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A una década de la firma del Acuerdo de París, esta cumbre tiene la presión de pasar de los compromisos a la acción concreta, especialmente en la esfera del financiamiento
Politicas Ambientales20/10/2025
Marcos Bach

La 30ª Conferencia de las Partes (COP30) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebra en Belém, en el corazón de la Amazonía brasileña, representa una encrucijada crucial para la acción climática global. Las expectativas, como el clima polarizado que intenta conciliar, se podría dividir en tres grandes corrientes: el optimismo del cambio inminente y la ciencia como solución absoluta; el pesimismo de los escépticos, de los lobbistas y las comunidades vulnerables; y el pragmatismo de quienes buscan imponerse al conseguir resultados tangibles.
Desde esta óptica, la COP30 en Belém es una oportunidad única para reenfocar la agenda climática con soluciones basadas en la naturaleza y un multilateralismo renovado, impulsado por el Sur Global.
El optimismo se centra en la posibilidad de acordar un Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado (NCQG) de financiamiento climático, superando la antigua y fallida meta de 100 mil millones de dólares anuales. El escenario, en el bioma amazónico y lejos de la comodidad de las ciudades, obligaría a poner en valor la conservación y los servicios ecosistémicos. Se espera que Brasil impulse mecanismos innovadores, como un fondo para recompensar la conservación de los bosques en pie (similar al Tropical Forests Forever Fund), que podrían abrir nuevas fuentes de ingresos, más allá de las donaciones tradicionales.
En cuanto a Pérdidas y Daños, el optimista espera ver la plena capitalización y operativa del fondo acordado en COP29, con contribuciones significativas y no solo simbólicas de los países desarrollados. Esto enviaría una señal clara de solidaridad y responsabilidad histórica.
La celebración en un país con una matriz energética relativamente limpia (en electricidad) y con el rol de "puente" entre economías emergentes y desarrolladas, eleva la expectativa de que se refuercen los Compromisos Nacionalmente Determinados (NDCs).
El optimismo se sostiene en el argumento del bloque BRICS (con China e India como potencias económicas) y el Sur Global, que podría usar la COP30 para impulsar sus demandas de justicia climática. La presencia masiva de la sociedad civil, pueblos indígenas y científicos de la Amazonía será vista como un motor de ambición y soluciones desde la base.
Para el pesimista, la COP30 no será más que otra cumbre de declaraciones y promesas vacias que fracasará en afrontar las causas estructurales de la crisis. La Amazonía, en lugar de ser una inspiración, será simplemente el telón de fondo y nulo valor para las negociaciones y discusiones.
El escepticismo domina el tema del financiamiento. Se describen a el NCQG como insuficiente, basado en una "contabilidad creativa" y préstamos en lugar de subvenciones. El temor es que se acuerde una cifra ambiciosa, pero que nunca se materialice, perpetuando el incumplimiento histórico.
El Fondo de Pérdidas y Daños es visto como una caja vacía o un mecanismo burocrático de difícil acceso. La ausencia de un compromiso firme de Estados Unidos, o la influencia de un país como Argentina que ha mostrado posturas negacionistas, podría debilitar la voluntad colectiva. La justicia climática seguirá siendo una promesa.
El pesimista no ve voluntad política real para un cambio de rumbo en las emisiones:
El pesimista señala que el multilateralismo está en crisis. La presencia de potencias con intereses extractivistas o la ausencia de líderes clave (o delegaciones con bajo nivel de ambición) de países con gran peso geopolítico (como Estados Unidos o China, dependiendo de su retórica) socavará los resultados. Además, los altos costos de hospedaje y logística en Belém podrían limitar la participación de la sociedad civil y periodistas independientes, debilitando la presión externa.
El realismo se sitúa entre el entusiasmo y la resignación. La COP30 no será un fracaso total, pero tampoco el punto de inflexión épico que muchos desean. Los avances y los compromisos serán incrementales y estarán marcados por la geopolítica de la crisis.
El resultado más probable es un NCQG que establezca una cifra más alta que la de París (quizá $300 mil millones), pero sin un mecanismo de contribución obligatorio y con ambigüedad en la definición de "financiamiento climático" (incluyendo préstamos).
Para Pérdidas y Daños, el realismo anticipa que el fondo estará parcialmente operativo pero con recursos limitados inicialmente. El verdadero éxito se medirá en un proceso claro y simplificado para que los países y comunidades vulnerables (especialmente los pequeños estados insulares y los países menos adelantados) puedan acceder a los fondos sin trabas burocráticas excesivas.
La ambición se mantendrá en un nivel intermedio:
El éxito dependerá del liderazgo de Brasil como articulador entre el Norte y el Sur, y de la cohesión del G77 y China para mantener la presión sobre el financiamiento. Los grandes contaminadores que opten por la retórica vacía serán expuestos, pero el multilateralismo se mantendrá tensionalmente unido, reconociendo que no hay alternativa a la cooperación. La gran contribución de Belém será llevar las demandas de la Amazonía y sus pueblos al centro de la conversación global, forzando un enfoque más holístico e inclusivo del financiamiento climático.
En Conclusión: La COP30, en un lugar tan simbólico como Belém, tiene el potencial de ser la cumbre de la implementación. Sin embargo, la historia demuestra que el camino de la diplomacia climática está plagado de realidades geopolíticas. El mundo no espera milagros, sino acciones tangibles en la chequera y en la ambición de sus compromisos.

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