
"No podemos confiar en la buena voluntad de las empresas que destruían la naturaleza en el pasado para que ahora la protejan"
Hablamos con Sandrine Feydel y Denis Delestrac, que han dirigido 'Banking Nature', un documental en el que investigan la comercialización de la naturaleza
Noticias Generales17/02/2021Sandrine Feydel es periodista en France 3, especializada en Economía y Ecología, autora de Prédation y realizadora del mediometraje documental Océanos de plástico. Denis Delestrac es un cineasta especializado en cine medioambiental, con películas como ‘Sand Wars’ o, más recientemente, Freightened, el precio real del transporte marítimo. Juntos, este tándem realizó en 2014 Banking Nature, una película sobre el precio de especular con la naturaleza en los mercados financieros y los ardides de las compañías para contaminar con las conciencias tranquilas.
Banking Nature, disponible en Filmin y proyectada en la primera edición de La Uni Climática, aborda diversos temas de esta agenda: los mercados de la biodiversidad, el sobreconsumo, el crecimiento capitalista desmedido o la especulación. Sin embargo, su tema con mayor fuerza es el greenwashing de las grandes compañías, que en calculadas campañas mediáticas ostentan una aparente sensibilidad sostenible de cara al consumidor. Otra estrategia muy presente hoy en el ámbito europeo se vertebra mediante el comercio de emisiones de carbono, donde en una perversa ‘barca sin pescador’ a la inversa, los empresarios se permiten contaminar más porque pagan para que en algún otro lugar del mundo se plante un bosque que compense dichas emisiones.
¿De qué manera nació este proyecto?
Sandrine Feydel: Fui a una conferencia sobre economía verde, no mucho tiempo después de la crisis financiera de 2008. Justo al final de la charla, en el tiempo de intervención, un hombre se levantó y denunció que en Estados Unidos algunas compañías privadas estaban a cargo de especies en peligro de extinción, que había mercados creados en torno a ellas y sus hábitats, y que estas empresas recibían el nombre de ‘biobancos’. Al principio pensé que quizás solo fuese un insensato, pero cuando me acerqué a hablar con él descubrí que era un académico que sabía bien lo que estaba diciendo. Entonces comencé a investigar por mi cuenta.
¿Cómo se consigue que temas tan técnicos tengan interés para el espectador?
Denis Delestrac: Hay que trabajar mucho el guion a nivel narrativo. Sandrine y yo nos las tuvimos que ingeniar para poner en imágenes conceptos tan económicos, y que estas formasen una historia comprensible y que tuviera ritmo e interés, sin corromper la realidad pero haciéndola legible mediante pedagogía. Es importante buscar empatía con el espectador, que pueda identificarse con la problemática, y se logra tocando su sensibilidad y haciéndole entrar en la película.
¿Qué han aprendido rodando Banking Nature?
S. F.: Pudimos aprender cómo los bancos y las instituciones financieras se interesan en comercializar con la naturaleza y la biodiversidad, que algunas grandes ONG sobre medio ambiente se encuentran dirigidas por antiguos banqueros, incluso banqueros corporativos; y que algunos economistas ya han puesto precio a servicios naturales.
Denis Delestrac y Sandrine Feydel
¿Y qué van a aprender los espectadores?
D. D.: La reacción del público ha sido extraordinaria: hay mucha sorpresa y mucha rabia cuando ven que estas esferas de las finanzas tocan hasta el último espacio que no se tendría que tocar. Enfurece también comprobar que los mismos que prácticamente habían quebrado la economía en 2008 se giraron hacia algo que debería ser sagrado: la fauna, la vida, todos esos espacios naturales. Y siempre operan bajo el mismo pretexto: «Lo que no tiene precio no tiene valor». Eso es un gran engaño: el aire mismo no tiene precio, pero sí tiene valor.
¿Cuál es el motivo real detrás de aquellas grandes empresas que intentan parecer eco-friendly?
S. F.: Algunas grandes empresas que aparecen en la película han actuado en contra de los intereses de la naturaleza y la gente. Han blanqueado sus acciones mediante greenwashing. Han mentido. No les interesa la naturaleza ni las personas, solo sus beneficios, a cualquier coste. Esto no refleja que sus cambios se deban al éxito de la presión del consumidor, solo prueba lo cínicas que algunas resultan.
¿Y cuál es la responsabilidad del consumidor?
D. D.: El público hace su trabajo cuando presiona, el consumidor consume menos si está concienciado, es algo que hemos visto con el aceite de palma. Personalmente creo que el consumidor tiene un rol, pero no debe asumir toda la responsabilidad: está bien que pueda manifestarse o decidir qué compra, pero la responsabilidad primera está en manos de quienes se dedican a la política, que deben regular, crear impuestos para las empresas que contaminen, aprobar leyes para la protección de las especies y el medio ambiente. Son las altas esferas las que tienen que tener papel de decisión. Sin embargo, también vemos que la política no es impermeable a la esfera corporativa.
El documental refleja cómo los organismos supranacionales se pliegan ante las políticas de las grandes empresas. ¿Por qué se adopta esta actitud con tanta frecuencia?
D. D.: La frontera entre el interés común que la clase política tiene que proteger, defender y mejorar, y el interés corporativo, es muy borrosa. Las grandes multinacionales también generan empleo, PIB, y a menudo son interlocutoras directas de quienes toman las decisiones a nivel político, sea a nivel municipal, nacional, internacional o europeo.
S. F.: El comisario de la Unión Europea fue cristalino cuando respondió a mis preguntas: no hay suficiente dinero público para invertir en la protección de la naturaleza y hacer cumplir las leyes. Necesitan a los fondos privados, a los bancos y a las grandes corporaciones.
También hemos visto que el comercio de derechos de emisión ha aumentado en los últimos años. ¿Es realmente lo mejor que podemos hacer para abordar el problema? ¿Por qué seguimos recurriendo a este tipo de soluciones?
S. F.: ¿Por qué siguen existiendo los paraísos fiscales? Porque son mecanismos rentables para algunos. Esta clase de instrumentos permiten retrasar cambios reales que pondrían en peligro a varias de estas grandes compañías.
¿Qué deben hacer las grandes corporaciones para ayudar realmente? ¿Dependemos tanto de ellas para tomar medidas frente al cambio climático?
S. F.: No, no dependemos de ellas. Hay diferentes ejemplos que muestran que las regulaciones públicas funcionan. No podemos confiar en la buena voluntad de algunas grandes empresas que destruían la naturaleza en el pasado para que ahora la protejan. Por fortuna, cada vez hay más compañías que han decidido incluir la biodiversidad y la huella de carbono en sus modelos de negocio.
D. D.: Las grandes empresas tienen que frenar su carrera hacia el crecimiento constante, continuo e infinito: vivimos en un planeta con recursos naturales limitados, y la velocidad de consumo y de impacto que tenemos como especie no se renueva tan rápidamente como las materias primas. Pero si nadie les pone freno, ellas no se van a ‘autocastigar’.
Desde la crisis de 2008 con las hipotecas ligadas a productos financieros tóxicos, hasta el reciente evento GameStop, hemos visto cómo buena parte del mundo de la bolsa ‘juega a perder’. ¿Cuál es el peligro de que los mercados se lancen a apostar sobre la naturaleza?
D. D.: Es un ejemplo de los riesgos en las finanzas. Una parte que dejamos fuera de la película fue cómo un banco verde podía comprar un ‘stock’ de unidades de una especie en peligro de extinción, emitir bonos relacionados con ellas y empezar a jugar. Y es algo que siempre vemos: cuando alguien no puede pagar su dinero, o se hunde, otra persona gana. Pero aquí se pierde mucho más: cuando se habla de vida estamos tocando realmente un tema fundamental. Especular con la vida de un animal, un bosque o un arrecife de coral ya es jugar con fuego, y estamos demasiado cerca de quemarnos. No es solo como 2008, que se quemaron los dedos los que jugaban, es que ahora puede arder todo el planeta.
En Banking Nature afirmáis que en 2030 podríamos necesitar dos planetas si sigue el patrón de crecimiento y consumo que ha caracterizado al capitalismo desde la Revolución Industrial. En la brecha de siete años que media entre la película y esta entrevista, ¿es mejor la perspectiva?
D. D.: ¿Tú qué crees? (risas) Mucha gente piensa que gracias a las películas ya sabemos más y, por tanto, podemos actuar, pero la acción tarda: somos una sociedad que solo reacciona cuando se encuentra muy al borde de la catástrofe, o incluso cuando ya nos hemos pegado contra el muro. Es complicado ser el portador de malas noticias, intentamos dar un poco de buena esperanza porque hay muchos documentales de denuncia que tocan temas arduos, y aunque estas películas de investigación sean cada vez más necesarias, el público tiene necesidad de entretenimiento: ya hay demasiado en el mundo que le molesta, que le da miedo, que no va bien… También es saludable para ellos buscar ese refugio. Sin embargo, decirle a los espectadores que las cosas van peor de lo que ellos creen, aunque resulte difícil, es algo necesario.
S. F.: La perspectiva no es mejor. La financiación de la naturaleza, que apenas comenzaba cuando estrenamos la película, se ha ido multiplicando. Hoy se esconde detrás de términos amables como ‘soluciones basadas en la naturaleza’. Pero la gente está, definitivamente, mucho más concienciada. Y eso son buenas noticias.
Fuente: Climatica.La Marea (.com)


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