Reseña de «Confesiones de un ecologista en rehabilitación»

Los mitos son imprescindibles para los humanos a la hora de interpretar la realidad, pero a veces los mismos mitos que nos permiten entender el mundo son aquellos que nos ahogan, nos alejan de lo que debería ser nuestra forma de vida y nuestra manera de relacionarnos con el lugar donde vivimos

Noticias Generales16/06/2021
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En este libro Paul Kingsnorth realiza un repaso a algunos de los mitos que considera que han llevado a la crisis civilizatoria y ecológica que estamos viviendo y de la que no parece posible que vayamos a salir. Esta imposibilidad se debe en parte a la confianza que hemos depositado en estos mitos y fantasías, que nos impiden pensar la crisis y actuar en consecuencia.

Kingsnorth nació en Inglaterra en 1972 y ha sido editor de numerosas publicaciones como The Ecologist, OpenDemocracy o algunos textos de Greenpeace. También es cofundador del proyecto Dark Mountain, que se centra precisamente en repensar las narrativas que operan en la sociedad y que actúan como una venda sobre los ojos de sus individuos. Su primer libro fue One No, Many Yeses: A Journey to the Heart of the Global Resistance Movement (2003), una investigación sobre el movimiento antiglobalización. Sus libros han ganado numerosos premios tanto en ensayo como en novela.

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Lo que Kingsnorth busca con estas Confesiones es hacernos ver los límites que encontramos como sociedades a la hora de pensar nuestra relación con el mundo. Expone que debemos atender a los límites biofísicos que nos impone el planeta y que hemos de rechazar la idea de los seres humanos como criaturas todopoderosas que pueden “salvar el mundo”. Esto concuerda, como veremos más adelante, con el rumbo que ha tomado la vida del autor, que se retiró hace unos años a vivir al campo en la costa oeste de Irlanda. Pese a lo que solemos creer, nuestra civilización tiene límites que estamos rozando con los dedos y por eso Kingsnorth busca justo lo contrario: la “descivilización” (uncivilization) para repensar nuestros mapas mentales del mundo.

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Con un estilo directo, éste es un libro que cualquier persona que tenga un mínimo interés por los problemas que afrontamos como sociedades y en el papel de los movimientos sociales (y en especial el movimiento ecologista) puede leer sin dificultad. Kingsnorth consigue esta accesibilidad mezclando anécdotas personales con diversas disciplinas que abarcan desde la historia de la protección y destrucción de ecosistemas en Inglaterra hasta la carrera espacial, pasando por diversas consideraciones acerca de lo “sagrado” de la naturaleza, valiéndose de referencias literarias, científicas y antropológicas. Cada ensayo personal está enriquecido por píldoras de conocimiento que juntas forman un coro de voces para explorar los diferentes mitos que debemos destejer para poder pensar y actuar ante la crisis civilizatoria. 

Uno de los mitos del que Kingsnorth nos habla en esta obra es el del progreso y la tecnología. Llevamos muchos años confiando ciegamente en que la tecnología que está en la base de los problemas sistémicos es la misma que nos sacará de ellos. Hemos depositado una fe ciega en que habrá un futuro donde la tecnología nos salve de nosotros mismos, donde un avance científico será la llave para resolver la crisis civilizatoria. Es lo que llama la “fantasía de la salvación”, esa idea de que si la salvación no se da en este planeta se dará en el siguiente, de que hay otra Tierra esperando a la especie humana para acogernos con los brazos abiertos. Así, en vez de enfrentar los problemas que nosotros mismos hemos creado, confiamos en que las mismas lógicas que nos han traído hasta aquí nos saquen. Huimos en vez de luchar por lo que ya tenemos, porque “la solución no es cambiar nosotros, sino cambiar de planeta para poder repetirlo todo desde cero” (p. 52).

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Es evidente para Kingsnorth que encontrar la salvación dentro el marco socioeconómico actual es imposible, que debemos cambiar la lente a través de la cual miramos y entendemos el mundo si queremos salvarlo y sobre todo salvarnos a nosotros. Dentro del mito del progreso encontramos el problema de la crisis global de crecimiento, en la que sólo leemos el mundo en términos globales. Lo grande supera a lo pequeño, lo global rebasa a lo local, “la ciudad se come el campo” (p. 47).

Debido a la importancia que la tecnología ha cobrado en nuestras sociedades, los humanos nos sentimos como entes diferenciados de la naturaleza y el mundo no humano pasa a ser una colección de meros recursos de los que podemos disponer sin pensar en las consecuencias que esto tiene para nuestro hábitat, siendo así “la víctima de nuestro imperio” (p. 112). En contraposición con esa actitud, el autor roza cierto misticismo en su planteamiento, hay una reivindicación de la intuición frente al llamado “delirio racional”.

Todo esto lleva a una crisis del movimiento ecologista en el que se ha dado el fenómeno pinkwashing, por el que la apuesta por la sostenibilidad entendida de manera tecnocrática pasa a ser la prioridad de la lucha, en vez de ser capaz de articular relatos alternativos al marco socioeconómico capitalista-consumista. La sostenibilidad se convierte entonces en un elemento meramente reconfortante, que se traduce en un sentimiento de acción, de que estamos haciendo algo para solucionar el problema. Kingsnorth señala que esto es una ilusión porque la sostenibilidad “remite, en realidad, al mantenimiento de la civilización humana en el nivel de confort que los ricos del mundo -nosotros- consideran su derecho, sin acabar con el ´capital natural´ o los ´recursos básicos´ que se necesitan para ello” (p. 97).


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Paul Kingsnorth en su casa en el oeste de Irlanda


¿Qué se puede hacer frente a todo esto? La respuesta de Kingsnorth es sencilla y al mismo tiempo extremadamente complicada. Él aboga por una lucha alejada del activismo que pretende solucionarlo todo. Explica que el movimiento ecologista (o quizá habría que decir más bien “ambientalista”) está demasiado centrado en los números y las estadísticas, en el racionalismo y el cientificismo. Este viraje del movimiento se debe al deseo de encajar en las lógicas del poder y en el sistema capitalista que se ha ido extendiendo entre muchos activistas. Atendiendo a la concepción de los seres humanos como criaturas pequeñas, humanas, mortales, Kingsnorth prefiere centrarse en luchas concretas, en aquello que dependa del individuo y que le afecte directamente, porque creer que podemos pararlo todo es confiar demasiado en la efectividad del activismo político.

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Frente a ese ambientalismo tecnocrático, se propone una suerte de rearme cultural ecocéntrico. Es una apuesta por un desarrollo diferente, por otras formas de existencia que impliquen una especie de retirada de la vida de la metrópolis global y donde prime la sencillez rural. Es una apuesta por “construir refugios” (p. 195) donde no se considera a la naturaleza en función de su utilidad, ya que “todo cambio real comienza con una retirada” (p. 193).


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En familia durante una entrevista para un documental de VPRO.


Resulta evidente para cualquiera que lea este libro que Kingsnorth tiene una relación profundamente personal con su temática. No es un mero repaso analítico de estos mitos, sino que su exposición se realiza mediante historias personales y anécdotas. Kingsnorth quiere mostrar así que, aunque en ocasiones sintamos los problemas sociales o a gran escala como algo ajeno a nosotros, nos afectan de manera directa. El autor tiene una tesis propia sobre el estilo con el que transmite el mensaje: que las personas entendemos el mundo a través de historias, no de números y que una narración personal siempre será más efectiva que la exposición de una estadística. 

Desde los paseos de la infancia con su padre por las colinas galesas, hasta las protestas contra la destrucción de ecosistemas naturales en su país, esta colección de ensayos está plagada de historias reales, palpables, con las que nos podemos identificar. Acusa al activismo de haberse convertido en un pasatiempo de la burguesía en vez de en una verdadera cruzada por la conservación de nuestro hábitat. Empieza entonces su retirada personal. Pasa de escribir en los grandes medios de comunicación a retirarse a Irlanda, a una vida sencilla y mucho más rural de la que pude llevar en Londres, “apoyando la ofensiva contra los muros de las ciudadelas” (p. 363).

Fuente: 15-15-15 (.org)

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