Qué se esconde detrás de los prejuicios contra los reclamos medioambientales

El impacto de los desastres del cambio climático recaen sobre todos, pero con más fuerza sobre la población más vulnerable. Por qué hay quienes consideran que es un reclamo de ricos

Cambio Climático 05/10/2021
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“Al ambientalismo no le preocupan los problemas reales de las personas”. Se interesa por los osos polares en el ártico, la desertificación de bosques, la extinción de especies. Esto suele ser lo primero que viene a la mente cuando se escucha hablar de crisis ambiental. ¿Es sólo eso? ¿Son casuales esos prejuicios? ¿Puede haber una intención detrás? ¿De quién? ¿Por qué?

En el contexto de una situación alarmante que pone en juego el futuro de la civilización humana, la juventud ha realizado varias marchas mundiales contra la crisis climática y ecológica. Llama la atención cómo, mientras que para muchos es el problema más trascendente de la humanidad, para otros ni siquiera es un tema de preocupación. Abundan la desinformación y los prejuicios, muchas veces con claras intenciones detrás.

Más allá de la flora y la fauna

Cuando las personas sienten que un problema le es lejano y que no le afecta en su día a día, tiende a involucrarse menos. En general, es más común que sensibilice una problemática cuanto más cercana se siente.

Adam Smith comparaba cómo afecta un terremoto que destruye China con perder un dedo meñique: perder el meñique solo nos impediría dormir. De este simple ejemplo se desprende que la empatía y la benevolencia es más fuerte con quienes están más cercanos.

Con la crisis climática pasa algo similar: parece un problema lejano cuando se piensa que está afectando la flora y fauna mundiales, o que quizás nos va a afectar en algún difuso futuro, sin entender bien cómo ni cuándo.

Ahora bien, ¿Qué se entiende por las y los niños que no tienen acceso al agua potable? ¿Por los barrios marginados colapsados de basura? ¿Por las millones de personas que se enferman a causa de no tener agua limpia, aire puro ni comida sana? ¿Por los millones de refugiados ambientales en todo el mundo? ¿Por vivir en un país que produce alimentos y no es capaz de alimentar a su población? ¿No es eso una crisis ambiental?

Sí, lo es. La sociedad y las personas son parte del ambiente. Cualquier detrimento de la calidad de vida es un deterioro ambiental compuesto de elementos biofísicos, sociales y económicos. Destruir al ambiente es hacernos daño a nosotros mismos. De hecho, es redundante decir que el problema es socioambiental, porque el concepto de ambiente ya incluye al componente social.

No hay tal separación entre ambiente y sociedad, al contrario. La sociedad forma parte del ambiente y las personas están en constante retroalimentación con su entorno, dependiendo y condicionándose el uno al otro.

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Quizás sea la vida en la ciudad la que hace olvidar estas cuestiones tan esenciales: no se sabe de dónde viene lo que se consume ni a dónde va a parar lo que se desecha. Absolutamente todo, lo que se respira, se toma, se come viene gracias a la salud ecosistémica de los ríos, de los suelos, del resto de la compleja trama de vida no humana que habita este planeta.

Prejuicios intencionales e intereses en juego

Hay muchos prejuicios y conceptos erróneos sobre el verdadero significado de la crisis, y sobre todo sobre el ambientalismo como movimiento. En primer lugar, hay una idea de clasismo, en la cual pareciera que preocuparse por “lo ambiental” es un tema de ricos que no tienen otra cosa que hacer.

Nada más lejos de la realidad: los impactos de los desastres que cometen las sociedades recaen sobre todos, pero con más fuerza sobre la población más vulnerable: inundaciones, basura, enfermedades respiratorias, agua sucia, aire contaminado.

Estos prejuicios no son casuales, hay una intención detrás que busca premeditadamente que el problema parezca ajeno y lejano.

¿Por qué?

Porque el ambientalismo, en parte, cuestiona las lógicas del sistema productivo y de consumo. Cuestiona dogmas como la idea de crecimiento indefinido que rige las normas del sistema económico, la idea de “progreso” como acumulación material, las formas en las que se produce, se consume y se desecha. Cuestiona al consumismo y a la sociedad del descarte.

En síntesis, cuestiona al status quo, y eso genera malestar en los que se benefician de que las cosas sigan como están. ¿Quiénes, específicamente? Podemos encontrar ejemplos en cada industria: energía, transporte, alimentación, real estate, finanzas, residuos.

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Uno de los efectos más nocivos de la crisis ambiental es el cambio climático, provocado por el aumento de la temperatura promedio global debido a la acumulación de gases de efecto invernadero. Ya no hay discusión en la comunidad científica sobre esta realidad y los efectos irreversibles que puede sufrir la humanidad si no se actúa ya mismo. Para que las catástrofes naturales no se vuelvan una norma, es necesario reducir 45% las emisiones de 2010 antes de 2030 y llegar a cero emisiones en 2050.

Sin embargo, muchos países entran en dilemas entre políticas que generan beneficios económicos en el corto plazo y que tienen consecuencias lejanas y difusas en un futuro incierto. Por ejemplo, hoy en Argentina existe la ilusión de que el descubrimiento de reservas de gas y petróleo en Vaca Muerta salvará al país de la miseria eterna. Si hace 500 años que se están descubriendo recursos naturales y no ha habido salvación, ¿por qué la historia esta vez sería diferente? Mientras el mundo desarrollado está invirtiendo en las energías renovables -que hoy en muchos casos son más baratas y cada vez más abundantes-, en Argentina se destinan las energías, esperanzas y millones de dólares en industrias con fecha de expiración próxima. En palabras del tecnólogo Ignacio Peña, ferviente opositor al proyecto, “apostar hoy al petróleo es como invertir en la Kodak del futuro”.

¿Esto quiere decir que se deba rechazar por completo Vaca Muerta dentro de un proceso de transición energética? No necesariamente. Como todo en la vida, es más complejo de lo que a uno le gustaría que fuera. El punto es que, no es lo mismo concebir ese proyecto como parte de una transición, que como el horizonte o la salvación del país. Habitar una transición implica reconocer contradicciones propias de períodos en los cuales van a convivir los paradigmas que se están dejando atrás con los que se van creando.

¿Por qué se sigue apostando a profundizar algo que está por caducar?

La principal razón por la cual hoy en día se sigue apostando al futuro en las energías fósiles es por el poder de presión y lobby de los grupos económicos relacionados a esas industrias, que son capaces de someter a poblaciones enteras bajo sus reglas con tal de seguir extrayendo hasta la última gota de la capa geológica más remota del suelo. Bajo la promesa de traer prosperidad y generar empleo, logran beneficios impositivos escandalosos y subsidios inconmensurables por parte de cualquier gobierno de turno. Es la historia de siempre: desde la época de las colonias que la historia se repite una y otra vez.

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El poder económico, en un sistema donde el horizonte es la acumulación de capital, implica poder político, poder real. Tener poder implica tener la capacidad de definir las reglas de juego de una sociedad, imponer decisiones que prioricen los intereses propios contra el bienestar común, y peor aún, hacerle creer al conjunto de la sociedad que el interés es compartido. Es el poder seductor de las plutonomías.

¿Sólo lobbystas?

Sería bastante simplista decir que son sólo los lobbystas quienes critican al movimiento ambiental. En realidad, las críticas fluyen desde distintos sectores de la sociedad, como académicos de ciencias sociales -en particular desde economistas- que creen que sus preocupaciones por mejorar el bienestar social no son compartidas por las y los activistas ambientales. Personas que sin mala intención ven al movimiento como si se tratara de un grupo de seres apáticos por la sociedad que importan una agenda ambiental desde Europa.

En mi opinión, esto sucede porque creen que las consignas defendidas por el movimiento ambiental suelen oponerse a lo que ellos creen que hay que hacer para mejorar el bienestar social. Al creer dogmáticamente que sus recetas son las únicas posibles para transitar el camino hacia “el bienestar social”, creen que cualquier consigna que se oponga a estas recetas obstaculiza por transitividad la búsqueda del bienestar per se. Esto, para mí, evidencia la existencia de una pereza mental colectiva donde nadie concibe la posibilidad de que quizás, sus recetas ya no sean válidas ante un nuevo contexto y desafíos emergentes. Si el clima nos está imponiendo dejar de prender el horno, quizás debamos pensar cómo cocinar de otras maneras.

Así, emergen críticas al movimiento por “obstaculizar al desarrollo con sus dogmas”. Pero es al revés, lo que hace el movimiento es justamente desnaturalizar los preceptos dogmáticos hegemónicos sobre cuáles son los caminos a transitar en la búsqueda del “progreso” social. Justamente, la naturaleza de las críticas sistémicas es como preguntarse si la Tierra podría no ser plana en un contexto donde todavía la mayoría cree que sí.

Creatividad y soluciones: propuestas antagónicas

El movimiento no se limita a una crítica vacía y una oposición simplista. En el cuestionamiento a lo establecido surgen necesariamente nuevas alternativas, propuestas y soluciones. La necesidad de cambiar y la imposibilidad de seguir como hasta ahora obliga a la formulación de propuestas. En ese sentido, surgen ejemplos de literaturas como la Economía Circular, que intenta replicar las lógicas de la naturaleza donde nada se tira y todo se transforma.

Lógicamente, no hay unanimidad sobre hacia dónde ir, lo cual genera propuestas antagónicas y debates muy profundos: por un lado, están quienes creen que la solución puede encontrarse dentro del capitalismo, mediante el impulso a la tecnología y la innovación radical en todas las industrias: reemplazar las energías fósiles por renovables, los autos a combustión por autos eléctricos, la eficiencia de las maquinarias, la alimentación…

Por otro lado, están quienes entienden que el problema es de raíz. Un sistema que dependa del crecimiento para generar bienestar y prosperidad es un sistema insostenible. El crecimiento no puede ser indefinido y nuestro norte no puede ser la acumulación material. Siempre y cuando el estímulo que movilice los destinos de la sociedad sea la acumulación económica, la puja de intereses siempre se va a dirimir en favor del grupo que más poder tenga, en detrimento del beneficio social.

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En este sentido, uno de los textos más fascinantes de la carrera de Economía es “La Teoría de los Sentimientos Morales”, de Adam Smith, quien paradójicamente es considerado el padre de la economía que impulsa este crecimiento indefinido. El autor dice que las personas, inseguras internamente y con poco autoconocimiento, actúan motivadas en la búsqueda de la distinción y el reconocimiento como forma de recibir aprobación externa por parte de la sociedad. Persiguen la riqueza y la grandeza para sentirse seguros, para vencer sus inseguridades internas.

Este comportamiento de buscar aprobación externa creyendo que nos traerá bienestar lo llama “engaño al placer”. Un engaño que, según dice, es funcional a la sociedad ya que la puede beneficiar en su conjunto y llevarla al progreso colectivo:

“Este engaño sobre el placer que brinda la riqueza y la grandeza mueve la industria y el progreso: lleva a fundar ciudades, abrir bosques y caminos, inventar. Aunque sólo buscan su conveniencia, los ricos emplean a otros y dividen con los pobres estas mejoras, guiados por mano invisible, promoviendo el interés de la sociedad sin saberlo.” O sea, el capitalismo se sustenta por el engaño al placer.

El debate está abierto hoy más que nunca. Lo único que está claro es que así no es posible seguir: si en el siglo XXI actuamos como en el siglo XX no habrá siglo XXII. Para cambiar es necesario abrirse y dejar de lado los dogmas. Las teorías son hijas de su tiempo y las recetas que quizás fueron válidas en otro contexto global ya caducaron para el mundo actual. Debemos involucrarnos y participar. Los cambios son colectivos y el futuro será verde (o no será).

No es una producción propia, la fuente es Juan Ignacio Arroyo es Economista (UNLP & HHN). Especializado en Energía y Ambiente. Docente y divulgador para Diario Infobae (Argentina)

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