“Necesitamos un nuevo modelo que acabe con el negocio del petróleo y el gas”

No todos los días se tiene la oportunidad de entrevistar a alguien que ha estado en las tres masas de hielo que sostienen nuestro ya precario equilibrio climático. Si ese alguien es un glaciólogo considerado un experto mundial en la materia, profesor de la Universidad de Columbia e investigador de la NASA, menos aún

Agua y Glaciares03/11/2020
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Marco Tedesco (Italia, 1971) ha viajado por las grandes superficies heladas para estudiarlas y aprender qué estamos provocando en ellas. En su reciente libro “Hielo, viaje por el continente que desaparece” (Gatopardo, 2020) nos anima a amarlas, a entender lo valioso que es tenerlas firmes, y lo que puede suponer quedarnos sin ellas.

Me ha parecido que su libro pretende transmitir las sensaciones que se tienen en lugares como Groenlandia o la Antártida, para acercar al lector la dureza de estar allí, la soledad, el compañerismo. No es un libro sólo sobre el deshielo.

Me he esforzado en evitar que sea una mera descripción numérica y seca del deshielo del Ártico. Mi intención era trasladar al lector al paisaje de Groenlandia, hacerle sentir la belleza y la soledad que reinan en esa región, hacerle partícipe de mi viaje emocional. Estoy convencido de que el amor a la naturaleza es lo que mueve a la mayoría de los científicos. Si se separa y se deslinda el componente racional del componente emocional resulta imposible comprender el contexto real de cómo se vive la ciencia desde dentro. También quería rendir homenaje a mis raíces y a mi propia historia como inmigrante. Más allá del derretimiento del hielo y la subida del nivel del mar, hay muchos fenómenos relacionados con el hielo que la gente desconoce, quería compartir mis descubrimientos con el público.

Comenta que en el Ártico se está doblando el aumento de temperatura que se registra globalmente. ¿Cómo explicaría el peligro de la amplificación polar?

El hielo, que refleja mucha radiación solar redirigiéndola hacia el espacio, desaparece y es sustituido por un océano oscuro que absorbe más radiación y genera más calor. Ocurre también cuando la capa de nieve desaparece de forma prematura, lo cual ya está ocurriendo, y se ve sustituida por tierra o bosques. Y no quiere decir que la temperatura seguirá subiendo a un ritmo que duplique el del resto del planeta, puede ser peor. Al tratarse de mecanismos de realimentación, se refuerzan a sí mismos a medida que avanzan, del mismo modo que un tren que avanza cuesta abajo aumenta la velocidad porque se sigue echando carbón al horno, pero también por estar bajando por una pendiente. Lo que estamos haciendo es echar más carbón al horno para que la locomotora, que se dirige cuesta abajo sin control, vaya todavía más rápido.

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Ha visto muy de cerca qué está ocurriendo en el Ártico, en la Antártida y en Groenlandia. ¿Qué le parece lo más peligroso? ¿De qué no se está hablando apenas?

Existen peligros de diverso grado. A corto plazo, el principal peligro son las consecuencias que los deshielos en Groenlandia y la Antártida tendrán para el futuro de los océanos. El hielo derretido modificará la temperatura oceánica, lo cual tendrá un impacto sobre las corrientes marinas en todo el planeta y sobre los ambientes locales: los peces y las actividades humanas, así como otros ecosistemas cuyo funcionamiento está ligado a otros elementos del mismo entorno. En cuanto empieza a alterarse un elemento clave, el ecosistema entero puede colapsar.


La naturaleza está reaccionando a nuestra actividad, y de ninguna manera va a vernos como una prioridad cuando se reconfigure


A mayor escala, la subida del nivel del mar, junto con el incremento de fenómenos extremos, serán los ingredientes perfectos para poner en riesgo las pobladas zonas litorales. Esto tendrá ramificaciones en la economía, en nuestra manera de vivir, en el suministro de bienes, en la comida, en el transporte. Más allá de esto, de lo que apenas se está hablando, es del coste humano de la desaparición de la capa de hielo, que se cebará con las clases sociales más vulnerables. Esto me lleva a la segunda cosa de la que apenas se habla: los refugiados climáticos. El impacto socioeconómico, especialmente en este grupo de gente, causará un daño enorme que pagará la sociedad entera. Apenas se habla del tema porque es difícil de gestionar, requiere cooperación internacional y, por supuesto, un enorme esfuerzo económico.

¿Qué ha sentido al ver los eventos de este 2020? Siberia, Australia, California y el Amazonas ardiendo, vertidos en el Ártico por el permafrost derretido, récords de temperatura por todas partes… ¿Nuestra aceleración sin freno es respondida de igual manera por la naturaleza que acelera e incrementa también sus respuestas?

Sí, definitivamente. Estamos intentando salvar nuestra sociedad basada en el sistema económico vigente, el capitalismo, la concentración de riqueza en manos de unos pocos. Valoramos la naturaleza basándonos en herramientas económicas, incluso cuando hablamos de conceptos como sostenibilidad. Debemos tratar de encontrar maneras de preservar el planeta desarrollando un nuevo modelo económico. Por desgracia, la pandemia ha acelerado muchos problemas y ha puesto de manifiesto la importancia de abordar los grandes retos antes de que aparezcan nuevos. La naturaleza claramente está reaccionando a nuestra actividad, y de ninguna manera va a vernos como una prioridad cuando se reconfigure para compensar las fuerzas que la estaban tensionando.

Al principio cuenta cómo el hielo es inestable, se resquebraja sobre sus pies y eso provoca que esté continuamente en tensión, pues nada es seguro. ¿Es esto extrapolable a nuestra civilización?  Es decir, a medida que haya menos hielo en los polos, ¿estamos cada vez más expuestos a lo que no se puede prever?

Muy bien visto. Nunca había pensado en eso, en la sensación de inseguridad o de inestabilidad, en el miedo de estar sobre el hielo conectado con la civilización, pero es un buen paralelismo. Podemos anticipar algunas cosas, podemos tratar de comprender lo que pasará en el futuro, pero cada vez es más difícil.

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Imagínese ser el presidente de los EE.UU. a partir de este noviembre. ¿Cómo trataría de dar la vuelta a esta situación?

Volvería al Acuerdo de París, aumentaría significativamente la inversión en energías renovables, animaría a las economías más potentes a encontrar nuevos modelos que dieran resultados en el medio y largo plazo, empezaría a cobrar impuestos a las corporaciones por lo que han hecho y financiaría tecnologías de secuestro de carbono. También crearía incentivos para las empresas y desarrollaría políticas para hacer cumplir las obligaciones medioambientales.

¿Qué podemos esperar si vuelve a ganar Trump?

Sería muy peligroso. Espero que no ocurra.

Con la apertura de las rutas marítimas del Ártico, ¿quién tiene más que ganar: China y su ruta polar de la seda, la UE por su consumo, o EE.UU. que suele conseguir llevarse la mejor parte del pastel?


Tenemos que actuar con rapidez, dar poder a las nuevas generaciones para que actúen y empoderar a las comunidades locales


China obtendrá ventajas para el transporte de bienes. Y Estados Unidos se beneficiará por el aumento de la actividad portuaria. No creo que las rutas marítimas del Ártico deban ser utilizadas, sobre todo porque no hay logística en caso de accidente. Si hay un accidente, un vertido sería un desastre ecológico de proporciones mayúsculas que podemos prevenir en vez de lamentarnos y quejarnos después de que suceda, como viene siendo la norma.

Con el 12% de las reservas de petróleo y el 30% de gas en el Ártico ¿cree que es posible reaccionar a tiempo?

Ahora mismo, diría que no es posible. Lo único que podría disuadir a esta gente de intervenir en el Ártico es que los costes de logística sean demasiado elevados, esa es la razón por la que ExxonMobil decidió parar sus exploraciones. Si seguimos trabajando con el mismo modelo no vamos a arreglar las cosas. Definitivamente, necesitamos un nuevo modelo que acabe con el negocio del petróleo y el gas. Hay que centrarse en las energías renovables y el secuestro de carbono de la atmósfera.

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Vivimos –como reza la maldición china– en tiempos interesantes. Aun así, ¿tiene esperanza de evitar los peores escenarios?

Sí, tengo esperanza, podemos evitarlos. Hay una nueva generación de personas que no sólo estudian el problema sino que están modificando su estilo de vida. El ser humano ejerce un poder enorme sobre el planeta. Lo hemos visto con la covid-19, al dejar de movernos tanto. Las emisiones de CO2 bajaron drásticamente. Tenemos que actuar con rapidez, dar poder a las nuevas generaciones para que actúen, empoderar a las comunidades locales con las herramientas necesarias para pasar a la acción y empezar a dar más representación a la gente que se preocupa por estos temas para que tengan el poder de cambiar las cosas a nivel gubernamental.

¿Hay algún proyecto o movimiento climático que le parezca que acierta especialmente?

Hay muchos. El reto consiste en conseguir que no decaigan. No tengo uno preferido. Me gustan las iniciativas lideradas por jóvenes. Creo que tenemos que dar poder a los jóvenes, a las mujeres, a las minorías. Tenemos que construir inteligencia colectiva.

Fuente: ctxt (.es)


 



 

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