Habitantes de Kenia y Tanzania cavaron más de 200 mil pozos, que reverdecieron 300 mil hectáreas
Los incendios marcaron el fin de la Australia que conocíamos
La crisis climática está forzando el país a nuevas formas de encarar el trabajo, el ocio y la vida. La pregunta es: ¿podrá la política acompañar este proceso?
Arbolado19/05/2020Marcos BachEn un país donde siempre hubo más espacio que personas, donde la tierra y la vida silvestre son atesoradas como un Picasso, la naturaleza se cierne peligrosamente. Impulsados por la crisis climática y la renuencia del mundo a enfrentarlo, los incendios que azotaron Australia no solo están destruyendo vidas o convirtiendo bosques tan grandes como naciones en cenicientos paisajes lunares.
También obligan a los australianos a imaginar una forma de vida completamente nueva. Una en la que el verano es temido. En la que los filtros de aire zumban en los hogares convertidos en búnkeres, donde los niños no tienen permitido salir. Donde el canto de los pájaros y el crujido de los marsupiales en los arbustos dan paso a un escalofriante silencio humeante.
“Estoy aquí frente a ustedes como una viajera de una nueva realidad, la de una Australia en llamas”, declaró Lynette Wallworth, cineasta australiana, frente a un grupo de ejecutivos internacionales y políticos en Davos, Suiza, el mes pasado. “Lo que se temía y alertaba ya no está en nuestro futuro, ya no es tema de debate. Está aquí”.
Fuimos testigos, añadió, de cómo la crisis climática desplegó sus alas.
Del mismo modo que los incendios, la metáfora permanece. Lo que muchos de nosotros vimos durante esta temporada de incendios se siente vivo, como una monstruosa fuerza creciente que amenaza con devorar lo que más apreciamos, en un continente que solo será más caluroso, seco e inflamable a medida que las temperaturas globales aumenten.
Es también un indicio de lo que podría pasarle a tu pueblo, ciudad o país más cercano.
En un lugar que suele asociarse con un optimismo distendido, la ansiedad y el trauma parecen estar echando raíces. Un reciente estudio del Instituto de Australia reveló que un 57 por ciento de los australianos fueron afectados directamente por los incendios forestales, o el humo que provocan.
Tras el anuncio que hicieron los funcionarios de Nueva Gales del Sur el 13 febrero de que las fuertes lluvias los habían ayudado finalmente a extinguir o controlar todos los incendios del Estado de esta temporada, el país parece estar reflexionando y preguntándose cuál es el siguiente paso.
La política, en el centro de la escena
La política es un punto central, uno que provoca frustración para la mayoría de los australianos. El gobierno conservador todavía minimiza el rol de la crisis climática, a pesar de las encuestas que revelan niveles alarmantes de indignación pública. Sin embargo, lo que está surgiendo en paralelo a la protesta pública podría llegar a ser más poderoso.
En entrevistas realizadas en las zonas de incendios desde septiembre, queda claro que los australianos están reconsiderando mucho más que la energía y las emisiones. Se están encontrando con nuevas formas de vivir. Están replanteando todo: vivienda, viajes de vacaciones, trabajo, ocio, comida y agua.
Si de esto no surge un gran cambio, estaremos condenados, afirmó Robyn Eckersley, politóloga de la Universidad de Melbourne que ha escrito ampliamente sobre políticas ambientales de todo el mundo. Esto lo cambia todo, o debería hacerlo.
Eckersley es una de las muchas personas para quienes la crisis climática pasó de ser un concepto distante y teórico a uno personal y emocional.
Antes de que los incendios alcanzaran su nivel máximo el mes pasado, Eckersley y yo solíamos conversar en términos distantes sobre Australia y las políticas de la crisis climática. La última vez que charlamos, mientras ella pasaba unos días en su casa de vacaciones al sudoeste de Melbourne, donde una neblina de humo rodeaba una playa cercana, me habló de un amigo que manejó hacia al sur desde Brisbane y pasó “por todos estos pueblos y granjas que no podía imaginar cómo iban a recuperarse”.
Australia, afirmó Eckersley, debe aceptar que ya no puede confiar en que las zonas más pobladas del país se mantendrán templadas. “Eso se traduce en grandes cambios en nuestras actividades y en el ritmo de nuestro trabajo y esparcimiento”, añadió.
Específicamente, afirmó, la economía necesita cambiar, y no solo alejarse de los combustibles fósiles, una de sus principales exportaciones, sino también de los cultivos que requieren de mucha agua como el arroz y el algodón.
Es probable que los reglamentos de construcción también se vuelvan más estrictos, afirmó Eckersley. Ya existen señales de un interés creciente en diseños que ofrecen protección contra incendios forestales, y las entidades reguladoras están analizando si las propiedades comerciales también necesitan mejorar su infraestructura a prueba de incendios.
Sin embargo, los cambios más grandes quizá no sean estructurales sino culturales.
La crisis climática amenaza grandes pilares de la identidad australiana: una vida al aire libre, un papel internacional activo y un énfasis en el igualitarismo que, de acuerdo con algunos historiadores, está arraigado en los asentamientos penitenciarios de Australia.
Desde que comenzaron los incendios, decenas de millones de hectáreas han sido incineradas en áreas que están profundamente conectadas con la psique nacional. Si eres estadounidense, imagina al cabo Cod, la península superior de Michigan, Sierra Nevada y la costa del Pacífico en California, reunidos en un solo lugar, y reducidos a cenizas.
Es difícil superar el temor a la naturaleza feroz. Todavía hay incendios al sur y al oeste de Nueva Gales del Sur y, para muchos, la fuerte lluvia cerca de Sydney se sintió tan apocalíptica como los infiernos que extinguieron las tormentas. Algunas zonas llegaron a tener más de 600 milímetros de agua, que desbordó ríos y resecó tierras endurecidas por años de sequía.
El mes pasado, en Cobargo, un pequeño pueblo lechero a seis horas en auto de Sydney, esperé en silencio el inicio de un funeral al aire libre de un padre y un hijo que habían muerto en los incendios, unas pocas semanas atrás. Cuando el viento comenzó a arreciar, todos los que me rodeaban voltearon a ver un incendio que ardía a menos de 1,6 kilómetros.
“Esto no terminó”, dijo un anciano que llevaba un sombrero vaquero.
David Bowman, climatólogo de Tasmania que escribió un artículo que se hizo viral en el que solicitaba la eliminación de las vacaciones escolares de verano, afirmó que la experiencia de Australia podría ayudar al mundo a entender el grado al que la crisis climática puede reorganizar nuestro estilo de vida.
“No puedes fingir que esto es sostenible”, afirmó. “Si eso es cierto, tendrás que hacer algo distinto”.
El humo podría ser un mayor catalizador que las llamas. Durante la mayor parte del verano, una neblina de hollín sofocó Sydney, Melbourne y Canberra. El año pasado, tan solo en Sydney, hubo 81 días con una calidad de aire baja, muy baja o peligrosa, un período más largo que en los 10 años previos combinados. Y hasta la llegada de las lluvias recientes, el olor a humo solía regresar constantemente.
Mike Cannon-Brookes, el multimillonario del sector tecnológico más famoso de Australia, lo denominó parte de un despertar más amplio.
“Está haciendo realidad la visceralidad de lo que la ciencia y los científicos nos han estado diciendo que va a suceder”, dijo.
Cannon-Brookes afirma que Australia podría aprovechar la oportunidad para convertirse en líder de la innovación climática. Wallworth, la cineasta, respalda esa idea: ¿qué tal si los líderes del país no huyeran del problema de la crisis climática, sino que más bien aprovecharan el deseo que tiene el país de actuar?
“Si tan solo nuestros líderes nos convocaran para decir: ‘Miren, este es un momento decisivo para nosotros. El mundo natural de Australia, nuestra catedral, está en llamas. Nuestra tierra y los animales que amamos están muriendo’”, afirmó.
“Si nos convocaran para hacer cambios radicales, nosotros como nación los haríamos”.
Fuente: Clarín (Argentina)
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