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Este momento exige humildad: no podemos salir de esta crisis con innovación tecnológica
Cambio Climático28/05/2021Estamos viviendo lo que los científicos llaman el Antropoceno, una nueva era geológica en la que los seres humanos se han convertido en la fuerza dominante que da forma al entorno natural. Muchos científicos fechan este nuevo periodo en el auge económico posterior a la segunda guerra mundial, la "gran aceleración". Este rápido aumento de nuestro control sobre la Tierra nos ha llevado al precipicio de un cambio climático catastrófico, ha desencadenado una extinción masiva, ha perturbado los ciclos del nitrógeno de nuestro planeta y ha acidificado sus océanos, entre otras cosas.
Nuestra sociedad ha llegado a creer que la tecnología es la solución. La electricidad procedente de fuentes renovables, los edificios energéticamente eficientes, los vehículos eléctricos y los combustibles de hidrógeno son algunas de las muchas innovaciones que esperamos que desempeñen un papel decisivo en la reducción de las emisiones. La mayor parte de los modelos de cambio climático más extendidos asumen ahora un cierto grado de "emisiones negativas" en el futuro, basándose en la tecnología de captura de carbono a gran escala, a pesar de que está lejos de estar lista para ser implementada. Y si todo lo demás falla, la historia dice que podemos hacer geoingeniería en la Tierra.
Pero el problema de esta narrativa es que se centra en los síntomas, no en las causas del deterioro medioambiental. Incluso si las tecnologías en las que depositamos nuestras esperanzas para el futuro dan los resultados esperados y no provocan muchos daños colaterales -ambas cosas son enormes suposiciones- no habrán cambiado nuestra mentalidad. Se trata de una crisis cultural y política, no de ciencia y tecnología. Creer que podemos innovar y diseñar para salir de esta crisis es perder la lección clave del Antropoceno: que tratar con procesos a escala planetaria exige humildad, no arrogancia.
Nuestra civilización se basa en el extractivismo, en la creencia de que la Tierra es nuestra para explotarla, y en la absurda idea de un crecimiento infinito en un territorio finito. Las posesiones materiales como indicadores de logro, el impulso de consumir por consumir y la ceguera ante las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones se han convertido en parte de la cultura del capitalismo global. Pero no hay nada evidente en estas cosas, como nos enseñan los pueblos indígenas.
Muchos grupos indígenas llegaron a conocer íntimamente su entorno natural y se mantuvieron durante milenios, a menudo a pesar de las duras condiciones. Llegaron a comprender los límites de lo que estos entornos podían soportar, y comprendieron que el cuidado del medio ambiente era al mismo tiempo un acto de autocuidado. Los isleños del Pacífico designaban zonas prohibidas en el océano para evitar la sobrepesca, mientras que los agricultores de gran altitud en los Andes se apoyaban en terrazas que reducían la erosión para cultivar. No es casualidad que hasta el 80% de la biodiversidad que queda en el mundo se encuentre en territorios habitados por pueblos indígenas.
Reconstruir la relación con nuestro planeta no significa abandonar los muchos logros de nuestra civilización. Algunas de nuestras innovaciones tecnológicas pueden ayudarnos a tratar los síntomas de la multicrisis medioambiental. Pero abordar las causas significa abandonar algunos de los supuestos en los que se basa nuestra sociedad actual: el crecimiento infinito, la instrumentalización del entorno natural y el especismo.
¿Qué significa esto en la práctica? Cambiar la mentalidad colectiva de una civilización exige un cambio de valores. Significa educar a nuestros hijos en la humildad y la conexión, en lugar de la vanidad y la individualidad. Significa cambiar nuestra relación con el consumo, romper el hechizo de la publicidad, las necesidades fabricadas y el estatus. Significa organizarse políticamente, generando la demanda de una política que vea más allá del estado-nación, y más allá de la vida de las generaciones actuales - Gales ya ha empezado, con su Ley de Bienestar de las Generaciones Futuras.
La pandemia de Covid-19 ha demostrado lo frágil y miope que es nuestra civilización. Si bien la tecnología ha desempeñado un enorme papel en la búsqueda de una salida a la pandemia mediante el desarrollo de vacunas, también ha puesto de manifiesto las limitaciones de la humanidad, ya que nuestras sociedades se paralizaron ante fuerzas de la naturaleza más poderosas que nosotros. Y nuestra caótica respuesta demostró que la destreza tecnológica no sustituye a un buen liderazgo político. Debemos enfrentarnos a la dura realidad de que, a pesar de todos sus logros, nuestra civilización es profundamente defectuosa. Se necesitará una reimaginación de lo que somos para resolver realmente esta crisis.
Fuente: Clima Terra (.org)
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