Puntapié inicial al primer tratado global para reducir la contaminación por plásticos

Casi 200 países, ONG y hasta compañías acordaron esta semana en Nairobi darse dos años para elaborar un acuerdo; estudios en la Argentina encontraron microplásticos hasta en el agua de red

Contaminaciones 07/03/2022
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Está en el aire, la tierra y los océanos, en los valles y en la cumbre de las montañas, también en el Ártico y en la Antártida. Lo ingieren las aves y los insectos. Y cuando se encuentra reducido a partículas pequeñísimas, también lo ingerimos nosotros, posiblemente con metales pesados o contaminantes adheridos que se incorporan a nuestras células de grasa. Se trata del plástico, ese material durable, flexible y que nos pareció tan útil que hoy está en casi todos los objetos que utilizamos, desde los producidos por la industria automovilística, hasta la tecnología médica, las telas, los juguetes, los utensilios de cocina…

Para controlar la superproducción y el uso de este material inerte, muy difícil de reciclar y no biodegradable, y en particular los plásticos de un solo uso, como envases de alimentos y bolsitas de supermercado, que se utilizan algunos segundos o minutos, esta semana casi 200 países, organizaciones no gubernamentales y compañías reunidos en Nairobi a instancias del Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente (UNEP, según sus siglas en inglés), dieron el puntapié inicial de lo que se considera una de las acciones ambientales más ambiciosas desde el Protocolo de Montreal de 1989 (que prohibió las sustancias que crearon el agujero de ozono) o el Pacto de París sobre cambio climático. El gobierno británico, que respaldó la iniciativa, la consideró “verdaderamente histórica”.

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El problema es tan grave que no respeta fronteras. “Un país por sí solo no puede resolverlo, no importa lo buenas que sean sus políticas. Necesitamos un acuerdo global que nos permita enfrentar este desafío”, le dijo a la BBC el profesor Steve Fletcher de la Universidad de Portsmouth, en el Reino Unido, y asesor del UNEP.

 Según los cálculos, se producen más de 380 millones de toneladas de plástico por año (el equivalente en peso a un millón de aviones Boeing 747 completamente cargados) y las tres cuartas partes se descartan. Un pequeño porcentaje se recicla, otro se incinera y el resto se desecha, acumulándose en vertederos, ríos y océanos, donde se degrada por la acción de la temperatura, el viento y la radiación ultravioleta, convirtiéndose en trocitos que invaden todos los hábitats.

“Estudios internacionales estiman que ingerimos el equivalente semanal a una tarjeta de crédito en microplásticos –dice Micaela Buteler, bióloga del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medio Ambiente de Bariloche–. Se encuentran en la sal, en la miel, en el agua… Y los que están en el ambiente pueden absorber metales pesados o contaminantes que, en teoría, quedan en las células de grasa”.

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La preocupación porque el plástico que descartamos está destruyendo habitats, dañando la vida silvestre, contaminando la cadena alimentaria y hasta el agua que tomamos es creciente. En 1980 se descubrió que existen en el mar unas zonas de convergencia llamadas “giros”, cuenta Buteler, donde se acumula la basura, que confluye en esos lugares como consecuencia de los vientos y de las corrientes marinas. A esas zonas se las solía llamar “islas de plástico”; pero ahora son más conocidas como “sopas de plástico”, ya que en muestras de agua se encontró que los microplásticos son el tipo de residuo más abundante. Se estima que el plástico constituye entre el 60% y el 80% de los residuos marinos. Pero un estudio reciente determinó que la superficie del mar en el giro del Pacifico norte contiene más plástico (principalmente polietileno y polipropileno) que desechos flotantes de origen natural.

De acuerdo con el Censo Provincial de Basura Costera 2021, más del 80% de la basura encontrada en las playas bonaerenses son plásticos. “Sean macro o microplásticos, ya forman parte de todos los ambientes naturales y del alimento de muchas especies, incluidos los seres humanos. La disminución de la producción de embalajes y los de un solo uso, la compra consciente, y un sistema eficaz de disposición final y recuperación todavía están pendientes”, destaca Verónica García, especialista en Ecosistemas Marinos y Pesca Sustentable de la Fundación Vida Silvestre Argentina.

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Estudios realizados en el país por el grupo de Buteler mostraron que incluso en aguas aparentemente puras, como las de los lagos de la Patagonia, había  microfibras, principalmente textiles, de 0,1 o 0,2 milímetros, y de 0,02 milímetros de espesor. “La hipótesis es que vienen de los efluentes de las plantas de tratamiento, de  los lavarropas –explica la investigadora–. Tomamos muestras de agua superficial y está muy limpia; sin embargo están presentes estas microfibras, incluso en lagos remotos.  Están en todas las que analizamos, también en el agua de red (puede haber hasta 15.000 partículas en un litro). Ya no importa si uno va a la Antártida, al Ártico… es lo mismo”.

El grupo que lidera Buteler tiene dos líneas de investigación. Una es verificar la cantidad de microplásticos que hay en los cuerpos de agua y en el agua de red, y la otra, analizar sus efectos en animales. “Como me dedico a insectos,  tomamos como modelo las abejas, que además de ofrecer servicios específicos, como la miel, son un bioindicador”.

Lo que encontraron es que estas partículas no tienen una toxicidad aguda, como los insecticidas. O sea, no causan una mortalidad inmediata, pero sí se vio que producen efectos subletales, por ejemplo en la microbiota. “Las vuelve más susceptibles a otras enfermedades –comenta–. Sabemos que no los evitan, porque no los detectan o no les importa que estén en el agua. Causan efectos en el comportamiento: si algo tiene muchos microplásticos, las abejas lo van a consumir de manera más lenta. Lleva a pensar que en los humanos tampoco serían inocuos”.

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El plástico es un polímero sintético simple formado por pequeñas moléculas unidas en una formación repetitiva. Es extremadamente versátil, con propiedades que van desde resistencia a la corrosión, peso ligero, transparencia, hasta flexibilidad y durabilidad. Por su practicidad, fue reemplazando al acero en los autos, al papel y al vidrio en los embalajes, a la lana y al algodón en la ropa, y a la madera en muebles, cuenta Buteler.

El gran problema es que no se biodegrada (no se transforma en materia orgánica), sino que se va fragmentando y la mayor parte persiste en el ambiente. Para hacerse una idea de las dimensiones de este desafío, baste con mencionar que desde que comenzó a comercializarse, en el siglo pasado, hasta ahora, se produjeron 7,8 mil millones de toneladas. Esto significa que hoy existe en el mundo la cifra inimaginable de una tonelada de plástico por persona. En la Argentina, de las más de 2.7 millones toneladas de residuos plásticos que se generan al año, solo el 5% se recicla. Y como si esto fuera poco, no es inerte. En su manufactura incorpora aditivos que pueden liberarse al ambiente. Por ejemplo, se reportó que al calentar un recipiente de plástico con agua a 40°C, parte de estos se transfieren al agua.

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Según un estudio histórico de 2017 publicado en la revista Science Advances, el plástico de un solo uso representa alrededor del 40% de toda la producción. Por eso, en la actualidad se insiste en que es necesaria una economía circular; es decir,  erradicar todo lo que sea de un solo uso y que los plásticos que se generen puedan ser reciclados. Pero esto no es tan fácil llevarlo a la práctica. “Aunque existe el plástico biodegradable, fabricado a partir de plantas –explica la científica–, cuesta alrededor de tres veces más. En teoría, es verdad que mucho del plástico se puede reciclar, pero tiene que estar separado en sus diferentes tipos, y carecer de pintura y aditivos. Por otro lado,   a medida que se lo reconvierte, va bajando la calidad.  O sea que, para fabricar cualquier producto con el material reciclado, hay que agregarle sí o sí un porcentaje de plástico virgen para que la calidad no sea muy mala. Y como hay tan pocas plantas de tratamiento que se dedican a esto, los costos de traslado hacen que desde el punto de vista económico no ‘cierre’. Es un error común pensar que la mayoría de los plásticos se pueden reciclar muchas veces. Esta creencia nos llevó a justificar altas tasas de uso, pero en la práctica la mayoría solo se reciclan una o dos veces antes de ser finalmente incinerados o eliminados en vertederos”.

 Un estudio que dio a conocer hace algunas semanas la Fundación Vida Silvestre advierte que la contaminación oceánica por plástico podría cuadruplicarse para 2050, lo que nos acerca cada vez más a un umbral ecológicamente peligroso. Ahora, los gobiernos tendrán hasta 2024 para elaborar el tratado, acordar qué términos serán obligatorios y cómo financiarlo. Debería incluir reglas claras sobre cómo incentivar a las regulaciones, y penalizar productos y prácticas dañinas.   

No es una produccion propia, la fuente es El Destape Web (.com)

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