Enfriando el planeta. Desde el campo y la mesa

Propuestas desde la agroecología para luchar contra el cambio climático en la agricultura mediterránea

Alimentos y Tóxicos 19/08/2021
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El cambio climático nos plantea dos grandes retos: la mitigación,  que trata de atajar las causas reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero, y la adaptación, que trata de hacer frente a sus consecuencias inevitables. La producción de alimentos está en medio de esa encrucijada, al ser la actividad humana que más contribuye a las emisiones y la más vulnerable a los efectos del cambio climático. En nuestro contexto de agricultura mediterránea los retos se agudizan por la dependencia de insumos y la amenaza de la desertización. ¿Cómo podemos enfrentarlos? Encontramos muchas respuestas en la agroecología.

La agroecología huye de los reduccionismos que tratan de maximizar una sola variable a costa de todas las demás, ya sean los rendimientos o la mitigación del cambio climático. Por el contrario, propone un enfoque holístico que apuesta por prácticas que supongan sinergias entre los múltiples componentes de la sostenibilidad. En el caso de la lucha contra el cambio climático en la agricultura mediterránea, un reto es identificar las prácticas de la agricultura ecológica que, además de los beneficios que ya ofrecen, también pueden contribuir a la mitigación y/o adaptación al cambio climático.


Los suelos desnudos tan comunes en los barbechos pueden ser el anticipo del desierto.


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CUIDAR EL SUELO PARA CUIDAR EL CLIMA

Los suelos desnudos, tan comunes en los barbechos de cultivos herbáceos, o en los cultivos leñosos como el olivar, no son solo similares a los desiertos, sino que en nuestras latitudes pueden ser el anticipo del desierto. Cuando un suelo no está cubierto por vegetación o restos orgánicos, pierde materia orgánica, que es la base de su fertilidad. Pero además, la materia orgánica del suelo es clave tanto en la mititigación como en la adaptación al cambio climático.

En primer lugar, porque supone un almacén de carbono (existe el doble del carbono en el suelo que en la atmósfera), un carbono que cuando se mineraliza se emite en forma de CO2. De igual modo, cuando el suelo gana materia orgánica, porque ha aumentado su cobertura, se han incrementado los aportes o se han limitado las pérdidas por laboreo o erosión, actúa de sumidero de carbono, es decir, “secuestra” carbono, y esta función tiene un enorme potencial de mitigación. De hecho, con el manejo adecuado, el CO2 retirado por el secuestro de carbono puede llegar a ser mayor que todas las emisiones, llevando a una agricultura neutra en carbono, algo que ya ocurre por ejemplo en la olivicultura ecológica.

Y en segundo lugar, la materia orgánica también es clave porque mejora las propiedades físicas del suelo: puede absorber el agua más rápido, almacenarla en mayor cantidad, resistir mejor la erosión... En definitiva, aguantar mejor, ser más resiliente a los cambios en el clima como sequías o lluvias torrenciales.

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MILES DE ALIANZAS EN LA LUCHA

La industrialización agrícola ha supuesto la simplificación a veces extrema de los sistemas agrarios españoles, algo que los coloca en muy mal lugar para afrontar el cambio climático, porque la clave de la resiliencia climática es la diversidad. A nivel regional o estatal, diversificar significa tener millares de variedades locales adaptadas y coevolucionando con los climas locales, en lugar de un puñado de variedades comerciales. A escala de finca, diversificar es usar, además de variedades locales, rotaciones complejas, cubiertas vegetales, setos con especies autóctonas y otras muchas propuestas.

La diversificación de la producción, además de mejorar el funcionamiento de las redes ecológicas del agroecosistema (reduciendo la incidencia de plagas, mejorando el uso de nutrientes, etc.),mejora la capacidad del sistema de almacenar carbono, ya que las rotaciones promueven la acumulación de carbono en el suelo, y los setos y elementos arbóreos lo acumulan en sus troncos y ramas (que además de cumplir este servicio, también pueden servir de combustible y otros muchos usos).

CONSTRUYENDO LA SOBERANÍA ENERGÉTICA EN LA AGRICULTURA

La agricultura ecológica reduce el uso de energía fósil. En este tipo de agricultura sin fertilizantes ni pesticidas de síntesis, el consumo directo de energía (combustibles y electricidad) es el principal insumo no renovable. Los combustibles fósiles no son solo un recurso no renovable y contaminante, sino que además se producen a miles de kilómetros de distancia en condiciones que no controlamos. Las medidas de ahorro de combustible como la reducción del laboreo, pero también la realización manual o mediante tracción animal de ciertas tareas, pueden contribuir a reducir las emisiones asociadas al uso de energía fósil y la dependencia de este recurso.

En este sentido es importante considerar la posibilidad de producir en la propia finca o cooperativa la energía que necesitamos consumir. La autoproducción de biodiésel o bioetanol son algunas alternativas al gasóleo agrícola, que además generan subproductos que pueden emplearse para alimentación animal. La energía eólica y solar son generalmente buenas alternativas para la irrigación y para las necesidades de energía eléctrica de la finca. También son interesantes los métodos de aprovechamiento de la biomasa residual como la producción de biogás o la pirólisis. Esta última es la descomposición de la biomasa con calor en ausencia de oxígeno. Se realiza mediante una variedad de métodos que van desde la producción tradicional de carbón vegetal hasta modernos sistemas que pueden producir gas, combustible líquido y carbón. El carbón vegetal (biocarbón o biochar) puede usarse para mejorar el suelo y secuestrar carbono.

Sin embargo, debe rechazarse frontalmente la producción de “biocombustibles” para el mercado, ya que significa la competencia entre alimentos para las personas y alimentos para los automóviles, además de que generalmente aumentan, en lugar de reducir, las emisiones por su escasa eficiencia y su impacto sobre la deforestación.

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PRODUCIR AQUÍ CON MEDIOS DE AQUÍ

La ganadería representa más del 80 % de las emisiones de la producción agropecuaria española y se sustenta mayoritariamente de piensos con proteínas importadas del exterior, sobre todo la soja que llega del del Cono Sur de América Latina (anualmente se importa tanta proteína en forma de piensos como la que produce toda nuestra agricultura). Por lo tanto, la relocalización de la producción agropecuaria española implicaría la eliminación de esas importaciones y por tanto de las enormes emisiones asociadas a ellas, pero también la reducción de la cabaña ganadera actual (y de sus emisiones asociadas).

UN CARRO DE COMBATE CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO

La transición a una agricultura ecológica (sin insumos químicos) y local (sin insumos importados), provocaría una reducción de la producción agropecuaria española y en especial de los productos animales. Por tanto, esta apuesta lleva implícita la necesidad de reducir (fuertemente) los niveles de consumo de productos animales, algo que en realidad no perjudicaría nuestra dieta, sino que nos colocaría en niveles de consumo más similares a la “dieta mediterránea” y mucho más saludables que los actuales.

Por otro lado, la mayor parte de la energía fósil consumida en el sistema agroalimentario español no se consume en la agricultura sino en fases posteriores de la cadena: procesado, transporte, envasado, comercios y hogares. Es por tanto fundamental, para tener una alimentación que enfríe el planeta, consumir en lo posible productos que sean mayoritariamente vegetales, ecológicos y de temporada, pero que además sean locales, estén poco procesados, comercializados a granel, y almacenados y cocinados eficientemente.

Por último, el desperdicio de alimento, que en Europa alcanza niveles cercanos al 30 %, supone la necesidad de cultivar más tierra y la generación de emisiones a lo largo de la cadena agroalimentaria que podrían ser evitadas. Pero además supone la generación de residuos orgánicos que se gestionan mayoritariamente en vertederos donde emiten grandes cantidades de metano. Estas emisiones podrían evitarse reduciendo el desperdicio de alimento y gestionando lo que sea inevitable tirar con métodos, como el compostaje, que conllevan bajas emisiones y además los revalorizan para uso agrícola, donde contribuyen al secuestro de carbono y a mantener la fertilidad cerrando los ciclos de nutrientes.

En conclusión, la transición agroecológica tiene un alto potencial de mitigación y adaptación al cambio climático, pero debe estar acompañada por cambios en el sistema agroalimentario y en los patrones de consumo para desarrollar este potencial en su totalidad. Entre todas, consumidoras y productoras, debemos aliarnos para cambiar este modelo alimentario que calienta nuestro planeta, y las políticas públicas que nos han llevado a él.


¿Si no importamos soja, tendremos menos actividad ganadera?

La propuesta de reducción de la cabaña puede causar reticencias por sus impactos socioeconómicos. Sin embargo, esta reducción no tiene por qué suponer un declive de la actividad ganadera en nuestro país, bien al contrario, la alternativa son los sistemas extensivos, que requieren más mano de obra y una relación más directa con el territorio. En la actualidad una gran parte del territorio español está compuesto por pastizales y matorrales abandonados donde la biomasa se acumula peligrosamente en los meses calurosos, incrementando el riesgo de incendios (y sus emisiones asociadas). Todo ese territorio se beneficiaría enormemente de la vuelta de los rebaños, que contribuirían a recuperar el equilibrio ecológico. La reanudación, a niveles sostenibles, de este y otros usos del monte, como la recolección de plantas y frutos silvestres o de leña, proveería de importantes recursos a nivel local, reduciendo la presión sobre nuestros sistemas agrícolas y sobre las selvas del Sur, así como la dependencia de los recursos fósiles, a la vez que contribuiría a recuperar la diversidad y vitalidad del mundo rural.

Fuente: Soberania Alimentaria (.info)

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