Crisis climática: hacia una estrategia compartida

Puede resultar irritante, desesperante y casi inmoral tratar de construir lentamente cuando la crisis ecológica nos persigue y amenaza con hundir nuestras sociedades en el corto plazo. Sin embargo, nunca una organización, ni una propuesta política, por sólida que fuera, ha podido ir por delante de la movilización social

Cambio Climático 09/03/2021
Planeta

El 23 de diciembre, Luis González Reyes y Adrián Almazán publicaban un artículo sobre las líneas estratégicas en el colapso de la civilización industrial, Se trata de un texto que trata de dibujar, a partir de la crisis de la covid-19, un análisis de nuestra forma de reaccionar ante el impacto de la pandemia y una serie de postulados sobre los que deberíamos avanzar en el escenario de degradación ecológica masiva. Este texto pretende ser una discusión crítica con su artículo desde la posición de alguien que respeta a Luis y Adrián, y que comparte espacios y buena parte de los objetivos. Es, además, una reflexión realizada desde el ecosocialismo, un línea que comparte buena parte de los supuestos; una discusión fraternal con compañeros.

En las primeras líneas he hablado de degradación ecológica masiva, evitando expresamente los términos colapso y crisis, y lo he hecho porque son dos términos que representan dos propuestas analíticas que compiten en el objetivo de explicar la situación ecosocial de nuestro mundo y exigen una aclaración. Almazán y Reyes plantean la lectura del colapso como “un largo proceso de descomposición que afectará de manera desigual a diferentes países y, dentro de éstos, se cebará mucho más con la población más desprotegida”. No es el único lugar en lo que lo definen así; ambos tienen múltiples trabajos que definen de manera bastante sólida su noción de colapso.

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Sin embargo, hay varios problemas con esta concepción de la situación ecosocial. Me consta que no conciben el colapso como una linealidad, pero es importante señalar aquí que la idea de colapso es previa y que no puede, como ninguna otra, redefinirse a voluntad. No afirmo que no se pueda resignificar un concepto, pero creo que eso no puede hacerse en tiempos cortos y que, en términos políticos, es casi imposible deshacerse de los residuos que arrastra una determinada concepción. Y aquí quiero señalar la problemática que arrastra la idea de colapso, porque es central para definir la estrategia. Por lo tanto, lo que sigue aquí es una discusión sobre el concepto de colapso tal como se usa en términos generales, y no con la posición de Reyes y Almazán, cuya definición de colapso bien puede relacionarse con el escenario de crisis múltiples y enlazadas.


El futuro de la transición está enmarcado en unas bases materiales que se limitan cada día por los estragos que causamos en el ecosistema, pero no está cerrado 


En primer lugar, la noción de colapso incorpora una visión fuertemente finalista y lineal de la evolución social, como si hubiera grandes líneas que se determinan y establecen el decurso de la historia hacia un final mítico. Creo que en ese aspecto, hay un aprendizaje histórico de los proyectos socialistas respecto a la linealidad, un aprendizaje que se aplica justo a la inversa. Durante mucho tiempo, la sombra de la Revolución de Octubre pesó sobre los proyectos emancipadores; al fin y al cabo, fue una experiencia en la que las clases populares pudieron agruparse en torno a una organización revolucionaria y alcanzar el poder en una serie de momentos brillantes. De una u otra manera, ese ejemplo histórico proyectaba su sombra como un ejemplo ineludible, como si ése tuviera que ser el esquema de cualquier revolución. Ha llevado, y sigue llevando, un enorme esfuerzo deshacerse de ese imaginario en el que la revolución es un día glorioso en el que se toma el Palacio de Invierno. De manera análoga, pero al revés, el impacto desastroso de la degradación ecológica y social no será una línea predeterminada que culmina en un mañana catastrófica, en un reconocimiento de que lo peor, finalmente, sucedió.

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Para bien o para mal, la historia da saltos y en cada uno de ellos se aceleran los tiempos y se producen acontecimientos inesperados, cierres y reaperturas, luchas que se juegan en cada momento. Y en esto está la principal diferencia entre la noción de crisis y la de colapso, en el carácter de cada momento conflictivo, que impide trazar una línea de lo que está por venir. El futuro de la transición está enmarcado en unas bases materiales que se limitan cada día por los estragos que causamos en el ecosistema, pero no está cerrado: la vida y la historia tienen infinitas cuestiones por jugar, incluso en contextos de escasez. Por eso, defendemos que la noción adecuada es la de crisis y no la de colapso; en este momento histórico, crisis sucesivas y enlazadas, pero crisis en el sentido doble de momento de desajuste y caída de los sistemas de reproducción social y también de apertura de los tiempos políticos para la reorganización de nuestro mundo.

Desde esta perspectiva aparecen una serie de cuestiones asociadas que no se perciben cuando pensamos en términos de colapso, pero que adquieren fuerza cuando entendemos la degradación como una serie de momentos de crisis sucesivas y enlazadas. En primer lugar, cada una de estas crisis tendrá su forma de mostrarse, sus características específicas; serán crisis estructuradas en torno al trabajo, a los fenómenos migratorios, las luchas territoriales o, como hemos visto, sanitarias. Tal vez esta última sea particularmente significativa en estos días, como hemos visto en la crisis de la covid-19, fundamentalmente por lo inesperado de la pandemia y por el impacto ideológico en los patrones del capitalismo.

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En esto, en mi opinión, es imposible no estar de acuerdo con Almazán y Reyes, que lo describen como un momento dentro de un marco de decrecimiento forzado de las sociedades industriales. Lo que habría que añadir es que lo esperable es precisamente esto: una sucesión de crisis en la cual cada una tendrá sus parámetros propios. Es absurdo intentar explicar la crisis de la covid-19 como un hecho puntual –cuando es evidente que está estrechamente ligado a la pérdida de biodiversidad, la invasión de los territorios silvestres y la industria agroalimentaria mundial– pero, del mismo modo, no tiene sentido evitar la lectura específica de esta crisis o pretender que de una situación concreta surja la explicación que dé cuenta del conjunto de los fenómenos eco sociales que están sucediendo.


Bajo la noción de colapso quedan sepultadas las mutaciones sociales que tienen lugar en cada momento crítico 


En cierto modo, eso es lo que se puede leer cuando escriben que “nuestro gran problema sigue siendo que, de manera profunda, casi nadie ha entendido que la pandemia del covid-19 no tiene nada de evento aislado y excepcional, sino que es un simple momento de un proceso mucho más amplio: el colapso ecosocial”. Esa comprensión no se va a dar en un único momento, ni de manera espontánea: hay que hacer un trabajo específico de análisis y ligar el estudio de lo concreto –en este caso, la crisis sanitaria– con el marco ecosocial, aspirando a una explicación que no desprecie ni una ni otra perspectiva sino que muestre la relación de cada crisis con el marco global que las produce.

En este punto surge una de las cuestiones que más diferencian la lectura del colapso y la de las crisis sucesivas. Y es que bajo la noción de colapso quedan sepultadas las mutaciones sociales que tienen lugar en cada momento crítico. Estos días vemos como se dan lecturas que tratan de recortar los impactos de la pandemia para dejarlos como un fenómeno exclusivamente sanitario, otros lo vinculan con la situación de los sistema públicos de salud y una minoría trata de explicarlo en términos más amplios. De fondo, la actuación de los gobiernos en todo el mundo deja un reguero de inversiones millonarias, cierres de fronteras, exclusión.


Puede haber, y de hecho los hay, desacuerdos sobre la ideoneidad política del término decrecimiento pero no sobre la indiscutible necesidad de reducir nuestro impacto ecológico 


De la misma forma, pero siempre distinta, se producirá cada crisis con una serie de parámetros en los que se pueden activar diversas luchas. Y aquí hay que señalar una segunda cuestión imprescindible, la que se refiere al aprendizaje colectivo. No se va a dar una especie de iluminación general de las clases populares, ni ante la pandemia ni ante cualquier otro fenómeno, sino una acumulación de procesos de explicación, de luchas y sufrimiento en los que se puede ir avanzando en la construcción de una alternativa que sí dé cuenta de los fenómenos globales. Tal vez en esto sí se pueda tomar ejemplo de lo que fue la Revolución de Octubre, pero ampliando el rango para ver cómo se construye en un periodo largo que va desde las últimas décadas del siglo XIX hasta la toma del poder en 1917: una serie de conflictos sociales en los que distintos sectores sociales se activan y van realizando experiencias que luego se aglutinan en la revolución. Aquí hay una lección que adquiere una importancia central: la comprensión del escenario es algo acumulativo que sólo sucede en los conflictos, y que exige tiempo, no acontecimientos puntuales, por muy disruptivos que éstos sean, igual que exige un trabajo político y social en cada fase.


Toca organizar las revueltas que vendrán, que no son ni mucho menos lejanas, y preparar una articulación de organizaciones diversas y autónomas pero con buena parte del escenario y del diagnóstico compartido 


Dicho esto, sobre la discusión entre las nociones de crisis o colapso, es importante apuntar los acuerdos con el movimiento decrecentista. El primero, y el más obvio, es la necesidad de una reducción planificada de la esfera económica. No por obvio, éste es menos importante: puede haber, y de hecho los hay, desacuerdos sobre la ideoneidad política del término decrecimiento pero no sobre la indiscutible necesidad de reducir nuestro impacto ecológico, y eso supone ineludiblemente una disminución de la actividad económica. La segunda es que esta reducción del espacio económico no se puede realizar de la mano del estado neoliberal.

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Estos dos puntos, que comparten el ecosocialismo y el decrecimiento, son el mínimo común de cualquier propuesta razonablemente informada sobre el escenario ecosocial. No bastan los juegos discursivos ni las trampas sectoriales: ni una reducción meramente energética, ni una nueva economía capitalista y verde, pueden ocultar estas dos líneas rectoras. Creo que una tercera línea es la activación de capas sociales mayoritarias, a través de un trabajo ideológico y político de discusión colectiva, en la que el ecologismo social en su conjunto ha trabajado durante los últimos años e incluso décadas. En un marco político en el que abundan las trampas “verdes” y los atajos falsamente ecológicos, coincidir en esto no es, ni mucho menos, poca cosa.

Sobre un marco como el que hemos descrito hasta ahora, y con una situación de receso en todo el marco político, las líneas estratégicas pasarían más bien por mantener espacios autónomos que sean capaces de articular un conocimiento compartido, articular acciones comunes y organizar conflictos. Puede resultar irritante, desesperante y casi inmoral tratar de construir lentamente cuando la crisis ecológica nos persigue y amenaza con hundir nuestras sociedades en el corto plazo. Sin embargo, nunca una organización, ni una propuesta política, por sólida que fuera, ha podido ir por delante de la movilización social. Toca organizar las revueltas que vendrán, que no son ni mucho menos lejanas, y preparar una articulación de organizaciones diversas y autónomas pero con buena parte del escenario y del diagnóstico compartido. Una multitud plebeya, sin miedo a las instituciones de la política neoliberal, que sea capaz de incorporar las demandas del ecologismo social, del decrecimiento, el ecosocialismo, pero también de los sindicatos, la vivienda o las pensiones, hacia un bloque popular ecosocialista. Es una línea en la que trabajo, energía y conflictos territoriales serán elementos clave para articular una mayoría, con un trabajo de fondo que debe aspirar a traducir las claves ecosociales de cada crisis. En último término, se trata de preparar y organizar la hipótesis de una revolución social y ecológica cuyos motivos están más que claros.

Fuente: El Salto Diario (.com)

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