En la Patagonia, protegió su nido de la basura y la contaminación y sorprendió a todos con su estrategia de supervivencia

El paso del humano por aquel lugar había dejado su huella de destrucción. Basura por doquier, autopartes, casquetes de bala -porque algunos usaban el espacio como coto de caza-, restos de fogones, materia fecal de perros y desmonte de vegetación

Biodiversidad29/06/2023Marcos BachMarcos Bach
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MARCOS BACH

En pocos años, la irresponsabilidad, el vandalismo y la desidia de quienes por allí habían pasado, habían transformado a playa El Pedral, en Punta Ninfa, a una hora hacia el sudeste de Puerto Madryn, en la boca del Golfo Nuevo, en una superficie gris, con poca vida y escasa esperanza para los animales.

En la Patagonia argentina, Playa Pedral se presenta como una gran acumulación de canto rodado, de piedras. En la zona hay mesetas que hacen las veces de tierras elevadas y forman acantilados. Donde la meseta desciende -unos 80 metros-, abunda una franja de vegetación autóctona, estepa, con arbustos bajos y pastizales. Y termina en el mar. Ese fue el lugar que una pequeña colonia de doce pingüinos había elegido para emplazar seis nidos. Corresponde a Puntas Ninfas, en el extremo sur de la boca del Golfo Nuevo. Desde ese paradisíaco lugar se alcanza a contemplar el otro lado del golfo, que es la Península Valdés.

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De basurero a refugio de vida

“Nos habían indicado que había pingüinos en ese lugar. Entonces fuimos. Vimos estas primeras parejas y primeros nidos, con lo cual ya era una colonia incipiente. Pero había un problema. Si bien el hábitat natural era ideal para los pingüinos, el hecho de que hubiera tanta gente arrojando basura, haciendo fuego cerca de los nidos, llevando perros y cazando, la colonia no iba a prosperar”, explica, en el diario argentino La Nacion, Pablo García Borboroglu, que trabaja desde hace décadas en distintas acciones para la protección de todas las especies de pingüinos del mundo y fundó la Global Penguin Society, una organización sin fines de lucro que recibe apoyo de National Geographic y Disney.

Junto a su equipo decidió que había que tomar cartas en el asunto. En primer lugar se propusieron asegurar un ambiente sano y seguro para los pingüinos. “Empezamos a hablar con los dueños de la propiedad sobre la necesidad de limitar el acceso a esta gente que se comportaba de esta manera. En ese entonces no había medidas que el Estado pudiera implementar. Por eso fue que, de alguna forma, tratamos de restringir el acceso a este lugar para que los pingüinos tuvieran éxito y volvieran”.

Con el tiempo, playa El Pedral se declaró Refugio de Vida Silvestre. El paso siguiente fue desarrollar un turismo de naturaleza, entonces eso aseguró presencia en el lugar y control de quienes y cómo ingresaban. Siguieron los estudios de investigación y las campañas de limpieza de plásticos, con cientos de chicos cada vez y festivales de educación. El Pedral comenzó a ser conocida como un lugar de acciones de conservación, de cuidado y de concientización.

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“Clarita se destaca entre el resto de los pingüinos”

Cuando comenzaron los esfuerzos por preservar el hábitat de la colonia de pingüinos, el equipo de García Borboroglu pudo identificar a la madre del primer pichón que nació en los primeros nidos en El Pedral, en el año 2009. La llamaron Clarita e identificaron como parte del grupo de pingüinos fundadores.

“Los pingüinos son animales gregarios, como los humanos. Lo esperado es que decidan hacer nido en zonas donde hay otros pingüinos. En los casos en los que deciden instalarse en nuevas zonas, suelen ser las hembras quienes exploran nuevas áreas y ambientes. Estimamos que Clarita tenía al menos cinco años la primera vez que se empezó a reproducir, por lo que hoy tiene al menos 20 años (los pingüinos viven unos 30 a 35 años). Es muy relajada y tranquila y no tiene problema con que uno se acerque al nido a estudiarlo. Clarita es muy segura de sí misma. Creo que por la personalidad que tiene, no se estresa con cualquier cosa. Realmente se destaca entre el resto de los pingüinos”, dice orgulloso.

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Aunque Clarita tuvo una pareja anterior que probablemente falleció en una de sus migraciones, actualmente hizo vínculo con alguien llamado Eduardo. La relación que tienen es como el de todas las parejas de pingüinos: se encuentran todos los años en el mismo nido y pasan la temporada juntos. Además, sincronizan sus ciclos: cuando ella está en el nido, él va a comer y trae comida para los pichones, y así durante tres meses. Cuando finaliza la temporada reproductiva, cada uno migra por su cuenta: algunos llegan a recorrer hasta 6.000 km.; viajan hasta el sur de Brasil y regresan.

Los expertos en vida marina aseguran que en su rol de madre Clarita es excelente Y su pareja también lo es como padre: los pingüinos no pueden criar a sus pichones solos. Alguien los tiene que cuidar cuando ellos están en el mar. Por eso, tienen esta estrategia de monogamia durante la temporada.

“Fue la primera vez que vimos algo así”

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Clarita es muy buena, esa seguridad que tiene también la transmite en la captura de alimento y en transferir alimento a los pichones. A veces se cae el pez al piso y los pichones no lo recogen, y se pierde. Entonces es muy importante que los padres sepan transferir la comida y que la traigan a tiempo. En eso ha sido excelente, y ella ha criado muchísimos pichones hasta ahora, calculamos que 17 hasta el momento.


La inteligencia de Clarita no se limita a aspectos de la crianza de los pichones. Hace unos años hubo una gran inundación en el Pedral. Cuando el terreno quedó cubierto por agua y barro, muchos huevos se perdieron ya que perdieron temperatura. Clarita recolectó muchísima vegetación -tanta que los investigadores presumen que fue una estrategia que llevó a cabo con su pareja- y creó una especie de colchón para ubicar a sus huevos encima y evitar que estos entraran en contacto con el agua. Sus pichones nacieron sin problema porque pudo mantener la temperatura apropiada. “Esto no es algo que ocurra normalmente, fue la primera vez que lo vimos”.

“El disturbio humano es un problema”

Desde el sur del país, los investigadores aseguran que es de vital importancia dar a conocer la historia y la vida de Clarita. “Ella sufre las mismas consecuencias que todos los pingüinos: problemas con pesquerías, con petróleos, con plásticos y el disturbio humano. Y todo el cambio climático cambia la disposición del alimento. Entonces ayudando a Clarita uno ayuda a muchísimos pingüinos y a muchísimas otras especies que conviven con ellos. ¿Cómo hacerlo? Empezando por evitar el uso de plásticos descartables, usando más eficientemente la energía, el agua, la electricidad y el gas. Y también, tratando de chequear que todo lo que compramos tenga un origen sustentable y un destino sustentable. Somos 8 mil millones de personas, si cada uno hace una parte, no hay que hacer todo, hay que hacer un poco. Porque si todos hacemos un poquito podemos mejorar muchísimo el Planeta”.

En este momento, el equipo liderado por García Borboroglu está trabajando con el gobierno para expandir su campo de acción y hacer un área protegida en toda el área de 600 mil acres. Gracias al esfuerzo diario, la colonia que empezó con seis nidos hoy supera los 8.000 pingüinos. “Esto va a proteger no solo pingüinos, sino también orcas, ballenas, lobos marinos elefantes; toda la fauna terrestre y muchos recursos culturales. El tema del disturbio humano es un problema”.

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