Se necesita más ecología y menos ecologismo estigmatizador

Las palabras conforman el discurso oral o escrito que las diversas culturas utilizan para llamar a las cosas. Son mucho más que sonidos: constituyen realidades, construyen sociedad y relatos; moldean la mente para convertirse en pensamientos o acciones. A través de ellas se puede edificar aunque también destruir

Contaminaciones 17/03/2022
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Sin desconocer la “ecoansiedad” que provoca el alarmante estado en que se encuentra nuestro planeta, que el cuidado del ambiente no fue prioridad para las industrias hasta hace pocos años, que hay actividades y productos más dañinos que otros, voy a enfocarme en la intencionalidad de diversos grupos que crean ciertas palabras con premeditación y las manipulan para imponer verdades que a fuerza de repetición bloquean toda posibilidad de razonamiento.

Me refiero a los creadores de una nueva RAE, la Real Academia de Ecología, que, animados por el auge del lenguaje inclusivo, utilizan un lenguaje exclusivo, explosivo.

En la campaña #Basta de Venenos varios famosos afirman que la Argentina es el país que más “agrotóxicos” utiliza por persona por año en el mundo. Esgrimen que “estos venenos perjudican a los ecosistemas y la biodiversidad y está demostrada su existencia en nuestros cuerpos, en el agua que tomamos, en los alimentos que comemos, en el aire que respiramos”.

Intentan convertir palabras en sinónimos. Pero cuando hablan de agrotóxicos en realidad refieren a fitosanitarios, que son sustancias destinadas a prevenir, combatir o erradicar diferentes plagas o enfermedades que afectan a las plantas; como lo son los remedios para los humanos –que también dejen huella en nuestros organismos– y, siguiendo el mismo lineamiento, debieran ser denominados farmacotóxicos. Los fitosanitarios han sido aprobados después de muchos años de testeos estrictos y con un uso correcto a campo distan de ser peligrosos. Meter a todos los productos agropecuarios en la misma bolsa denota no solo desconocimiento, sino también intencionalidad.

Centenares de famosos también apoyaron la campaña “#Mirá” en rechazo de la exploración –no la explotación– de hidrocarburos offshore en el Mar Argentino. La mera visión de playas teñidas de negro petróleo y los mares llenos de peces muertos esgrimida es estremecedora. El miedo es un catalizador del sentido común (Vladimir Putin dixit).

¿Ser “famoso” asegura la veracidad de lo que se diga? No se trata de recortar la libertad de expresión y restringir el derecho de terceros a decir desatinos. Pero, conscientes de su ascendencia sobre algunas personas, debieran cuidar sus palabras. Difícil en un país de opinólogos en el que todos somos ministros de economía, técnicos de futbol y ahora expertos en manejos de incendios y ecologistas.

Instalar miedo e inseguridad sobre los alimentos que consumimos y hasta sobre el aire que respiramos es, cuando menos, temerario. El uso mántrico y agorero de neologismos para encandilar a los neófitos sin los conocimientos para tamizar lo cierto multiplica argumentos falaces basados en prejuicios, y corre el debate de lo científico.

La mayoría de las personas no se guían por el análisis racional de la evidencia, sino por sus emociones y sus prejuicios. El pathos por sobre el logos. En tiempos de posverdad el relativismo social hace que las interpretaciones se impongan sobre los hechos duros y así el lenguaje manipulado crea una nueva realidad.

La demonización es una técnica retórica e ideológica de desinformación o alteración de hechos y descripciones que consiste en presentar a ciertas cuestiones como malas y nocivas (y también como forma de vindicarse positivamente de quien la aplica).

Un centenar de premios Nobel, galardonados principalmente en las categorías de Química y Medicina, urgieron a una combativa ONG verde a “reconocer las conclusiones de instituciones científicas competentes” y “abandonar su campaña contra los organismos modificados genéticamente en general y el arroz dorado en particular”. Este arroz es una variante con sus genes modificados para producir un precursor de la vitamina A, cuya carencia aumenta el riesgo de padecer ceguera en 250 millones de niños.


 Hay que detener la oposición basada en emociones y dogmas, en contradicción con los datos; son tan seguros como cualquier otro, según las evidencias científicas.

según la Organización Mundial de la Salud.


Años atrás, un activista –hoy fallecido– llegó a denunciar que en Andalgalá, Catamarca, morían por cáncer óseo cinco niños por año por culpa de la “megaminería extractivista”. El Registro Oncopediátrico Hospitalario Argentino (basado en lugar de residencia) desmintió la denuncia. La incidencia de cáncer infantil era concordante en todo el país.

Algunos militantes del ecologismo cultivan su propia narrativa y autopercepción intentando construirse a sí mismos como dueños del bien absoluto y de una supuesta superioridad moral. Y para ello se valen del uso del lenguaje. El modo de usarlo se ha transformado en una toma de posición que implica, tácitamente, el descrédito del otro, que ya no es el otro sino lo otro, lo opuesto.

El hecho de que recurran a una lógica dialéctica que intenta fundar los hechos más en el verosímil que en la veracidad nos hace pensar cuántas otras “verdades aceptadas” pueden no ser tales. ¿Son agrotóxicos, transgénicos, megaminería, sojización, modelo energético fosilista o privatización de la naturaleza malas palabras o malos conceptos per se? ¿Son formas correctas de denominar ciertas actividades o se invocan con alguna carga ideológica, intencionalidad política, deliberado alarmismo o en la búsqueda de un prohibicionismo a ultranza?

Es necesario un debate amplio, basado en la ciencia y no en la mera retórica, que permita la desmitificación de ciertos supuestos. En tiempos de “grietas” en los que es cada vez más difícil aceptar las disidencias, los conflictos se deben administrar con sensibilidad pero también con razonabilidad y objetividad –con indicadores cuantificables y verificables–.

El uso deliberado de ciertas palabras convenidamente imprecisas le hace daño no solo al ambientalismo, sino también a las posibilidades de desarrollarnos. Si dimensionáramos el poder de la palabra como herramienta de comunicación para la transformación de nuestras realidades, podríamos acercarnos a una Argentina mejor.

Debemos dejar de lado las ideologías y alumbrar ideas concretas que nos permitan progresar. Es necesaria más ecología y menos ecologismo estigmatizador. Se debe aspirar a la verdad y alejarse de una ambigua neolengua orwelliana que pretende limitar el radio de acción de la mente. Es imperioso sostener la sustentabilidad desde la ecuanimidad. El largo camino entre la posibilidad y la certeza no debe transitarse utilizando palabras y conceptos que intentan presagiar catástrofes. El uso racional de las palabras es imprescindible para el desarrollo de nuestro país.

No es una produccion propia, la fuente es el Diario La Nacion (Argentina)

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