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Investigadores de la FAUBA analizaron 10 cadenas de valor alimenticias, para medir el desperdicio de alimentos. Las mayores pérdidas se detectaron en precosecha y cosecha
Alimentos y Tóxicos27/05/2024Marcos BachA nivel mundial, la FAO estimó que un 30% de los alimentos que se producen no se llegan a consumir. En un mundo en el que millones de personas aún sufren hambre, suena a un despropósito.
En este contexto, muchos países buscan generar herramientas para revertir esta situación y en el caso de Argentina, cuenta con un Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos.
Explican en InfoCampo que el mismo está conformado por una amplia red de de ONG, empresas, universidades y gobiernos locales, entre otros actores.
En este espacio, la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) desarrolló una metodología para conocer en detalle el impacto del problema a nivel nacional.
Para tomar dimensión de esta problemática, analizaron 10 cadenas agroalimentarias estratégicas.
En una primera aproximación detectaron que las pérdidas serían cercanas al 30% en manzana, tomate y naranja y menores al 10 % en arroz, carne bovina, girasol y trigo.
Uno de los grandes desafíos a nivel productivo es alimentar a una población mundial creciente. Sin embargo, una gran cantidad de los alimentos que se producen no se llega a consumir. Por eso, desde hace diez años, en todo el mundo se investiga cómo podemos reducir las pérdidas y los desperdicios de alimentos.
señaló Mariano Villani, Coordinador General del Programa de Agronegocios y Alimentos de la Fauba.
Y agregó: “Nuestro país es pionero en el tema, en 2013 se creó un espacio para tratar este problema en el Ministerio de Agricultura y en 2018, el Congreso lo convirtió en Plan Nacional”.
Si se considera a la producción de alimentos como una cadena, las pérdidas son las mermas que se presentan en el campo, transporte, almacenamiento, industrias y el comercio mayorista.
Cuando ocurren a partir de la instancia mayorista -en el comercio minorista, en los hogares, hoteles o restaurantes— se habla de desperdicios.
En 2015 y a través de aplicar metodologías internacionales, se estimó que en la Argentina se perdía o desperdiciaba un 12,5% de los alimentos producidos. El equipo de Agronegocios de la FAUBA ajustó los cálculos globales a la realidad nacional, y desarrolló una metodología que incorporó las pérdidas desde la producción en los campos.
Para el análisis, se tomaron como base las cadenas de valor de trigo, girasol, arroz, naranja, manzana, tomate, papa, carne bovina, leche y azúcar. En esta estimación preliminar, los resultados fueron heterogéneos: se registraron hasta un hasta un tercio de pérdidas en las cadenas de manzana y tomate, y un cuarto en naranja. En tanto, arroz, girasol, carne bovina y trigo mostraron porcentajes menores.
Junto con actores de esas diez cadenas, se identificaron los segmentos en los que ocurren grandes porcentajes de pérdidas.
A nivel precosecha, los factores climáticos y las enfermedades son muy importantes. En la cosecha, se ven ineficiencias y falta de tecnología adecuada. Los precios bajos son claves también. Por ejemplo, en ocasiones, se decide no cosechar los tomates o tirarlos, por no llegar a cubrir sus costos comerciales.
En la producción hortícola se pierde mucho en el almacenamiento o el transporte, ya que no todos los productores poseen cámaras o transportes refrigerados que permitan extender la vida útil de los alimentos.
Villani destacó que el equipo de Agronegocios de la UBA también trabajó con 30 municipios argentinos, para impulsar planes estratégicos de reducción de pérdidas y desperdicios de alimentos.
“Las características particulares de cada localidad nos lleva a enfrentar el problema con medidas concretas, considerando la lógica local. Si un municipio tiene al turismo o a la gastronomía como sector productivo preponderante en su economía, nos enfocamos en disminuir los desperdicios de los restaurantes u hoteles”, sostuvo.
Como parte de las estrategias, se llevan adelante capacitaciones, planes de comunicación e incentivos a las buenas prácticas. También es posible diseñar recetarios que incluyan partes de alimentos que no se suelen consumir como hojas de remolacha o pencas, entre otras.
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