Seguridad hídrica en las grandes urbes

Números de la Ecología03/02/2020
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En el 2015, diversas zonas del Brasil sufrieron la peor sequía registrada en 80 años, evento que puso en jaque a 14 ciudades el país. Entre ellas, la gran urbe de São Paulo, que tuvo restricciones horarias y afectó a la productividad de su industria y servicios. A finales de 2016 e inicios de 2017, La Paz y otras 5 ciudades de Bolivia entraron en la peor sequía registrada en el país en los últimos 25 años, con desabastecimiento a barrios enteros que solamente disponían de unas horas de agua cada tres días. En el 2016, en algunos barrios de Lima se dieron cortes por una semana de suministro de agua; en esta ocasión un fenómeno de El Niño caracterizado por inundaciones y huaycos generó una falla en la principal bocatoma de la planta de agua potable de la ciudad. En 2018, en Venezuela se produjeron cortes de energía eléctrica (y de bombeos de agua en la red urbana) en varios departamentos, incluso Caracas, por efecto de una sequía que agotó los recursos de las principales hidroeléctricas del país. Podríamos sumar otros muchos casos significativos en África, como la intensa sequía con graves afecciones a la economía de Ciudad del Cabo en Sudáfrica en 2018, o en Asia, como las graves sequías en Kuala Lumpur, capital de Malasia, o Singapur en 2014.

Se espera que, en los próximos 40 años, a nivel mundial las ciudades reciban 800.000 habitantes semanalmente. Desde 2011, por primera vez en la historia humana, la población en su mayoría vive en las ciudades. Entre las regiones más urbanizadas sobresale Latinoamérica, con la tasa mundial más alta, un 80%.

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En 2010, el 51% de la población mundial vivía en ciudades y se espera que para el 2050 sea del 70%. En América por entonces ya era del 80% y se prevé que alcance el 90%.

Es por ello que hay una gran preocupación por cómo los sistemas de agua urbana pueden considerarse seguros en un futuro próximo. En resumen, los problemas detectados y desafíos se pueden agrupar en tres bloques:

Los datos de prácticamente todos los países demuestran que, si la gestión del agua ha de ser eficaz, esta debe extenderse más allá́ de los límites urbanos e incluir las cuencas que abastecen las zonas urbanas.
El agua subterránea o los sistemas alternativos son tan importantes como el agua superficial. Recordemos que la preservación de la producción hídrica o de la calidad es clave para la sostenibilidad del recurso y el control de costes.
Las áreas urbanas son especialmente vulnerables a los acontecimientos climáticos extremos. Se necesitan ciudades resilientes que también gestionen adaptativamente su demanda, no solo su oferta, así como la convivencia con los eventos de inundación.
La palabra clave es vulnerabilidad. Una mega urbe que crece muy rápidamente es muy vulnerable, básicamente por falta de sincronía entre la planificación y la consolidación de infraestructuras y soluciones. Y esa vulnerabilidad deviene riesgo agrupable en tres tipos: (1) zonas de escasez donde la variabilidad y el cambio climático cuestionan los recursos disponibles periódicamente; (2) zonas donde los recursos existen en cantidad no cuestionable, pero son susceptibles de estar contaminados; y (3) zonas donde la gestión e infraestructura no están a la altura de sus necesidades. Por desgracia, las amenazas suelen darse conjuntamente. En la combinación de escasez y déficit estructural encontramos la mayoría de las urbes sometidas en la última década a sequías extremas. En el segundo grupo vemos el caso de Lima del 2016, también con una debilidad infraestructural que no ayuda a superar esos episodios.

"La preservación de la producción hídrica o de la calidad es clave para la sostenibilidad del recurso y el control de costes"


La buena noticia es que la urbe sigue siendo el centro de poder económico y, en la medida que suma población, también como centro político. Es de esperar que, en el futuro, esa criticidad y riesgo hídrico que altera el crecimiento y la sostenibilidad urbana genere reacciones positivas hacia la financiación, regulación y liderazgo de la mejora de la gobernanza de las cuencas y la preservación de los recursos hídricos. En lugares de fuerte crecimiento urbano de Latinoamérica o Asia, ya están tomando nota de forma asimétrica, pero con gran empuje. Ponemos algunos ejemplos de ese liderazgo:

  1. Preservar el recurso en origen. Bajo diferentes acciones, ya sea mejorar la cantidad de agua que recarga un acuífero o la laminación de la escorrentía y la mejora del caudal base de los ríos, proyectos como el de Preservación de Páramo Andino, que afecta a Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, estudian la hidrología específica de esos entornos y establecen recomendaciones de manejo que aseguren la productividad hídrica futura. Pero la preservación del agua en origen es un ejercicio eminentemente social. Son las buenas prácticas de las comunidades existentes y de los usuarios en las cabeceras de las cuencas las que garantizan esa productividad hídrica y evitan el deterioro de la calidad, una afección con grandes consecuencias en las inversiones infraestructurales (tratamientos) y en la garantía de potabilidad. Acciones como el canon de servicios ecosistémicos en las tarifas de agua urbana de ciertas EPS de Perú permiten invertir en las comunidades altoandinas y garantizar la buena praxis agrícola o la depuración. Es claramente un flujo de retorno de la riqueza que el agua genera hacia los guardianes, que no dueños, del recurso.

  2. Aumento de la robustez infraestructural. Con una alta concienciación medioambiental, desde Europa o Estados Unidos cuestionamos determinadas soluciones tradicionales, como presas o trasvases, que entornos de rápido desarrollo no pueden ni deben obviar, aunque puedan programarlas con una visión moderna. Es el caso de La Paz, donde el ministerio competente a través del abastecedor, ha establecido un programa muy completo de medidas para garantizar la seguridad hídrica de la ciudad. Dicho programa incorpora nuevos microreservorios y conexiones en cuatro cuencas distintas, ampliaciones y mejoramientos de plantas y acciones sobre la red de distribución en baja. Con un plan donde todo suma, cada proyecto no es una solución absoluta al problema del abastecimiento de la ciudad, pero todas las acciones sumadas sí representan la mejora sustancial de la garantía.

  3. Hacia un modelo de eficiencia en el uso. La eficiencia es un complejo concepto con varias componentes. Por supuesto, las acciones infraestructurales para no “perder” agua, son clave, y generalmente las más efectivas, pero costosas. En esa línea vienen trabajando muchas de las ciudades con proyectos que englobamos en el concepto de optimización. Pero ser eficiente pasa por la cultura del uso del agua, ya sea por convencimiento a través de campañas, o por inducción a través de medición y tarifas disuasorias para el alto consumo. El gran reto en este campo es empoderar a las instituciones y empresas de servicios de agua y saneamiento a que puedan ser estrictos en el control de usuarios y cobro del servicio. La no remuneración del servicio de agua en ciudades de rápido crecimiento puede estar incluso por encima del 50%.

  4. La convivencia con el riesgo. Éste es tal vez el punto más complejo, puesto que las personas que emigran a las urbes buscan la seguridad de los servicios básicos que no tenían garantizados en su medio rural. Tanto a nivel social como político debe evitarse el mensaje de garantía 100% o riesgo nulo, ya que las consecuencias económicas son inasumibles. Como en otros aspectos de la gestión de los recursos hídricos, especialmente los vinculados al riesgo de inundaciones, los sistemas de abastecimiento deben hacer un análisis de sus posibles amenazas y riesgos, estableciendo mecanismos estructurales y de gestión que les permitan reducir, mitigar o adaptarse temporalmente. Esa adaptabilidad es la que hace robustas a las nuevas urbes.

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Actualmente, la gran diferencia para hacer frente a esos riesgos es la tecnología vinculada al mundo del big data y la simulación numérica que nos permite reproducir eventos y el efecto de nuestras medidas. Los modelos actuales pueden nutrirse de ingentes cantidades de datos en tiempo real e incorporar otros modelos de cálculo no tradicionales, así como conectarse a equipos de operación y telemando de infraestructuras. El smart water representa una pieza clave en la seguridad hídrica de las ciudades del futuro y parte del ecosistema smart a la que tienden todas las urbes.

Desde INCLAM queremos recordar que la gobernanza del agua puede ser cada vez más cooperativa, transparente y cercana a tiempo real gracias a las tecnologías de la información y los sistemas smart en los que venimos trabajando. Desde la gestión online de la cuenca al control minucioso de un consumo doméstico, en un entorno de alta eficiencia del binomio agua-energía, donde cada gota cuenta.

Fuente: iagua (España)
 

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