¿Qué van ustedes a decirles a sus nietos?

Ante el desastre climático que se avecina, algunos abogan por una "adaptación profunda". Pero lo que se necesita en realidad es una "transformación profunda".

Cambio Climático 04/01/2023 Marcos Bach Marcos Bach
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MarcosBach

De vez en cuando, la historia se las compone para obligar a la gente a hacer frente a un imprevisto encuentro moral con el destino. En la década de 1930, cuando Adolf Hitler llegó al poder, aquellos que apartaron la vista para no ver cómo se apaleaba a los judíos por las calles no se esperaban a que sus nietos, unas décadas más tarde, les espetaran: "¿Por qué no hicieron ustedes nada cuando todavía había alguna posibilidad de detener el horror?”.

Así abre el debate ecohabitad.org, nos encontramos de nuevo con algo parecido. El destino de las generaciones futuras está en juego, y cada uno de nosotros debe estar preparado a tener que hacer frente algún día a la posteridad y verse obligado a responder a la pregunta: “¿Qué hicieron ustedes cuando se dieron cuenta de que estaban jugando con nuestro futuro?".

A menos que usted haya estado viviendo bajo una roca en los últimos meses, o que reciba su actualización de noticias exclusivamente de Fox News, se habrá enterado sin duda de que el mundo se enfrenta a una grave, acelerada y descontrolada emergencia climática. El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) ha emitido un comunicado advirtiendo a la humanidad de que solo disponemos de 12 años para cambiar las cosas antes de rebasar el punto de no retorno.

Los gobiernos siguen con su palabrería, ignorando el estruendo de las sirenas. Las promesas que hicieron en 2015, cuando el Acuerdo de París, implican un aumento de la temperatura de tres grados centígrados, lo cual amenaza de nuestra civilización, y ni siquiera están cumpliendo con lo que se comprometieron. Para muchos, la grave advertencia del IPCC es incluso demasiado conservadora porque no toma en cuenta los puntos de inflexión del sistema terrestre, cuyos efectos de retroalimentación podrían provocar aumentos de las temperaturas muy por encima de lo que prevén los peores escenarios del IPCC.

Está empezando a cundir el pánico ante el desastre que se avecina. Libros como La Tierra inhabitable de David Wallace-Wells presentan un panorama tan aterrador que algunos consideran que nos encontramos ya en situación de Game Over - se acabó la partida. Estamos ante un nuevo y curioso fenómeno: mientras los grandes medios de comunicación optan por ignorar la catástrofe inminente, hay cada vez más gente que comparte la opinión de los que dicen que ya es “demasiado tarde” para salvar a la civilización. Está empezando a arraigar el concepto de Adaptación Profunda que propone Jem Bendell, según el cual "nos enfrentamos a un colapso inevitable de la sociedad a corto plazo" y, por consiguiente, debemos estar preparados a que se produzcan “desórdenes, inseguridad y la quiebra de la vida normal".

Hay mucho de cierto en este diagnóstico de la situación, pero marca un rumbo arriesgado. Lleva a la gente a prepararse para lo peor en lugar de pensar en cambios estructurales, políticos y económicos, con lo que la Adaptación Profunda amenaza con convertirse en una profecía que acarrea su propio cumplimiento, incrementando el riesgo de colapso al diluir los esfuerzos por transformar la sociedad.

Dirigiéndonos hacia el desastre

No estoy para nada en desacuerdo con las funestas evaluaciones de la situación. De hecho, si no nos ceñimos a la emergencia climática y ampliamos un poco el foco, las cosas están todavía peor. La degradación del clima es solo un síntoma de una crisis mucho mayor: la catástrofe ecológica que está teniendo lugar en todos y cada uno de los dominios del planeta Tierra.

Los bosques tropicales están siendo diezmados para dar paso a extensos monocultivos de trigo, soja y aceite de palma. Los océanos se están convirtiendo en vertederos y algunas proyecciones indican que para 2050 van a contener más plástico que peces. Poblaciones enteras de animales están siendo borradas del mapa. Los insectos, que constituyen la base de nuestro ecosistema global están desapareciendo: el número de abejas, de mariposas y de innumerables especies se encuentra en caída libre. Nuestro planeta está siendo asolado por el consumo insaciable de la humanidad, y ya no queda mucho por depredar.

Los paladines de la Adaptación Profunda también están en lo cierto cuando afirman que los cambios incrementales son totalmente insuficientes. Incluso si se llegase a establecer un precio global para el carbón y nuestros gobiernos invirtiesen en energías renovables en lugar de seguir otorgando subsidios a la industria de los combustibles fósiles, nos quedaríamos muy cortos. La dura realidad es que, en lugar de acercarnos al cero neto, el año pasado las emisiones globales alcanzaron. Exxon, la mayor compañía petrolera del mundo que cotiza en bolsa, anunció con orgullo no hace mucho que está doblando sus operaciones de extracción de combustibles fósiles. Y donde quiera que se mire, ya sea el transporte aéreo, el transporte naval o el consumo de carne de res, la fuerza que nos está llevando irremisiblemente a una catástrofe climática continúa acelerándose. Para colmo, con unos niveles de destrucción ecológica y de emisiones globales que son ya insostenibles, la expectativa es que la economía mundial triplique su volumen en el año 2060.

El motivo principal de esta alocada carrera hacia el desastre es que tenemos un sistema económico basado en el crecimiento contínuo - en la necesidad de ir consumiendo los recursos de la tierra a un ritmo cada vez mayor. Nuestro mundo está dominado por corporaciones transnacionales, que ocupan hoy sesenta y nueve puestos en el ránkin de las cien economías más grandes del mundo. El valor de estas corporaciones se basa en las expectativas, por parte de los inversores, de que van a seguir por la senda del crecimiento continuo - objetivo que deben lograr a cualquier precio, incluido el bienestar futuro de la humanidad y de la tierra misma.

Se trata de un gigantesco Esquema del que apenas se habla porque las corporaciones, junto con la mayoría de los gobiernos, son también propietarias de los principales medios de comunicación. Las verdaderas discusiones sobre el futuro de la humanidad no llegan nunca a la mesa de debate. Incluso un objetivo de política tan ambicioso como el Green New Deal – el paquete de estímulo económico propuesto en Estados Unidos que apunta a abordar el cambio climático y la desigualdad económica -, que ha sido rechazado por la mayoría de expertos oficiales como totalmente impracticable, sería insuficiente para darle un vuelco a la situación ya que no reconoce la necesidad de que la economía deje de depender de un crecimiento interminable.

¿Adaptación Profunda o Transformación Profunda?

Ante este estado de cosas, comprendo perfectamente por qué los partidarios de la Adaptación Profunda se desesperan y deciden prepararse para el colapso. Pero creo que es incorrecto dar por hecho que ya es demasiado tarde y que el colapso es "inevitable". Tal vez sea demasiado tarde para las mariposas monarca, cuya población se ha reducido un 97% y se encaminan a la extinción. Demasiado tarde también, probablemente, para los arrecifes de coral, que se estima que no van a sobrevivir más allá de mediados de siglo. Demasiado tarde, claramente, para los refugiados climáticos que andan huyendo desesperados de sus hogares, para encontrarse luego con que aquellos cuyo bienestar supuestamente amenazan les rechazan, les explotan y les deportan. Hay mucho de lo que lamentarse de esta catástrofe que se está produciendo - y lamentar las pérdidas que ya estamos teniendo es parte esencial de nuestra respuesta. Pero mientras pasamos el proceso del duelo, tenemos que actuar - no podemos rendirnos ante falsas creencias en lo inevitable.

El derrotismo frente a probabilidades abrumadoras es algo que a lo que personalmente soy muy reacio, tal vez por el hecho de haber crecido en el Reino Unido de la posguerra. En los oscuros días de 1940, la derrota parecía inevitable: los nazis barrían Europa y amenazaban con invadir Gran Bretaña de manera inminente. Para muchos, el rumbo que aconsejaba la prudencia era negociar con Hitler y convertir al Reino Unido en un estado vasallo - estrategia ésta que casi prevaleció en una fatídica reunión del Gabinete de Guerra de mayo de 1940. Cuando años más tarde, siendo yo adolescente, trascendieron los detalles de esta reunión del Gabinete, recuerdo el escalofrío que me recorrió las venas. Como hijo de una familia judía, me di cuenta de que probablemente debía mi existencia a aquellos que eligieron superar la desesperación y seguir luchando en un enfrentamiento aparentemente imposible.

Una lección a sacar de esto - y de otros muchos episodios históricos - es que la historia rara vez avanza en línea recta durante mucho tiempo. Suelen producirse giros inesperados que solo cobran sentido cuando se analizan posteriormente. Tarana Burke se pasó diez años usando la frase "yo también" para concienciar acerca de las agresiones sexuales, sin saber que algún día ayudaría a derribar a Harvey Weinstein y a impulsar un movimiento social para cambiar normas culturales abusivas. Los cambios de juego inesperados forman parte de la historia y se dan en todas partes. Nadie puede predecir con precisión cuándo va a producirse la próxima caída del mercado de valores, y ya no digo cuándo se desmoronará nuestra civilización.

Hay una segunda lección, igual de importante, que podemos sacar de las transformaciones no lineales que se verifican a lo largo de la historia, como el sufragio universal femenino o la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo. Dichas transformaciones no solo suceden por razones intrínsecas, sino que son el resultado de determinadas acciones por parte de una masa crítica de ciudadanos conscientes de que algo anda mal y que, independientemente de los obstáculos aparentemente insuperables que tienen ante sí, siguen adelante impulsados por un sentido de urgencia moral. Si somos parte de un sistema, todos participamos colectivamente en cómo evoluciona ese sistema, lo sepamos o no y lo queramos o no.

Paradójicamente, la precariedad de nuestro sistema actual, que se está tambaleando sobre los pilares de una desigualdad brutal y la devastación ecológica, incrementa el potencial para un cambio estructural profundo. La investigación en sistemas complejos revela que, cuando un sistema es estable y seguro, es muy resistente al cambio. Pero cuando sus vínculos internos empiezan a soltarse, es mucho más probable que pueda llevarse a cabo el tipo de reestructuración profunda que precisa.

Lo que necesitamos en este momento no es una Adaptación Profunda, sino una Transformación Profunda. La difícil situación en la que nos encontramos está pidiendo a gritos a quien quiera escucharlo que hay que cambiar los cimientos de nuestra civilización si queremos conservar algo que se parezca a un planeta sano en la última parte del presente siglo. Necesitamos pasar de una civilización basada en la riqueza a una basada en la vida: un nuevo tipo de sociedad fundada en principios que afirmen la vida - lo que a menudo da en llamarse Civilización Ecológica. Necesitamos un sistema global que le devuelva el poder a la gente; que ponga freno a los excesos de las corporaciones globales y la corrupción gubernamental; que sustituya la locura del crecimiento económico infinito por una transición justa hacia una economía estable y equitativa que optimice el florecimiento humano y medioambiental.

Nuestro encuentro moral con el destino

¿Qué esto parece poco probable? A mí también me lo parece, pero "probabilidad" dista mucho de "inevitabilidad". Como señala Rebecca Solnit en Hope in the Dark, la esperanza no es ningún pronóstico. Tomar una postura optimista o pesimista sobre el futuro puede ser una excusa para el escaqueo. El optimista dice: "Todo saldrá bien, así que no necesito hacer nada". El pesimista responde: "Nada de lo que haga cambiará la situación, así que no voy a perder el tiempo intentándolo". La esperanza, por el contrario, no consiste en evaluar probabilidades. La esperanza es un estado mental activo, un reconocimiento de que los cambios no son lineales, que son impredecibles y que surgen de la voluntad en que se basa el compromiso.

A esta visión de la esperanza responde Bendell haciendo una comparación con un paciente terminal de cáncer. Sería cruel, sugiere, decirle a este paciente que siga teniendo esperanza, empujándole a "pasar sus últimos días luchando y negándose a la evidencia, en lugar de descubrir lo que para él podría resultar importante tras la aceptación de su situación". Pero ésta es una falsa equivalencia. Una situación de cáncer terminal cuenta con un historial estadístico, fruto de los resultados de muchos miles de casos similares. Nuestra situación actual, en cambio, es única. No disponemos de datos históricos acerca de miles de civilizaciones globales que hayan llevado a sus ecosistemas planetarios hasta el punto de ruptura. El nuestro es el único caso que conocemos, y sería sinduda una neglicencia por nuestra parte rendirnos sobre la base de una serie de proyecciones. Si a su mamá un médico le dijera: “Este cáncer es único y carecemos de experiencia para establecer un pronóstico. Podemos intentar cosas, pero no sabemos si van a funcionar o no", ¿le aconsejaría usted que se rindiera y se preparara para la muerte? Yo tampoco pienso rendirme tan fácilmente con la Madre Tierra.

A decir verdad, el colapso está ya ocurriendo en distintas partes del mundo. No se trata de un interruptor binario de encendido/apagado. Es una realidad cruel que se apodera de los más vulnerables entre nosotros. La desesperación que están experimentando ya en estos momentos hace que sea aún más imperativo participar en lugar de dar por terminada la partida. Los millones de personas en África que se quedaron sin nada tras el paso del ciclón Idai, las comunidades que siguen todavía destruidas en Puerto Rico, los baobab milenarios que de pronto mueren en masa y las innumerables personas y especies que todavía no han sido devastadas por el ecocidio global, todos ellos necesitan de nosotros, que estamos en posiciones de relativo privilegio y poder, para que asumamos el reto y no para que levantemos desesperados los brazos en alto y no hagamos nada. Hoy se discute mucho sobre la demoledora diferencia que hay entre 1.5 y 2.0 grados en el calentamiento global. Por supuesto, también habrá una diferencia enorme entre 2.5 y 3.0 grados. Pero mientras haya personas en riesgo, y especies que luchan por sobrevivir, no será nunca demasiado tarde para intentar evitar un mayor desastre.

Esto es algo que muchos de nuestros jóvenes parecen saber intuitivamente, por vergüenza de sus mayores. Como declaró la quinceañera Greta Thunberg ante la ONU en Polonia en noviembre pasado, "nunca eres demasiado pequeña para cambiar las cosas... Imagénense lo que podríamos hacer todos juntos, si realmente quisiéramos". Thunberg se imaginó a sí misma en 2078 ante sus nietos. "Preguntarán", dijo, "¿por qué no hiciste nada mientras todavía se estaba a tiempo para actuar?".

Este es el encuentro moral con el destino con el que nos enfrentamos hoy cada uno de nosotros. Sí, todavía se está a tiempo para actuar. El mes pasado, inspirados por el ejemplo de Thunberg, más de un millón de escolares en más de cien países salieron a la calle para exigir acción por el cambio climático. Incluso Bendell, contradiciendo su propia narrativa de la Adaptación Profunda, dio su apoyo a la protesta. Y en Inglaterra, el año pasado, la Rebelión de la Extinción (XR) lanzó una campaña de desobediencia civil que bloqueó los puentes de Londres y exigió una respuesta acorde con la gravedad de la emergencia climática. Desde entonces, la campaña se ha extendido a otros 27 países.

Hay estudios que demuestran que una vez que el 3.5% de la población se compromete de manera estable con movimientos de masas no violentos para el cambio político, éstos invariablemente tienen éxito. Esto quiere decir 11.5 millones de estadounidenses dispuestos a salir a la calle, o 26 millones de europeos. Estamos muy lejos de esas cifras, pero ¿son realmente imposibles? Yo no mela jugaría apostando en contra de la capacidad de transformación de la humanidad, o del poder de regeneración de la naturaleza. XR está planeando acciones directas a escala global (como la semana del 15 de abril pasado) como primer paso hacia una rebelión mundial coordinada contra este sistema que está destruyendo la esperanza de futuro. Podría ser el inicio de otro de los giros que se dan en la historia. ¿Quieren ustedes poder mirar a los ojos a sus nietos? Yo también.

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