"En términos ambientales estamos pisando el precipicio"

Walter Pengue es profesor de Economía Ecológica y Agroecología, y disciplinas vinculadas al ambiente en universidades nacionales y extranjeras. Promueve activamente la investigación y el trabajo sobre la producción sostenible de alimentos y el uso adecuado de los recursos naturales. "Si se quiere cambiar o al menos estabilizar un poco el sistema, es necesario hacer cambios drásticos de rumbo", afirma en esta entrevista realizada por Dolores Amat

Cambio Climático27/09/2021
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Walter A. Pengue es Ingeniero Agrónomo con orientación en Genética Vegetal, Magíster en Políticas Ambientales y Territoriales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), y Doctor en Agroecología, Sociología y Desarrollo Rural por la Universidad de Córdoba, España. Profesor de Economía Ecológica y Agroecología, y disciplinas vinculadas al ambiente en universidades nacionales y extranjeras, Pengue promueve activamente la investigación y el trabajo sobre la producción sostenible de alimentos y el uso adecuado de los recursos naturales. Fue miembro del Consejo Científico de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica y de su Board Mundial, Presidente de la Sociedad Argentino-Uruguaya de Economía Ecológica (2008-2010) y es conferencista internacional sobre temas ambientales, el sistema agroalimentario y los recursos naturales. Además, es Miembro Científico de varios paneles de las Naciones Unidas, entre ellos el Panel de los Recursos, el de economía de los ecosistemas y la biodiversidad, Agricultura y Alimentación (TEEB).  Es autor de una gran cantidad de artículos y documentos científicos, y escribió y compiló libros de referencia regional como “El Pensamiento ambiental del sur. Complejidad, recursos y ecología política latinoamericana”; “Dinámicas y Perspectivas de la Agricultura actual en Latinoamerica” y “El vaciamiento de las Pampas”, donde se alerta sobre las consecuencias de la agricultura industrial y la insustentabilidad del modelo vigente en la región. En esta entrevista, Pengue comenta algunos de los problemas ambientales más urgentes y considera los desafíos más importantes para el nuevo gobierno argentino.

Dolores Amat: Greta Thunberg convoca a manifestaciones masivas en todo el mundo para alertar sobre el cambio climático, miles de personas de diferentes países protestan contra el gobierno de Brasil por el fuego que amenaza el Amazonas, en Buenos Aires Greenpeace advierte de modo llamativo en la Sociedad Rural sobre la tala indiscriminada en el Gran Chaco. Todo parece indicar que los problemas a gran escala del medio ambiente y la escasez de recursos serán temas centrales de preocupación en el futuro próximo. Sin embargo, los debates sobre estos asuntos no consiguen llamar la atención de la clase dirigente argentina. De hecho, ninguno de los candidatos a presidente tomó seriamente el asunto entre sus propuestas. ¿Cómo se explica esto?

Walter Pengue: No son sólo las campañas. A nivel de las políticas públicas, políticas que planteen un uso adecuado de los recursos naturales, su transformación y su estabilidad o sustentabilidad, ninguno de los partidos las proponen. Ni grandes ni chicos. A nivel mundial quienes tienen posturas más seriamente analizadas son los partidos verdes y en algunos lugares del mundo, no en todos, porque también existen grupos que se pintan de verde nada más que para lograr algún éxito en su estrategia electoral. Desde un punto de vista histórico, la perspectiva verde se puede ver más claramente en lo que podría ser el partido verde alemán, algo en algunas líneas del partido verde de los Estados Unidos, pero no mucho más. Ellos tienen prácticas institucionalizadas, que funcionan y los hacen llegar al poder. Pero los tipos tienen una educación, una formación y hasta una necesidad con respecto a los recursos naturales que acá parece no estar viéndose. Acá tenemos grandes recursos pero de lo que estamos hablando básicamente es de cómo aprovecharlos (mejor digamos ¡explotarlos!, pues así piensan),  como ventajas comparativas, con poco o pobre valor agregado. Además, ese valor agregado implica costos altísimos para la sociedad porque aplicamos lo que nosotros llamamos en economía ecológica “la regla de San Garabato”: comprar caro y vender barato. Y esa regla se cumple a rajatabla. La cuestión es que compramos caro el trabajo, porque estamos pagando ingenieros, científicos  e innovadores de otras partes del mundo, y vendemos barato porque no le ponemos prácticamente ningún valor agregado a la producción.  Si antes discutíamos la teoría del deterioro de los términos de intercambio bajo las premisas de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) y Raúl Prebisch, hoy estamos en un contexto de intercambio ecológicamente desigual, que al parecer importa poco a los políticos de turno y de todos los niveles nacionales.

DA: ¿Nosotros no tenemos esos recursos humanos?

WP: Nosotros no estamos sabiendo formar a nuestros recursos humanos. Tenemos muy buenos profesionales  (diría incluso excelentes, que descollan mundialmente en forma individual), pero en temas ambientales y en el manejo adecuado de los recursos naturales, tenemos una perspectiva muy acotada. Están mal formados los jóvenes en este aspecto porque lo ambiental debería ser transversal para todas las disciplinas y eso no está instalado. Si vos te preguntás “¿quién maneja los recursos naturales? ¿un biólogo? ¿un ecólogo? ¿un agrónomo?” Y bueno, cada uno, de manera separada, lo va a ver como mundos separados. Y se pierde así la visión global del problema. Un poco lo que estuvimos viendo con mi grupo de trabajo, con el que redactamos el último informe de Naciones Unidas sobre el sistema agroalimentario (NdE: refiere al documento “Midiendo lo que hay que medir en la agricultura y la alimentación”, publicado en 2018 para TEEB Agriculture&Food, de Naciones Unidas), es que se está mirando la película de a pedazos, falta integrar las diversas perspectivas. Hay un viejo cuento indio que narra la historia de cinco personas ciegas que tocan del cuerpo de un elefante sólo la parte a la que pueden acceder. Desde allí cada uno interpreta lo que puede y ninguno nota que se trata de ¡un elefante!. Eso mismo pasa con los temas ambientales: el sociólogo ve las cosas de una manera, el economista de otra, el ambientalista de otra diferente. Y el elefante para nosotros es el sistema alimentario mundial: desde la producción primaria hasta la colocación de los residuos. Es necesario repensar todo ese sistema complejo que está roto, desarticulado y puede enfrentarnos a una crisis terminal, más allá del propio cambio ambiental global y climático.

DA: ¿Cómo imaginás que pueden llegar a darse transformaciones significativas en las prácticas que sostienen ese sistema internacional? ¿Es posible pensar en un cambio mundial tan profundo (que implica modificaciones en el modo de vida de millones de personas) en un contexto neoliberal, en el que se desconfía de toda aventura colectiva?

WP: Con el síndrome del desastre. Las sociedades en general no se suicidan. Cuando están con el pie llegando al precipicio y miran para abajo, cambian (si se dan cuenta de que pueden caer, claro). Pero no creo que el cambio llegue por medio de la racionalidad. Venimos hablando hace 25 o 30 años del cambio climático y hace al menos 20 se empezó a alertar con énfasis, y recién ahora empieza a haber algunas reacciones más formales o serias. La sociedad toma consciencia siempre un poco tarde, cuando se encuentra con las consecuencias. Con respecto a los incendios en el Amazonas, hace mucho que existe ese problema, pero gran parte de la sociedad empieza a darse cuenta de lo que pasa cuando el humo llega a San Pablo o a Buenos Aires (recuerden las quemas de las islas en Entre Ríos). La contaminación por agroquímicos y los efectos del DDT (NdE: diclorodifeniltricloroetano, insecticida sintético de amplio espectro y acción prolongada, aplicado en el control de plagas para todo tipo de cultivos), por ejemplo, se avisaron casi de forma inmediata, pero pasó una década hasta que se empezaron a generar cambios. ¡La gente aplicaba DDT hasta en la cabeza de sus hijos para sacarles los piojos y los soldados en la guerra de Corea llegaron a rociarse enteramente el cuerpo y la ropa! En este mismo sentido, cuando empezamos a hablar de los impactos de la agricultura industrial y de los transgénicos en general, y esos problemas eran agronómicos o ambientales, a muy poca gente les importaba. Pero cuando empezaron a aparecer los problemas de salud y esos problemas se empezaron a documentar más contundentemente, la sociedad empezó a tomar otro tipo de conciencia.  A veces la sociedad se asusta, reacciona y cambia.

Hoy hay alertas pero no sé si esas alertas están generando una verdadera reacción inmediata. Tuvimos hace bastante poco un desastre en Fukuyima y la gente no cambió mucho su mirada con respecto a la energía nuclear. Muchos japoneses siguen “creyendo” aún así en “su tecnología”. También tenemos problemas serios con el sistema alimentario, muchos de los productos que consumimos tienen demasiada sal, azúcar, grasas, la gente se muere por problemas de obesidad, corazón, cáncer y sin embrago millones se siguen envenenando con esos alimentos. Comida que enferma más de lo que nutre. Por cierto, con la anuencia de las políticas públicas que no promueven cambios y del sistema nacional y global de salud que responde a los lobbies de la agroindustria y del sistema farmacéutico. Pero yo creo que los jóvenes sí están reaccionando. Porque básicamente ellos ven que van a tener que enfrentar el problema. Y que esto ya es serio, lo nota físicamente y lo perciben en la recurrencia e intensidad de cada desastre emergente (sequías, inundaciones, pandemias, migraciones, etc…). Serán millones.

DA: ¿Encontrás alguna relación entre la escasa reacción frente a los problemas ambientales y lo que hoy se nombra con la palabra posverdad? Me refiero en general a la extensión de la desconfianza respecto de toda afirmación, sea científica, periodística o política, pero también al hecho de que líderes mundiales han puesto en duda las evidencias más básicas respecto de problemas como el calentamiento global.

WP: El mundo está como la rana en la olla. Nos estamos calentando lentamente y hay un aletargamiento peligroso. Nosotros trabajamos mucho en economía ecológica con la perspectiva de la ciencia posnormal, que fue desarrollada por Silvio Funtowicz y Jerome Ravetz. Muy poca gente sabe que Silvio Funtowicz es argentino. Un orgullo. Se fue en la época de los bastones largos a trabajar en Europa y desarrolló con Ravetz la postura de la ciencia posnormal, que en definitiva es ciencia con la gente. Hay un libro muy conocido de Funtowicz que se llama “Epistemología política. Ciencia con la gente” y que resume un poco esto. Tenemos por un lado la ciencia convencional, la ciencia normal, donde uno tiene un proyecto, publica papers y avanza un poquito en la información o el conocimiento. Acá las incertidumbres del sistema y los riesgos son bajos. Cuando las incertidumbres y los riesgos son medios, en cambio, tenemos lo que se conoce como juicio de expertos o consultoría profesional: cuando vas a construir un edificio de cien pisos o un puente, o vas a hacer una operación muy delicada, consultas con el experto, que no es el joven que se acaba de recibir (aún si tiene tres doctorados) sino el veterano que lleva 40 años en una profesión y tiene una sabiduría acumulada importante. Además de técnica tiene “sabiduría”.  Cuando los niveles de incertidumbre y riesgo aumentan más todavía, ya esa persona experta tampoco es suficiente, ya es necesario informar a la sociedad y preguntarle qué es lo que quiere, cómo quiere enfrentar esos riesgos. De eso se trata entonces la ciencia posnormal: es hacer ciencia con la gente. Y es importante para los temas ambientales, para las grandes decisiones. Yo muchas veces les digo a los estudiantes de ecología y de agronomía, “miren, en su carrera, frente a disyuntivas importantes a partir del impacto de un desarrollo científico tecnológico, piensen parados en la perspectiva de la ciencia posnormal, no de la mirada de la ciencia convencional”. Es lo que nos ayuda a mirar con otros lentes, más completos y complejos.

DA: Hablando de las sociedades y los problemas ambientales, se encuentran análisis contradictorios respecto de los incendios en el Amazonas. Hay quienes señalan que una fuente importante del fuego son grupos con pocos recursos que se ven obligados a quemar pequeñas zonas para producir ahí bienes para su consumo inmediato y hay otros que observan que esas prácticas son muy menores en comparación con lo que provocan los grandes intereses económicos en la zona.

WP:  El sistema de tala, tumba y roza, muy común y tradicional para algunos pueblos de la zona, que implica voltear una hectárea o media hectárea para producir alimentos (al estilo de una agricultura itinerante), no genera un impacto de este tipo. Acá lo que viene sucediendo es que hay un avance de los hacendados, tanto grandes, como medianos y pequeños, que va desestabilizando todo el sistema. En el gobierno de Lula, con Marina Silva como ministra de medio ambiente, se desaceleró un poco este proceso, pero volvió a tomar fuerza con el gobierno actual, que lleva adelante una política antiambiental importante. Si a eso le sumás un efecto de cambio climático, que hace que llegue una seca un poco más fuerte, te encontrás con este cóctel explosivo.

Pero lo más notable que está detrás de la deforestación del Amazonas son los grandes productores de carne. Tenés entre ellos a JBS, la productora de carne más grande del mundo. Entidades que tienen un poder enorme, incluso para corromper políticos, funcionarios o jueces si lo necesitan. Cuando vos ves su participación en las exportaciones de Brasil, empezás a entender por qué se dan ciertas cosas.

Pero en esto no hay un cambio: esta gente es la misma que mató a Chico Mendes. Esta gente es la que se enfrentó siempre con los seringueiros. Se pelean desde siempre porque no pueden trabajar en un terreno en el que hay árboles o semejante volumen de árboles. Pero insisto: esto viene sucediendo, no es nuevo. Posiblemente con el cambio de gobierno se facilitaron muchas cosas que antes estaban más controladas, pero que existen lamentablemente desde hace varios gobiernos, de un color u otro.

DA: Hay entonces razones económicas fuertes para lo que está pasando y son de peso no sólo para los empresarios involucrados y sus alrededores sino también para la economía de Brasil. Me pregunto entonces cómo se relacionan el corto plazo y el largo. Porque seguramente en lo inmediato para Brasil sea redituable el proceso de tala indiscriminada, pero a largo plazo puede ser una catástrofe (tanto para el medioambiente como para la sociedad y la economía). ¿Cómo ves vos esa relación entre el corto y el largo plazo en los asuntos que conciernen a la ecología? Y pienso en Argentina también al hacerte esta pregunta.

WP:  Si se quiere cambiar o al menos estabilizar un poco el sistema, es necesario hacer cambios drásticos de rumbo, tanto en Brasil como en Argentina, aunque los productores argentinos comparados con los brasileños son nenes de pecho.

Pero lo que sucede a nivel global es que el mundo tiene un desbalance importante hoy. La situación en Occidente es bastante buena en lo que concierne a la formación de la gente: uno ve que un grupo importante de jóvenes empieza a ocuparse de su salud y a ocuparse de los problemas ambientales. Se ve en las universidades. Los jóvenes (los que pueden y están mejor educados nutricionalmente), están comiendo mejor, por ejemplo. En los países más desarrollados de Occidente hay una educación en salud cuyos resultados ya se están viendo porque los costos de la salud, que son altísimos, empiezan a bajar. Y están intentando, en general, incentivar algunos cambios. Esos cambios van a redundar posiblemente en que se coma menos carne, pero también menos leche, menos huevo (porque el problema no es sólo de la carne, la producción de huevo y leche también demanda mucha tierra, agua y recursos genéticos). Y no se trata de no consumir estos alimentos, sino de llevar adelante una alimentación balanceada y racional.

El mayor problema a futuro es Oriente. China está cambiando sus hábitos alimenticios para mal, está copiando los malos hábitos del sistema occidental de los años ’70: más carne, más grasa, más de todo lo que genera problemas. Y esa población no ha dejado de crecer ni ha dejado de demandar. Es la China urbana que está generando drásticas transformaciones en el planeta. Y no creo que cambien en el corto plazo.

Ojo que yo no digo tampoco que haya que abandonar la producción ganadera. La producción ganadera forma parte del sistema productivo argentino y de la historia de la Pampa: la rotación agrícola ganadera le dio estabilidad al sistema. Alrededor de 1880 empezó una primera gran transformación del suelo del país, se modificaron 8 millones de hectáreas en la región pampeana gracias al trabajo de los inmigrantes que reemplazaron la “paja brava” (formado por unos pastos altísimos) por alfalfa y pasturas. Ese campo alfalfado enriqueció la producción ganadera argentina a costo cero: se mejoraron todos los campos, se mejoraron las condiciones ambientales del sistema, inclusive se mejoró la calidad de los nutrientes, la materia orgánica también. Y eso fue con animales en el sistema. Se llamó refinación de los campos y dio pie a la rica ganadería argentina. La segunda gran transformación fue hace poco, pero hacia la soja…

DA: ¿Y ves posible una nueva transformación, que tenga consecuencias beneficiosas como la primera?

WP: En la región pampeana se está cambiando (o al menos rotando hacia otras actividades productivas), no por convicción, sino por una cuestión meramente coyuntural: el precio de la soja cayó, el de la carne sube y muchos entonces se están pasando a la carne. El problema que tenemos es que esa carne no es mayoritariamente la alimentada a pasto (de pastizal), que en realidad sí existe pero es la que se exporta y se come en Europa. En ese caso estaríamos bastante bien con algunas variables ambientales y agronómicas, pero si miramos lo que consume la población argentina, se come carne de feedlot y esa carne es totalmente distinta en términos de calidad con respecto a la que se exporta, como decía, a Europa o a otros mercados, como el chino y el japonés. Prácticamente toda la carne que come la población de Buenos Aires es de feedlot. A veces la gente siente la carne tierna y piensa que es buena, pero la carne de feedlot es carne con más grasa, un marmolado mayor y es esa grasa la que hace que algunos la encuentren más palatable. La carne de pastizal es más dura a veces porque la vaca camina, se mueve más.

DA: Hablando del consumo, ¿es significativo el movimiento que busca consumir orgánico o agroecológico?

WP:  Mucha gente está entrando a la agroecología, que se expande también a partir de la economía social y solidaria. De alguna manera apareció solo, surgió de un reclamo de la gente, que dice que no quiere más pueblos fumigados y vinculado con este primer reclamo, empuja otros procesos de producción de sus alimentos, bajo pautas amigables con el ambiente y su salud, sin agrotóxicos ni productos sintéticos. Esto está pasando al menos en la región pampeana y en la chaqueña. Y a su vez los campesinos siguen esta tendencia, por un lado porque ya no pueden comprar los agroquímicos (sus precios están dolarizados), pero también porque se han encontrado con que hay un mercado creciente, lo que les da una salida a sus problemas de comercialización.  Existe claramente más interés en la población en comer este tipo de productos, sin agrotóxicos, o al menos en algunos sectores preocupados e informados.

DA: ¿Podrías precisar la diferencia entre agricultura orgánica y agricultura agroecológica?

WP:  La agricultura agroecológica busca promover prácticas de base agronómica sin el uso de insumos externos (semillas transgénicas, fertilizantes sintéticos, agroquímicos, etc), promover canales de comercialización alternativos y un proceso especial de certificación, que no implique aumento de costos tanto para el agricultor como para el consumidor. Se trata de un proceso de certificación participativo, dado por unidades que no le cobran al agricultor y se llevan la parte del león, como hacen las certificadoras orgánicas. Son universidades, institutos tecnológicos, facultades de agricultura o agronomía, escuelas rurales, que certifican que las prácticas agronómicas responden a este modelo. Esto escapa a la lógica de la producción orgánica, que es una producción de elite. Argentina es el segundo productor mundial de productos orgánicos, pero claro, tenemos un millón de hectáreas certificadas para la lana orgánica de Benetton. Lo que diferencia a la producción orgánica de la agroecológica es un certificado internacional que es carísimo (normas de IFOAM), pero el proceso es el mismo.  Esa certificación fue preparada por los países desarrollados para garantizar a sus elites una alimentación de calidad. Pero justamente la idea detrás de la agricultura agroecológica es que se garantice que todo el mundo coma bien, sano, nutritivo, no sólo una elite.  Es decir, alimentos de calidad, tanto para los pobres, como para los ricos.

Pero la agroecología es mucho más que una práctica agronómica. La agroecología es ciencia, acción y movimiento. En el marco de esta propuesta agroecológica, se favorece el acceso de los agricultores (en especial los pertenecientes a la agricultura familiar, campesinos, pequeños y medianos agricultores, y hasta los de escala mayor, comprometidos con un cambio de paradigma) a la tierra, el agua, los recursos genéticos, cada día más alejados de los pequeños y concentrados tendencialmente en cada vez menos manos.

Por otra parte, las viejas prácticas empiezan a encontrar y mostrar problemas ambientales serios, que podemos detectar porque hoy se estudian las huellas de los productos que se venden. Se analizan por ejemplo las huellas ecológicas, hídricas, de materiales (y nutrientes) y las huellas de carbono. La huella hídrica por ejemplo, es un indicador que mide la cantidad de agua que se necesita para la producción de un bien, la huella de carbono mide la emisión de gases de efecto invernadero… y claramente son muchos los consumidores que hoy se fijan en estas cuestiones. Por eso hay una tendencia fuerte a consumir local en el mundo desarrollado y ese es un valor que también fomentamos desde la agroecología: producir en primera instancia para el consumo del lugar y después la colocación de los excedentes. Eso cambia la lógica de muchos que piensan primero en exportar, pero hay que tener en cuenta que cuando exportás, un día ganas, otro no. En cambio si vos tenés un mercado local más sólido, en el que todos los días te vienen a comprar los huevos frescos, siempre vas a tener demanda.

O sea que sí, la agroecología está creciendo. Si comparás, todavía esto es un porcentaje ínfimo en relación con los volúmenes que se comercializan globalmente, pero cada vez hay más consciencia. Y es un problema poblacional de salud: mucha gente no puede comprar fruta y verdura y prioriza los fideos secos o alimentos ultraprocesados o lo que puede pagar. También falta reeducar a la gente para la producción. Recuerdo que  escribí un artículo hace como 20 años, en la otra crisis, que se llamaba, “Aún nos quedan las manos y la tierra”. Se trataba, entre otros abordajes, de la importancia de programas nacionales como el ProHuerta (liderado en su momento por grandes ingenieros agrónomos como Daniel Díaz y Alfredo Galli, que fueron pioneros, y otras decenas de especialistas que les siguieron, como el querido Adolfo Boy), que lo que hacía era darle semillas a la gente, a través de promotores formados, que enseñaban las prácticas básicas de la producción. Se buscaba que pudieran generar de casi la nada, su propia comida. Sólo con ganas de trabajar, las semillas gratuitas y una lonjita de tierra en el traspatio de sus casas. El programa después se hizo internacional, se llevó por ejemplo a Haití y a África, y es reconocido como práctica que garantiza seguridad alimentaria por la propia Naciones Unidas en sus documentos. Se lo conoce en muchos lugares del mundo. Fue el desarrollo de ingenieros agrónomos que trabajaron, pero la realidad es que el sistema funcionaba piramidal: abajo tenías a los promotores, que eran señoras o señores que sabían un poquito más, caían en tu casa, te enseñaban cómo hacer la siembra, te ayudaban, vos sembrabas y cosechabas. Con 3 dólares sacabas el equivalente a 300 kilos de alimento. El programa fue primero parte del INTA, pero desde dentro mismo siempre fue el “patito feo”, lo despreciaban otros colegas más cientificistas del propio organismo. Después se lo apropió el Ministerio de Bienestar Social y el último gobierno lo desarticuló, le quitó recursos que derivaron para otros objetivos de crecimiento y “emprendedurismo”, y lo convirtieron en un sistema vaciado de su principal contenido: producir alimentos para todos y con el propio esfuerzo. Recuerdo que años atrás, en el gobierno de Obama, su esposa Michelle se ocupó de promover prácticas alimentarias basadas en los alimentos de las huertas. Conocí a su promotor en la Casa Blanca y el objetivo era fuertemente educativo. Aquí intentaron hacer una mala copia, el INTA fue parte del circo y armó una huerta para la familia del presidente Macri y algunas visitas en Olivos. Pero fueron los del propio INTA quienes permitieron recortes sobre programas que apoyaban a la agricultura familiar y al propio Prohuerta. Una incongruencia, que más allá de los discursos o de las fotos, se paga con la malnutrición de los más humildes. Hoy muchos compran productos más baratos, ultraprocesados, medallones de carne que no tienen casi carne y otras porquerías.  La comida barata es tremendamente cara…

DA: Lo que planteas parece ir a contrapelo de cómo se pensaron las relaciones internacionales en los últimos años, en los que se habló de volver al mundo con una simpleza que parece desconocer toda relación de fuerza entre los países.

WP:  Claro. A ver, el Amazonas no se quema porque sí, se quema porque hay un grupo de compañías internacionales que producen lo que se demanda del otro lado del mundo. Es decir, hay que ver las relaciones. Hay que pensar en términos de ecología política. Y en este sentido hay otro tema que hay que considerar: el de la reforma agraria, que no es ni siquiera revolucionario, porque hasta el Banco Mundial lo recomienda. Y aquí ningún gobierno se atreve siquiera a revisar, cuando tenemos los índices de distribución del recurso suelo más inequitativo de la región.

DA: La ciencia ficción actual piensa el futuro a partir de distopías y muchos de estos escenarios temibles tienen que ver con problemas ecológicos. ¿Creés que están viendo algo que está llegando o son temores exagerados o infundados?

WP: Yo soy un escéptico optimista. Coincido con algunos autores como Enrique Leff, que dicen que estamos frente a una crisis civilizatoria. Es una crisis terminal si no profundizamos cambios drásticos de vida y consumo. Por eso,  las crisis son también oportunidades. Nosotros estamos formando jóvenes en economía ecológica desde universidades perdidas en el fondo del planeta, pero además el Papa habla de eso y a él lo escuchan 2300 millones de personas. De hecho, desde que el Papa le prestó atención a esto, nos empezaron a llamar del Obispado de San Miguel para que enviáramos estudiantes de ecología para que fueran a hablar a las iglesias sobre el medio ambiente. Nunca se les había ocurrido. Nunca lo habían hecho. Se abre un escenario en el que la sociedad empieza a preguntarse cosas. Yo me doy cuenta en mis cursos: hay un aumento de la matrícula de estudiantes de ecología en el conurbano bonaerense. Y claramente no son chicos que tengan la economía resuelta, necesitan garantizarse una salida laboral, y uno podría preguntarse si van a tener trabajo. Y yo creo que sí, por supuesto. Y seguramente será mucho. A veces les digo un poco en broma “chicos, ¡con como están las cosas en materia de medio ambiente, trabajo les va a sobrar!”. Y lo cierto es que todos nuestros estudiantes tienen trabajo. Y en términos más amplios, creo que hay aún muchas más oportunidades. En todos los ámbitos, desde el local, al regional, y al global. Todo el movimiento de los jóvenes por el cambio climático y la biodiversidad muestra un interés por sus propias vidas y creo que esto va a tallar más fuerte aún. Lo vemos también ahora en Chile, con el movimiento social que ha generado una reacción frente a las políticas neoliberales, muchas de ellas vinculadas a la limitada educación, la justicia ambiental o la lucha socioambiental. Sumado a la imposibilidad de miles de jóvenes que no pueden cruzar el cerco impuesto por el neoliberalismo y de mayores que han visto conculcados casi todos sus derechos.

Pero también hay que educar mucho para que las cosas cambien de rumbo. Yo creo en los datos, en el trabajo de los científicos, pero ellos tienen que estar comprometidos, salir a estudiar lo necesario, a difundir los resultados, dejar la esfera protectora de la universidad o de los centros de investigación. Para mí un investigador en América Latina debe ser una persona posicionada y comprometida con su entorno. Construir propuestas con más ciencia y con más conciencia y además entender que las neutralidades no existen. Se trabaja para uno o para otro. Y en este sentido, volver a ser cabeza de león y no cola de ratón. La Argentina supo claramente orientar una ciencia para su gente, un orgullo que debemos recuperar y no trabajar solamente para terceros países, para el primer mundo. En todo caso, tenemos que mirar al tercero, que es donde verdaderamente estamos, y es, por otra parte, el mundo que ha pagado los estudios gratuitos de la mayoría de nosotros. Deberemos toda la vida esto a nuestra sociedad. Como privilegiados que somos quienes estamos en las Universidades, en CONICET, el INTI, el INTA u otros Institutos Técnicos, deberíamos pedir incluso menos y hacer mucho más.

No es una producción propia, la fuente es Redeco (.com.ar)

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