
La riqueza de sus tierras pone a un pueblo del archipiélago de las Molucas entre la espada y la pared
Cuando Jair Bolsonaro se trenzó con Emmanuel Macron por la ayuda económica del G7 para aplacar los incendios y la deforestación de la Amazonía invocó la soberanía. Soberanía sobre una fuente imprescindible de oxígeno, colosal sumidero de dióxido de carbono, que impacta en el clima mundial.
La selva amazónica, compartida por Brasil y otros ocho países, perdió más de un 20% de su terreno en las últimas seis décadas. Sólo en agosto hubo unos 31.000 focos de incendio, casi el triple que en el mismo mes de 2018. Arrasaron una superficie equivalente a 4,2 millones canchas de fútbol.
Bolsonaro apeló al orgullo nacional, culpó a los ambientalistas, amonestó a Macron por haber tratado a Brasil como “una colonia”, hasta que prohibió por poco tiempo las quemas a agricultores, ganaderos, madereros, mineros y petroleros que arrasan miles de hectáreas.
Su flexibilidad ante los incendios tiene relación con el apoyo electoral de sectores vinculados a la explotación primaria y llevó a fricciones con los gobiernos de Alemania y Noruega, además del francés.
Durante sus primeros ocho meses de gobierno, las quemas aumentaron un 80% respecto de igual período del año anterior.
“Nuestra casa está en llamas”, alertó Macron ¿Nuestra casa? El derecho internacional es ambiguo. Otorga a Brasil la autoridad para la explotación de la tierra y la responsabilidad de no perjudicar a otros países. A todos, en realidad.
El Acuerdo de París de 2015, del cual emigró Estados Unidos, supone el compromiso de más de 190 países de evitar el agotamiento de los acuíferos y la pérdida de biodiversidad y de fertilidad de las tierras por el efecto combinado del cambio climático y de la agricultura y la ganadería intensivas.
Entre 1970 y 2014, seis de cada 10 vertebrados terrestres desaparecieron de la Tierra. La cantidad de especies animales y vegetales en peligro no deja de crecer mientras el uso de carburantes fósiles en la producción y la movilidad acelera el calentamiento global.
También estuvieron en llamas Angola, el sur de la República Democrática del Congo, Zambia, Mozambique y Madagascar. Los incendios batieron récords en Siberia, Alaska, norte de Canadá y Groenlandia. Sequías y éxodos provocan guerras tribales en Mali, Nigeria, República Centroafricana y Burkina Faso, entre otros países de África.
Las zonas protegidas alcanzan el 15% del globo. Entre ellas, la selva tropical y sus territorios indígenas, pero en el 68% de su superficie hay proyectos de infraestructura y planes de inversión de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela y Colombia. Lo de la Amazonía lejos está de ser un asunto brasileño, como dice Bolsonaro, así como las emisiones contaminantes de China, Estados Unidos, India y Rusia. El fuego devora en segundos aquello que tarda uno o dos siglos en renacer.
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