“Colapsología”: ¿horizonte, espejismo, abismo?

No nos imaginábamos una pandemia y ¡aquí está!; con el colapso ¿ocurriría igual?

Noticias Generales 09/02/2021
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Pablo Servigne y Raphaël Stevens son los autores del libro “Colapsología” (Arpa & Alfil Editores, S.L., Barcelona, 2020, 247 páginas), que aquí reseño. En su portada se presenta con este mensaje “El horizonte de nuestra civilización ha sido siempre el crecimiento económico. Pero hoy es el colapso”.

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La publicación de este libro nos ofrece una gran oportunidad para abordar correctamente un asunto del que depende nada menos que la supervivencia de nuestra especie y, más en concreto, para asumir la elaboración de una estrategia y táctica efectiva para lograrlo, de lo cual, en este momento, estamos muy alejados pese a que el tiempo se nos echa encima a toda velocidad. De ahí también la importancia y urgencia de que atendáis a mis propuestas para conseguirlo.

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El capitalismo y sus estados burgueses nos han ido haciendo creer que están hechos “a prueba de bomba”, que “aguantan lo que les eches”, que siempre acaban poniéndose de pie, recuperándose, saliendo adelante, sean sus “tropiezos” a cuenta de crisis económicas (incluso a escala mundial), sus “riñas” a cuenta de las guerras (hasta mundiales), y sus “aguafiestas” a cuenta revoluciones que consigue aplastar o empujarlas a su degeneración, o integrar a quienes en alguna medida les cuestionan hasta hacerlos funcionales a la “buena” marcha del sistema (sindicatos, partidos de izquierda, movimientos sociales, ONGs, etc.).

Ha sido así, al punto de que en los años 90 del siglo pasado se atrevieron a cantar el “fin de la historia”, pues con el capitalismo y su “democracia” ya no cabría esperar algo cualitativamente distinto para la Humanidad; en adelante, sería “más de lo mismo”, aunque en versión “mejorada”.

De modo que sobraba “liarse la manta a la cabeza” pensando en cómo superar el capitalismo mediante el socialismo-comunismo. Sin embargo, sigue habiendo gente que se empeña en hacerlo, y con mucho éxito. Pero lamentablemente las cosas tampoco serían tan “sencillas” como eso.

Por ello terminaba yo mi anterior artículo, dedicado a las posibilidades técnicas ya efectivas de una planificación económica democrática socialista con el interrogante “¿Nuestro gozo en un pozo?”. Y lo decía porque bien pudiera ser que, no habiendo desarrollado esa tecnología la clase trabajadora (al menos durante la segunda mitad del siglo XX), gracias a haber tomado el poder político (mediante previa revolución) a escala más o menos planetaria, resultase que esa tecnología hubiese llegado demasiado tarde para la Humanidad, y que nosotros llegaríamos todavía más tarde (dada nuestra completa postración política actual, además de crisis teórica, orgánica, etc.) para implementarla desde el poder de los trabajadores/as. En tanto, el capitalismo habría “progresado” al punto de que incapaz, por su “metabolismo” (Dinero- Mercancía- Dinero más beneficio), de frenar y dar marcha atrás, nos conduciría, no sólo a su ruina (la tendencia a la baja de la tasa de ganancia llevada al extremo por el proceso de automatización del trabajo y su reducción de la plusvalía y por el encarecimiento de los insumos por su agotamiento: petróleo barato, gas natural, carbón, uranio…), sino al colapso de la civilización industrial (derrumbe de las condiciones materiales y medioambientales que la hacen posible).

De este modo, se cerraría definitivamente la ventana de oportunidad a desarrollar una civilización socialista-comunista, a la desaparición progresista de las clases sociales (en las condiciones del Paleolítico no las había) y a la extinción de todo Estado (el socialista, o el de un imperio como el romano, etc.). Colapso que no tendría por qué llevarnos a una especie de nueva “Edad Media” o más atrás, sino a la práctica desaparición de la especie a cuenta de una guerra nuclear, bacteriológica, química, cibernética (provocando el colapso económico de otro país aprovechando sus vulnerabilidades cibernéticas) en la lucha desesperada por “sálvese quien pueda”, “yo primero”, etc. De manera que no estaríamos en el “fin de la historia” gracias al capitalismo eterno, sino en la historia del fin.

Y a continuación leo el libro “Colapsología” que parece que ha tenido bastante eco en Francia.

No encontraréis ahí reflexiones socialistas como las de la parrafada anterior. Si bien, como veremos, eso es indicativo de una grave debilidad teórico-política y estratégica que se revela en la “salida” que ofrecen, también lo hace más accesible a un público muy amplio que necesita introducirse en este tema, y sirve para comprender algunos de los riesgos catastróficos, a una escala prácticamente apocalíptica, que está provocando el capitalismo, aunque los autores, sin duda humanistas y de intenciones progresistas (no son para nada neoliberales, apologistas del crecimiento capitalista, ni eco-fascistas), no tengan una orientación abiertamente anticapitalista, y menos eco-socialista, ni anarquista. Precisamente para compensar eso puede contribuir esta reseña.

Exponen los autores asuntos comunes a todos los que tratan la cuestión de la alta probabilidad o inevitabilidad del colapso.

En la primera parte del libro, se dedican a informar y profundizar sobre los límites infranqueables (agotamiento de tales o cuales recursos naturales) y las fronteras rebasadas (huella ecológica, calentamiento climático, contaminación, progresiva extinción de especies…), la extrema interdependencia mundial que ha creado el capitalismo (más en su fase globalizada) y con ello también su gran vulnerabilidad al efecto dominó (cae una pieza y arrastra a todas las demás), tanto por sus contradicciones internas (crisis económicas, consecuencias de una guerra…) como por el efecto que pueda tener en él las crisis de recursos y medioambientales dada la extraordinaria interrelación en la biosfera de la naturaleza inerte (clima, agua, etc.) y la vida (agricultura, especies de las que dependemos…).

En la segunda parte, atienden al complicado asunto de la predicción, los modelos prospectivos con la ayuda de potentes computadoras, los tiempos, los ritmos, el modo o los modos como llegaría el colapso.

En la tercera parte, se centran en el serio problema de tomarnos el asunto en serio, creérnoslo, adaptar nuestra mentalidad a ese horizonte y actuar en consecuencia. Esto es lo más difícil, pues si el colapso fuese, como dicen los autores, inevitable, eso ya no es un problema que tenga una solución, sino una situación ante la que no hay más “alternativa” que adaptarse, como ante la muerte de un ser querido porque ya había llegado a su límite de vida natural, su aceptación, el proceso de duelo (por la civilización y desarrollo perdidos), y ajuste a la “nueva normalidad”.

Lo que hace que el libro sea tan accesible para el “sentido común” dominante (determinado por la ideología dominante, o sea la de la clase dominante, esto es, la burguesía) es que analiza la actual civilización industrial como un producto del avance científico-técnico, sin más, y no de unas relaciones sociales que determinan el modo de producción. Es decir, que no estamos ante una civilización industrial sin más, sino ante una civilización industrial capitalista (no socialista) lo que marca la diferencia, tanto como que una hoja de metal afilada sea diseñada para la mayor eficiencia en la cocina o en la lucha entre humanos. Aunque usan la denominación “capitalista”, no caracterizan bien a la sociedad capitalista y su Estado burgués, su naturaleza de clase, sus contradicciones. La clase trabajadora brilla por su ausencia. Por eso tampoco reconocen a las clases sociales que luchan en su interior, y las fuerzas sociales que pueden generarse. De ahí que, a sus ojos, el resultado de sus contradicciones internas, límites y fronteras sobrepasadas, no pueda ser otro que el del colapso, pues no podría haber una salida, no podría surgir de ella una alternativa positiva que lo superase y diese una respuesta correcta a la cuestión de los límites y las fronteras. Y por consiguiente, que en la valoración del colapso vuelva a faltar ese análisis de clase y así depositen en él unas esperanzas ilusorias, como que el colapso capitalista pueda “dar a luz a una sociedad más sostenible, más amigable, más humana”, obviando que en el mejor de los casos seguirían existiendo las clases (con alguna explotadora y dominante) y su correspondiente Estado, pero que el escenario más probable sería reducir la Humanidad a unos pocos supervivientes (o ni eso), tras las luchas genocidas del periodo del colapso, invirtiendo en ello el potencial industrial que quedase.

Como he dicho al principio, tecnológicamente hablando, sería posible una sociedad industrial muy diferente a la capitalista, de tipo socialista-comunista, con democracia para la clase trabajadora y sectores populares y su economía planificada. Pero si esto no se contempla como hipótesis, pues ni siquiera se parte de un análisis de clase de la actual sociedad industrial (capitalista), ni del potencial que tendría un cambio revolucionario para abordar correctamente los límites de recursos y las fronteras medioambientales, no se puede reconocer (ni en las mejores condiciones), una salida al capitalismo, pues su marcha sería imparable hasta despeñarse por el colapso.

Al no poder ofrecer una alternativa social al capitalismo y su Estado, el colapsismo, pese a sus críticas, resulta ser un oponente tolerable para el sistema (como los sindicatos, partidos de izquierda, movimientos sociales, ongs…), pues no pretende levantar una fuerza social que cuestione el poder de la burguesía (clase capitalista) y su Estado, sino sólo inspirar el esfuerzo por adaptarnos a un destino supuestamente inevitable que, en realidad, no sería ni remotamente tan positivo como creen o desean estos colapsistas. En tanto, se deja a la burguesía con las manos libres para seguir dominando y destruyendo nuestras posibilidades.

Este fatalismo (realismo, lo llaman ellos), en nombre del realismo acabará descendiendo por la pendiente que, para “adaptarse” al colapso capitalista, terminará aceptando los genocidios. Yves Cochet, exministro de Medio Ambiente francés, escribió la nota final de la edición francesa y original del libro (titulada “Comment tout peut s’effondrer”) y posteriormente (según Daniel Tanuro) ha hecho algún comentario desenfadado al respecto de que la mitad de la población mundial desaparecerá en la década de los 2030 (Libération, 23-8-2017).

Daniel Tanuro en las páginas 107 a 111 de “¡Demasiado tarde para ser pesimistas! (La catástrofe ecológica y los medios para detenerla)” (Sylone y Viento Sur, Barcelona, 2020, 159 páginas), hace una buena crítica, en esta línea, a este libro de Servigne y Stevens; también apunta contra el que todavía no se ha publicado en España titulado “Une autre fin du monde est posible” (2018) que, en palabras de los autores, “explora herramientas psicológicas, emocionales, metafísicas y espirituales para tratar con las catástrofes”, como adelantan en el Epílogo del libro aquí reseñado (página 207).

Fuente: kaosenlared (.net)

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