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Energía renovable27/11/2025
Marcos Bach

Ver un techo cubierto de paneles solares se ha convertido en sinónimo de responsabilidad ecológica. Desde gobiernos y empresas a casas particulares y escuelas se "volvieron verdes" mediante la instalación masiva de tecnología fotovoltaica. Sin embargo, aquí genera una pregunta resonante a expertos: ¿Es realmente un edificio sostenible?
La energía solar es, incuestionablemente, una protagonista del ambientalismo y de la transición energética pero no es magia, lo que la hizo tan importante. Lo que la llevo a ser popular e icono de este movimiento, es su potencial e impacto ambiental. Pero, como muchas tecnologías actuales son puesta "bajo la lupa", dudando de su verdadero impacto. Por ello debemos mirar más allá de este icono y analizar el ciclo de vida completo de esta tecnología, desde la mina hasta el vertedero.
Es innegable la importancia crítica de la energía fotovoltaica para combatir el cambio climático. Permite revolucionar la producción de energía, porque los consumidores se convierten en "prosumidores" (productores y consumidores). Mientras funciona, un panel solar es un silencioso aliado del clima: generar electricidad sin emitir gases de efecto invernadero y reduce la dependencia de combustibles fósiles.
Desde lo económico, la inversión inicial, que suele ser la barrera de entrada a este mundo, se recupera con relativa rapidez gracias al ahorro en el consumo de la red eléctrica. Con un precio de la electricidad que fluctúa por distintas tensiones, la independencia energética que otorgan las placas solares es un activo de seguridad y estabilidad (personal o comunitario).
Sin embargo, está energía renovable no sinónimo de impacto cero. Su fabricación de la tecnología que ayudara a frenar el cambio climático tiene un costo ambiental considerable.
Los paneles fotovoltaicos son productos industriales complejos. Basados en materias primas como silicio, plata, cobre, aluminio y las tierras raras. Su extracción implica una amplia actividad minere a gran escala, causado daños en los ecosistemas y aumentando el consumo de agua en las zonas. Obviamente, estos recursos son finitos, lo que genera un alto costo de extracción y de producción.
Entonces, antes de ser instalados, los paneles solares ya cuentan con una deuda climática. Según algunos cálculos, la extracción, el procesamiento de materiales y la manufactura de los dispositivos resultan en una huella de entre 500 y 800 kilogramos de CO2 por metro cuadrado de panel instalado.
Este dato podría desmotivar a cualquier defensor de la transición energética; ya que equivaldría aproximadamente a una construcción de hormigón, con todo lo que involucraría. Pero más allá de ocultarlo, es una verdad que debería ponerse en la discusión para que toma más conciencia de esta tecnología.
Si llenáramos un edificio ineficiente con cientos de metros cuadrados de paneles, estamos importando una inmensa cantidad de emisiones embebidas para compensar un mal diseño.
Aquí radica el punto de inflexión sobre el futuro de la construcción sostenible, lo que emerge es un nuevo argumento: Estamos confundiendo la herramienta con la solución final.
Lo que planteamos es que la sostenibilidad empieza en el diseño, no en los paneles. Si se construye un edificio sin estrategias pasivas, sin pensar en bioclimática o en el confort, y simplemente lo llenamos de placas para conseguir un 'consumo cero', a eso no lo podríamos llamar sostenibilidad.
Es aquí donde el empeño de los arquitectos y diseñadores debe sobresalir. Pensar en la orientación correcta (según en qué lugar del mundo estes), la inclinación para evitar problemas con lluvias y con la radiación, el aislamiento térmico, entre otros conceptos deben ser la prioridad al momento de pensar y desarrollar construcciones. Un edificio bien diseñado requerirá menos energía (por ende, menos paneles), reducirá la huella de carbono total del proyecto.
Sin necesidad de sacrificar la estética del edificio. Tanto la funcionalidad como la belleza se pueden (y deben) combinarse para darle mayor valor a la construcción.
Como cualquier aparato electrónico, los paneles fotovoltaicos son víctimas de la obsolescencia y por ello su industria debe iniciar la gestión de ellos. La vida útil promedio de un panel ronda los 20 a 25 años.
Actualmente, el reciclaje de paneles solares es costoso y técnicamente complejo, pero es el campo donde se está librando la próxima batalla de la innovación tecno-ambiental. El futuro de esta energía depende de la transición hacia una economía circular.
Esta el caso de Cradle to Cradle (de la cuna a la cuna), fabricante que apuesta por la certificación. Como otros constructores su enfoque es buscar un diseño de paneles pensados desde el inicio para ser desarmados, permitiendo recuperar materiales valiosos, la materia prima finita, para reintroducirlos en la cadena de producción. La idea en general es convertir a los viejos paneles en bancos de materiales; lo llevaría a necesitar menor cantidad de materia prima y generar menos emisiones de gases de efecto invernadero.
En fin, la energía fotovoltaica es una herramienta increíble y muy necesaria. Es pieza clave en cualquier plan, a cualquier escala, de transición energética. Pero sin dejarnos engañar, llenar todos los techos con paneles no resolverá el problema ambiental, si debajo de ellos hay un edificio energéticamente ineficiente
Quizás el futuro de la energía, no esté tan enfocada en instalar los mejores paneles solares, sino en mejorar los diseños de edificios o cualquier otra construcción. Y que los paneles no sean los protagonistas de la obra sino sean complementarios a estos nuevos edificios más eficientes. Quizás debamos dejar de ver al Sol como la solución, y ver lo que nos rodea para encontrar la solución.

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