”

Más que un salvavidas, la Pachamama merece respeto, por el simple hecho de que respetando a la Madre Tierra nos respetamos a nosotros mismos y a la calidad de vida que construimos cada día. Respetar es cuidar y, cuando el mal está hecho, obrar en consecuencia para revertirlo. Para eso es necesario sacarse la venda de los ojos y empezar a encontrar la belleza perdida. De allí en adelante, el rango de acción es amplísimo. Vale tanto plantar un árbol como no tirar basura en cualquier parte o, hablando del bienvenido cambio de fisonomía del microcentro tucumano, evitar meterse con el auto en las calles semipeatonalizadas. Es un aporte valioso a la descontaminación del aire, ya demasiado vapuleado por los desechos industriales y ese olor fétido al que -peligrosamente- nos acostumbramos.

Entonces...

A principios del siglo XX, los bosques cubrían el 35% de la superficie de Etiopía. Hoy no llegan al 5%. Es un país con más de 100 millones de habitantes y con menos de la mitad del territorio de Argentina. El cambio climático está castigando con dureza a los etíopes. Algo intentan hacer al respecto. ¿Y por casa cómo andamos?

Las ancestrales ceremonias de celebración de la Pachamama proponen un doble sentido: agradecer los bienes recibidos y pedir que no falten en el período que se abre. Teniendo en cuenta lo mal que la tratamos, sería bueno que, por un buen tiempo, lo único que se le pida a la Madre Tierra es perdón. Perdón por tantas faltas de respeto, por tanta malicia, por tanta desidia, por tanta codicia, por ser víctima de lo peor de la condición humana: declararnos inmunes a la belleza y, por lo tanto, destruirla sin sufrir cargos de conciencia.

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