El Antropoceno o Nuestro mundo posible

Hace ya un año, en marzo del año pandémico de 2020 se estrenaba la nueva temporada de Cosmos, serie lanzada originalmente en los años 80’ y que tenía por figura central al astrofísico y astrónomo Carl Sagan. En la nueva edición, que lleva por subtítulo «Mundos posibles», su presentador es el astrofísico Neil de Grasse Tyson

Cambio Climático 12/07/2021

En torno a un par de cuestiones tratadas en el primer episodio de la nueva temporada1, quisiera elaborar, a la luz de lo vivido en el último año, algunas breves reflexiones.

En una escena de aquel primer episodio de Cosmos: Neil entra a una habitación donde se
presentan diferentes galerías, cada una de ellas representa un período en la historia de nuestro
planeta en que ocurrieron masivas extinciones de especies. De pronto se detiene en una galería
que no tiene nombre, porque según afirma el astrofísico.


No había consenso científico de que estábamos en medio de un evento de extinción masivo. Eso cambió, ahora ese salón tiene nombre, es nuestro.

El Antropoceno (Tyson, Cosmos, 2020)


Y entonces aparece el nombre de Antropoceno sobre la entrada de la galería, a la que entra Neil y comienza a recorrer. Se ven en los cuartos de la galería algunas de las especies que los seres humanos convidamos a la extinción, de forma más o menos directa, como por ejemplo algunos ejemplares de megafauna o los mismos Neandertales. Acto seguido el porte alegre y entusiasta de Neil, cambia: una breve escena de silencio que nos muestra al presentador sentado, de perfil, entristecido por lo que hemos logrado los seres humanos.

Vale aclarar antes que nada que «Antropoceno» es un término que se emplea cada vez más
en libros y artículos científicos internacionales. El concepto fue creado por el biólogo estadounidense Stoermer. Sin embargo, fue popularizado a principios de este siglo por el holandés Crutzen, premio Nobel de Química. El término busca designar la época en la que las actividades del hombre empezaron a provocar cambios ambientales a escala mundial (Crutzen y Stoermer, 2000) Si bien hoy día la comunidad geológica internacional se debate dar por finalizado el período Holoceno y nombrar como Antropoceno la nueva Era, fechando su inicio hacia mediados del siglo XX, la investigación científica en torno a las problemáticas ambientales asociadas a la actividad humana son de larga data.

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Pero la idea de establecer una nueva era, el Antropoceno, no se debe solamente a reconocer
que estamos frente a un «evento de extinción masivo» de especies, sino en realidad a múltiples
variables que podemos resumir en tres ítems íntimamente relacionados: cambio climático, calentamiento global y extinción de especies.

En este sentido, podemos empezar diciendo que la preocupación del ser humano por el ambiente viene de bastante lejos. Veamos algunos ejemplos: Veamos solo algunos ejemplos concretos, por demás relevantes:

  • En 1888, en Estados Unidos de Norteamérica se funda la National Geographic Society, con el objetivo de avanzar hacia el conocimiento de la geografía mundial, ponerlo a disposición del público general y así colaborar con la preservación de los espacios naturales.
  • Aldo Leopold (1887-1948) fue un ecólogo y ambientalista profesor de la universidad
    de Wisconsin. En 1935 funda la Wilderness Society, para la defensa y preservación de la vida y
    las áreas salvajes. En 1949 se publica su obra cumbre: La ética de la tierra. En un pasaje de
    esta obra magnífica Leopold escribe:

La ética de la tierra simplemente amplía los límites de la comunidad para incluir suelos, aguas, plantas y animales, o colectivamente: la tierra. Esto parece sencillo: ¿acaso no cantamos ya nuestro amor por, y nuestra obligación hacia la tierra de los libres y la casa de los valientes? Sí, pero ¿qué y a quién amamos? Ciertamente no al suelo, al que despreocupadamente mandamos río abajo. Ciertamente no a las aguas, a las que no otorgamos otra función que hacer girar turbinas, mantener a flote embarcaciones y llevarse las aguas de desecho. Ciertamente no a las plantas, de las que exterminamos comunidades enteras sin inmutarnos. Ciertamente no a los animales, de los cuales ya hemos exterminado muchas de las más grandes y más bellas especies. Una ética de la tierra no puede, por supuesto, evitar la alteración, el manejo y el uso de esos “recursos”, pero sí afirma su derecho a su continua existencia y, por lo menos en ciertos lugares, a que su existencia continúe en un estado natural. En suma, una ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens: de conquistador de la comunidad de la tierra al de simple miembro y ciudadano de ella.


  •  En 1962 Rachel Carson publica Primavera Silenciosa, donde entre otras cuestiones,
    advierte el daño que los pesticidas provocan al ambiente afectando la vida en la tierra, en particular a las especies de aves.
  • En 1972 se publicó el primer informe del Club de Roma, Los límites del crecimiento
    (realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts). Se basaba en modelos matemáticos
    sobre la economía mundial y la biósfera, y alertaba que si los países industrializados no reconsideraban sus patrones de crecimiento en el siglo XXI nos enfrentaríamos a un colapso mundial,
    debido a la combinación de superpoblación, contaminación ambiental y recursos naturales decrecientes. Sus revisiones posteriores (1992 y 2004) demostraron lo acertado que el informe
    había estado en sus predicciones.
  • De los años 70’ también datan las primeras investigaciones y publicaciones del
    mismo Crutzen, acerca de la destrucción de la capa de ozono por los óxidos de nitrógeno. Los
    trabajos en la misma década de Rowland y Molina señalaron que productos químicos industriales eran responsables en gran medida de la destrucción de la capa de ozono. Los trabajos de
    los tres químicos, lejos de resultar marginales, fueron premiados con un gran consenso al punto
    de otorgarles el premio nobel de química en 1995.
  • Otro ítem a destacar son las Conferencias de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, comúnmente llamadas «Cumbres de la Tierra». Se considera la primera gran conferencia 
    internacional sobre medio ambiente la acaecida en 1979, conocida como La Cumbre de Estocolmo. Sus temas centrales fueron la contaminación química de origen antrópico, los impactos
    de las detonaciones nucleares y la caza indiscriminada de ballenas. El mismo año se realiza la
    Primera Conferencia Mundial sobre el Clima en Ginebra. En 1988, la Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente crean el Grupo
    Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC). En 1992 se realiza la Conferencia en Rio de Janeiro, donde los gobiernos debatieron los principales problemas ambientales:
    cambio climático, biodiversidad y emisiones tóxicas. A estas conferencias y convenciones les
    siguieron algunas más, entre las que se pueden mencionar: Kioto (1997), Johannesburgo
    (2002), Bali (2007), Copenhague (2009), Cancún (2010), Durban (2011), la de Rio+20 (2012),
    Nueva York (2015), y la Conferencia de los Océanos (2017).
  • Todo lo mencionado se vio acompañado por una preocupación creciente de la sociedad civil en torno a las cuestiones ambientales. Durante el siglo pasado se armaron innumerables grupos y organizaciones ambientalistas, algunos dedicados exclusivamente al tema de la
    preservación y protección de las especies. La creación de la fundación internacional Vida Silvestre en 1961, quizás constituya uno de sus tópicos más relevantes, pero claramente no el
    único.
  • Otro tema relevante al respecto es la creación de reservas naturales y parques nacionales destinados a preservar la geografía y diversidad de especies en diferentes partes del
    mundo. Desde la creación del Parque Nacional de Yellowstone en 1872, considerada la primera
    de las grandes reservas naturales creadas en la era moderna, se han sucedido innumerables
    casos. Vale aclarar que casi siempre en la historia de creación de Parques y Reservas existen
    estudiosos y científicos que trabajaron en pos lo lograr dichos nombramientos.
  • Para finalizar, en el año 2010 se crea la Plataforma Intergubernamental de CienciaPolítica sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas (Ipbes: https://www.ipbes.net/). Dicho sea de paso, su reciente
    informe (2019) menciona que un millón de especies animales y vegetales están amenazadas de
    extinción y podrían desaparecer en solo décadas si no se toman medidas efectivas y urgentes.

Como se puede ver la preocupación por el ambiente y en particular por la preservación de las especies frente a la acción humana, como mínimo lleva un siglo de pasos fuertes, que cada vez efectivamente se han hecho más consistentes. Ante tantos datos existentes y aquí muy brevemente consignados vale preguntarse ¿por qué afirma la serie Cosmos que no había consenso científico al respecto hasta ahora? ¿A qué momento remite ese «ahora»?. Por otra parte ¿qué hacemos con toda la evidencia de investigación científica del siglo XX al respecto? ¿qué buscaban y buscan las convenciones internacionales? ¿y la creación de áreas naturales protegidas? Es claro que lo mismo podríamos decir acerca de las organizaciones no gubernamentales, de los numerosos movimientos ambientales, de las fundaciones.

Es claro que es difícil definir el «consenso», porque de qué proporción de científicos estaríamos hablando. Es cierto, eso sí, que desde hace largos años hay una gran cantidad de científicos que trabajaron y trabajan en temas ambientales, y podemos decir sin lugar a dudas que dicho número creció exponencialmente con el pasar de los años. Por tanto, al menos una importante y considerable población de científicos ya estaba al tanto de este problema y desde hace bastante más tiempo de lo que puede remitir un «ahora». Sin embargo, hay algo que llama más aún la atención en el primer capítulo de Cosmos. Como ya dije, la nostalgia dura poco, y pronto Neil recobra el entusiasmo, porque el futurismo de Cosmos es esperanzador, quizás irrealizable, pero esperanzador.

Neil nos cuenta acerca del Proyecto Star Shot que podría realizarse según sus propias palabras en un «futuro posible», de hecho, menciona que podría llevarse adelante «en pocas décadas». Consta del lanzamiento de mil naves espaciales, del tamaño de un «guisante» pero «equipadas como un Voyager», que impulsadas por rayos laser podrían acelerar a la velocidad de la luz y llegar a Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano al nuestro y ubicado a poco más de 4 años luz de distancia. El objetivo es llevar adelante un reconocimiento preliminar de los mundos que orbitan dicho sector del espacio, ya que pareciera ser que al menos uno de dichos planetas se
encuentra en una zona que se define como «habitable». El objetivo final sería llegar hasta ese planeta, confirmar que contiene las bases para la existencia de vida y trasladar la especie humana hacia allí. El problema es que esas navecillas llegarían a Alfa Centauri en 20 años aproximadamente, y sus primeros mensajes reportando los descubrimientos nos llegarían 4 años después. Es decir 24 años desde el lanzamiento de las naves. A ello se debe sumar que la empresa sería realizable en «pocas décadas», y encima se trataría de un reconocimiento «preliminar». Si consideramos las sucesivas exploraciones que deberían realizarse y el trabajo que llevaría trasladar la humanidad hasta allí... ¿De cuántos años estamos hablando, en caso de que la empresa fuera realizable? ¿y cuál sería su exorbitante costo monetario?

El Antropoceno implica aceptar que somos los grandes responsables de la situación actual que vive nuestro planeta en términos ambientales, con su calentamiento global, su cambio climático y la extinción de especies. Aceptarlo es triste, pero ¿y si en vez de entusiasmarnos con la idea de explorar otro sistema solar en busca de encontrar otro planeta habitable, comenzamos a cuidar en serio el planeta habitable que ya tenemos? ¿para qué vamos a buscar otro planeta habitable? ¿para volverlo inhabitable en 150, 100, 50 años? ¿para despojarlo en pocas décadas de sus recursos y contaminarlo con todos los desechos de nuestro consumo y actividades? ¿qué es más sensato, buscar otro planeta o dedicarnos seriamente a cambiar nuestra forma de vida consumista y destructiva, que globalmente se propone como forma de vida moderna, de primer mundo? ¿es tan difícil revisarnos y cambiar en lo poco o en lo mucho, cada uno desde su lugar en este mundo que en realidad nos da todo para que vivamos y vivamos bien?

Si no logramos cambiar nuestra forma de habitar el planeta, de disfrutar, pero también cuidar sus bondades ¿qué nos hace pensar que podemos vivir en otro planeta sin reducirlo a la miseria, y  por tanto encontrarnos en el mismo problema dentro de solamente algunas décadas, una o dos generaciones después? ¿no sería mejor invertir el dineral que implicaría esa empresa en reconvertir las formas en que explotamos los bienes de esta tierra? ¿no sería mucho más sano, viable y muchísimo más barato hacerle caso a Leopold, que ya en 1949 exhortaba a establecer una relación ética con la Tierra?

El Antropoceno no debe ser una oportunidad para pensar en escaparnos en un delirio astrofísico, debe ser una oportunidad para pensarnos en este mundo donde nacimos, vivimos y moriremos. Es una oportunidad para reconocer los daños que causamos y también para reconocer que tenemos los medios para quizás sanar más de lo que destruimos, curar más de lo que enfermamos, pensar un mundo posible, pero justo aquí, donde ya estamos.

La devastación del medio ambiente que lleva adelante el ser humano en forma exponencial y creciente desde la misma revolución industrial, con los neo-extractivismos de las últimas décadas llevados adelante de forma alevosa, hoy nos golpea en la cara con sus consecuencias bajo el modo de una enfermedad viral que nos ha tenido en vilo todo el último año y aún nos amenaza. Se trata de una zoonosis más, como tantas otras que hemos padecido (como la tuberculosis, el sarampión o la viruela), es decir una enfermedad de origen animal que saltó a los seres humanos, producto del avasallamiento creciente de los ecosistemas y la vida salvaje de la tierra.

Desde hace 20 años y más, epidemiólogos venían advirtiendo que las zoonosis y las enfermedades infecciosas se harían más frecuentes y más violentas. Lo que va del nuevo siglo habla a las claras de esos vaticinios (pensemos en las epidemias de SARS en 2002, la gripe aviar de 2005, la porcina de 2009 o el MERS de 2012, a lo que también podríamos sumar los nuevos brotes de Malaria, Ébola y la expansión casi global del Dengue), el problema no es ya el Covid-19, ni siquiera sus mutaciones, sino el entramado cada vez más complejo que se esboza en el horizonte: calentamiento global en aumento, perdida creciente de biodiversidad, desertización, merma de los corales, contaminación creciente de la tierra, el aire y los cursos de agua, incendios forestales cada vez más frecuentes, masivos e incontrolables (en gran medida provocados adrede cuya finalidad es aumentar los grandes bolsillos políticos y económicos del agronegocio), y entre tantas otras cuestiones que se podrían mencionar, ahora, las zoonosis más violentas y frecuentes. ¿y si en vez de mirar el cielo y soñar con galaxias lejanas nos preocupamos de mirar nuestra tierra y soñar un poco con ella, y no contra ella? Quizás después de todo sea el planeta Tierra, nuestro Mundo Posible.

Fuente: Luciano Martin Mantiñan. Se especializa en estudios ambientales en contextos atravesados por la pobreza y degradación ambiental, desigualdad ambiental y violencia urbana. Es coordinador y docente de la cátedra intensiva de Vice-rectorado “Cómo hacer investigación”. Miembro del LICH (Laboratorio de investigaciones en Ciencias Humanas) Escuela de Humanidades, Universidad Nacional de San Martín.

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