Sin glaciares, no hay Equilibrio

¿Qué son realmente los glaciares? ¿Por qué su desaparición pone en jaque al planeta? ¿Qué consecuencias enfrentamos si no actuamos ya?

Agua y Glaciares04/08/2025Marcos BachMarcos Bach
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MARCOS BACH

Sin los glaciares, el mundo que conocemos no existiría. Esta afirmación, que puede sonar categórica, resume una verdad profunda y urgente: los glaciares son pilares fundamentales del equilibrio climático y ecológico de la Tierra. No son simplemente bloques de hielo relegados a las cumbres más altas o a los confines polares del planeta, sino auténticos sistemas vivos que cumplen funciones clave para la vida en todas sus formas. Su derretimiento, cada vez más acelerado por la acción humana, no es sólo un síntoma del calentamiento global: es una alarma encendida sobre nuestro futuro inmediato.

A lo largo de millones de años, los glaciares han modelado continentes, excavado valles y esculpido cordilleras. Pero más allá de su papel geológico, hoy representan una de las reservas de agua dulce más importantes del planeta. Aproximadamente el 69% del agua dulce de la Tierra se encuentra atrapada en forma de hielo, gran parte de ella en glaciares y capas polares. Esta gigantesca reserva, contenida en equilibrio natural, es la que alimenta a miles de ríos y lagos, regula el caudal de muchas cuencas hídricas y permite que zonas áridas o semiáridas cuenten con agua durante todo el año. Sin ella, no sólo peligran los ecosistemas fluviales, sino también la supervivencia humana en regiones enteras que dependen de esos caudales para beber, producir alimentos y sostener su economía.

Los glaciares son además esenciales para moderar la temperatura del planeta. Actúan como reguladores climáticos naturales, reflejando una gran cantidad de radiación solar de vuelta al espacio gracias a su color blanco y su alta capacidad de albedo. Este fenómeno ayuda a evitar que la Tierra se sobrecaliente. A medida que los glaciares se derriten, el hielo es reemplazado por superficies más oscuras como el agua líquida o el suelo expuesto, que absorben mucho más calor y aceleran el calentamiento global. Se genera así un círculo vicioso: el aumento de las temperaturas derrite los glaciares, y la pérdida de glaciares incrementa aún más el calentamiento.

Este desbalance tiene consecuencias graves y visibles. En las últimas décadas, el retroceso de los glaciares ha sido dramático en todas las latitudes. Desde los Alpes europeos hasta los Andes sudamericanos, desde el Himalaya hasta Alaska, las masas de hielo están disminuyendo de forma alarmante. Según datos del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), muchos glaciares están destinados a desaparecer completamente en las próximas décadas si las emisiones de gases de efecto invernadero no se reducen de manera drástica. Este retroceso, además de ser un síntoma del calentamiento, es también una causa del mismo, dado que durante miles de años los glaciares han funcionado como sumideros de carbono: almacenan CO₂ y metano en burbujas de aire atrapadas en su interior. Cuando se derriten, esos gases son liberados a la atmósfera, agravando aún más el cambio climático.

Pero la importancia de los glaciares no se limita al clima o al agua. Son verdaderos sostenes de la biodiversidad. En sus entornos únicos se desarrollan ecosistemas que no pueden existir en ningún otro lugar. Especies de plantas, hongos, insectos y microorganismos han evolucionado para sobrevivir en estas condiciones extremas, adaptándose a temperaturas gélidas, baja presión y alta radiación. Muchas de estas formas de vida podrían desaparecer con la pérdida de su hábitat glaciar, afectando las cadenas alimenticias locales y provocando desequilibrios ecológicos difíciles de predecir. Además, los glaciares alimentan humedales, turberas, bosques de altura y zonas de transición que albergan una enorme diversidad de aves, mamíferos y peces. Son, en definitiva, nodos vitales en las redes ecológicas de montaña, y su desaparición impacta en cascada en múltiples niveles del ecosistema.

La agricultura, otra de las actividades humanas más directamente dependientes del agua, también se ve amenazada por el retroceso glaciar. En muchas regiones del mundo, el deshielo estacional de los glaciares garantiza la irrigación de los campos y la hidratación del ganado durante los meses secos. Sin ese aporte constante, los cultivos sufrirán estrés hídrico y la producción de alimentos caerá. Esto no sólo compromete la seguridad alimentaria local, sino que puede tener repercusiones globales en los precios de los alimentos, los flujos migratorios rurales y la estabilidad social en áreas vulnerables.

La situación en América del Sur es paradigmática. En países como Perú, Bolivia, Chile y Argentina, los glaciares andinos cumplen un papel insustituible. Son la fuente principal de agua para millones de personas, para las actividades agrícolas, mineras e industriales, y para la generación de energía hidroeléctrica. En ciudades como Lima, donde las precipitaciones son escasas y la población sigue creciendo, el agua de los glaciares representa un salvavidas. Su desaparición podría dejar a millones de personas sin acceso al agua potable. En Argentina, la Ley de Glaciares reconoce su importancia estratégica y prohíbe actividades que puedan afectarlos, pero los conflictos con industrias extractivas siguen siendo frecuentes, y la protección efectiva de estos ecosistemas aún enfrenta obstáculos políticos y económicos.

El problema no es únicamente local. A escala global, la pérdida de glaciares está elevando el nivel del mar, lo que pone en peligro a comunidades costeras, islas y ciudades enteras. Según la NASA, si todos los glaciares del planeta se derritieran, el nivel del mar subiría más de 60 metros. Aunque ese escenario extremo no se espera a corto plazo, ya se están registrando subidas de entre 3 y 4 milímetros por año, lo que contribuye a la erosión de costas, la intrusión salina en acuíferos y la pérdida de terrenos fértiles. Las consecuencias son especialmente graves para países del sudeste asiático, el Caribe y el Pacífico, donde millones de personas viven apenas unos metros sobre el nivel del mar.

Más allá de los datos fríos, los glaciares tienen un valor cultural, espiritual e identitario para muchos pueblos originarios y comunidades locales. Son considerados entidades sagradas, guardianes del agua y símbolos de la conexión entre el ser humano y la naturaleza. Su desaparición no sólo implica una crisis ambiental, sino también la pérdida de saberes ancestrales, de prácticas comunitarias y de vínculos simbólicos que han perdurado por generaciones.

Frente a este panorama, la urgencia de actuar no puede subestimarse. La protección de los glaciares requiere decisiones políticas valientes, inversión en ciencia y monitoreo ambiental, y una transición real hacia modelos energéticos sostenibles. El abandono progresivo de los combustibles fósiles, la reducción del consumo desmedido, la restauración de ecosistemas degradados y el respeto por los ciclos naturales deben dejar de ser aspiraciones idealistas para convertirse en compromisos concretos. Asimismo, es imprescindible fortalecer la educación ambiental, para que las nuevas generaciones comprendan que lo que está en juego no es un paisaje lejano o un fenómeno ajeno, sino su propio futuro.

A corto plazo, el impacto de la pérdida glaciar se manifestará con más frecuencia en forma de sequías extremas, inundaciones repentinas por el colapso de represas naturales, conflictos por el agua y desplazamientos poblacionales. En los próximos dos años, muchas regiones del mundo experimentarán los primeros efectos críticos de este proceso: caída en la producción agrícola, encarecimiento de servicios básicos, aumento de enfermedades relacionadas con la escasez de agua y una presión creciente sobre los sistemas urbanos. En términos económicos, los costos serán enormes: reconstrucción de infraestructuras, subsidios para sectores afectados, pérdida de productividad y mayor riesgo financiero ante eventos climáticos extremos.

Sin glaciares, no hay equilibrio. Es una frase sencilla, pero llena de sentido. Porque estos gigantes blancos no sólo son testigos del tiempo geológico, sino garantes silenciosos de la vida en el presente. Protegerlos es protegernos. No hay adaptación posible sin una acción decidida para frenar el calentamiento global. No hay futuro sostenible sin hielo en las montañas. Los glaciares están hablando. ¿Estamos dispuestos a escucharlos?

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