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La pandemia COVID-19 nos recuerda de manera contundente nuestra relación desestructurada con la naturaleza. Los estudios revelan que la deforestación y la pérdida de fauna y flora provoca el aumento de las enfermedades infecciosas. La mitad del PIB mundial depende en gran medida o moderadamente de la naturaleza. Por cada dólar gastado en restauración de la naturaleza, se pueden esperar al menos 9 dólares de beneficios económicos.
Contaminaciones23/04/2020Muchas personas se preguntan cuándo todo volverá a la normalidad después de la crisis COVID-19. Lo que deberíamos preguntarnos es: ¿podemos aprovechar esta oportunidad para aprender de nuestros errores y construir algo mejor?
Centrarse en la naturaleza puede ayudarnos a comprender de dónde provienen las pandemias y cómo se pueden mitigar las consecuencias socioeconómicas de la crisis.
La pandemia de COVID-19 que se desarrolla ante nosotros está teniendo consecuencias humanas y económicas innegables. Hasta la fecha, el virus ha provocado más de 119 000 muertes confirmadas en todo el mundo, millones de empleos perdidos y la caída en picado de los mercados de valores. Esta pandemia también es un recordatorio contundente de nuestra relación desestructurada con la naturaleza. El sistema económico actual ha ejercido una gran presión sobre el medio ambiente natural, y la pandemia que se está desarrollando ha puesto de relieve el efecto dominó que se desencadena cuando un elemento de este sistema interconectado se desestabiliza.
La naturaleza intacta sirve de amortiguador entre los humanos y las enfermedades, y las enfermedades emergentes a menudo se derivan de la invasión de los ecosistemas naturales y los cambios en la actividad humana. En el Amazonas, por ejemplo, la deforestación aumenta las tasas de malaria, ya que la tierra deforestada es el hábitat ideal para los mosquitos. La tierra deforestada también se ha relacionado con brotes de Ébola y la enfermedad de Lyme, ya que los humanos entran en contacto con fauna y flora intacta.
Un estudio publicado este año reveló que la deforestación en Uganda estaba aumentando la aparición de enfermedades de animales a humanos y subraya que el comportamiento humano es la causa subyacente. En consecuencia, una alteración excesiva o equivocada de la naturaleza puede tener consecuencias devastadoras para el hombre.
Si bien el origen del virus COVID-19 todavía no se ha establecido, el 60 % de las enfermedades infecciosas tienen su origen en animales, y el 70 % de las enfermedades infecciosas emergentes tienen su origen en la fauna y la flora. El SIDA, por ejemplo, se originó en el chimpancé y se cree que el SARS se transmitió de un animal aún desconocido hasta ahora. Hemos perdido el 60 % de toda la fauna y la flora en los 50 últimos años, mientras que la cantidad de enfermedades infecciosas nuevas se ha cuadruplicado en los 60 últimos años. No es casualidad que la destrucción de los ecosistemas haya coincidido con un fuerte aumento de estas enfermedades.
Los hábitats naturales se están reduciendo, lo que provoca que las especies vivan en espacios más cercanos que nunca entre ellas y con los humanos. A medida que algunas personas optan por invadir los bosques y los paisajes salvajes debido a intereses comerciales y otras personas del otro extremo del espectro socioeconómico se ven obligadas a buscar recursos para sobrevivir, dañamos los ecosistemas, arriesgándonos a que los virus de los animales encuentren un nuevo hospedador: nosotros.
En un mundo interconectado y en constante cambio, con viajes aéreos, comercialización de fauna y flora y un clima cambiante, el potencial de nuevos brotes graves sigue siendo considerable. Por ello las pandemias suelen ser un efecto secundario oculto del desarrollo económico y las desigualdades que ya no se puede ignorar. En otras palabras, del mismo modo que el carbono no es la causa del cambio climático, es la actividad humana —no la naturaleza— la que provoca muchas pandemias.
Esta crisis del coronavirus ha demostrado la vulnerabilidad inherente de nuestro sistema socioeconómico ante las crisis. A medida que las empresas evalúan la salida de esta crisis y los gobiernos diseñan paquetes de estímulo para reconstruir la economía, estas medidas deben determinarse cuidadosamente. Las decisiones adoptadas con respecto al estímulo del crecimiento y a la respuesta a la pandemia de COVID-19 determinarán la salud, el bienestar y la estabilidad de las personas y el planeta en el futuro.
Como destacaba el Informe del aumento del riesgo de la naturaleza del Foro Económico Mundial, más de la mitad del PIB mundial depende en gran medida o moderadamente de la naturaleza. La naturaleza brinda a las empresas y gobiernos enormes posibilidades. Por cada dólar gastado en restauración de la naturaleza, se pueden esperar al menos 9 dólares de beneficios económicos. Además, un informe reciente de la Coalición para la Alimentación y el Uso de la Tierra descubrió que cambiar nuestro modo de cultivar y producir alimentos podría generar 4 500 billones de dólares al año en nuevas oportunidades comerciales para 2030, al tiempo que nos ahorraría billones de dólares en perjuicios sociales y ambientales. Por tanto, el respeto hacia la forma en que funciona la naturaleza es positivo para los negocios y para las generaciones futuras.
Al abordar las posibles consecuencias económicas, los gobiernos y las empresas podrían aprovechar esta oportunidad para ajustar los modelos económicos a los límites de nuestro planeta abordando algunas de las realidades más insostenibles de la globalización que esta crisis ha revelado. Por ejemplo, garantizar una biodiversidad significativa en nuestra mezcla de calorías y dar prioridad a los productos locales sostenibles podría aumentar considerablemente los niveles de resiliencia. Del mismo modo, una transición hacia las energías renovables que aprovechara los activos eólicos y solares que existen en la zona podría reducir la huella de carbono de las actividades industriales.
Aunque es un ejemplo devastador, esta crisis ha ilustrado el potencial de la voluntad política y la acción colectiva, así como la rapidez con que la naturaleza puede sanar si la dejamos. Debemos aprovechar este impulso para desarrollar sistemas que eviten o asimilen mejor cualquier impacto futuro inevitable.
Nos encontramos en una coyuntura crítica en la planificación de la superación de esta crisis de salud global y de la gestión de las crisis económicas. Sin embargo, todavía no se ha determinado el escenario futuro. No podemos volver a la misma situación que había antes.
El diseño de paquetes de estímulo positivos para la naturaleza podría ser la clave para prevenir brotes futuros, además de garantizar la sostenibilidad a largo plazo de los medios de vida y las actividades comerciales. Uno de los mayores beneficiarios del cambio hacia la valoración y la inversión en capital natural sería la economía rural como garantía del suministro futuro de alimentos y productos básicos sostenibles.
Estos esfuerzos exigirán un liderazgo sólido por parte del gobierno, las empresas y los agentes de la sociedad civil de base y una cooperación a niveles nunca vistos antes de esta pandemia, así como intervenciones financieras exhaustivas y específicas. Esto exige medidas rápidas y efectivas, no solo para la economía, sino también para la capacidad a largo plazo del planeta de apoyar a poblaciones humanas sanas y productivas.
Fuente: Foro Económico Mundial
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