Día Mundial del Agua: por qué se conmemora y cuáles son las recomendaciones para cuidarla
Al día de hoy, más de 2000 millones de personas viven todavía sin acceso al agua potable
Se predice que para 2050 tres cuartas partes de la población mundial serán urbanas. En 2050 se estima que el consumo mundial de agua dulce sea al menos un 40% superior que el actual. Según otro estudio, también para estas fechas hemos de esperar 700 millones de refugiados climáticos.
Es la crisis del agua. El resultado del cambio climático que se espera. Como describen en Xataka, la realidad tangible ya para parte de la población india, sudafricana, mexicana y australiana.
Ciudad de México, otrora un gran lago donde construyeron su civilización los aztecas, vive hoy las consecuencias de una gran paradoja. La construcción del Gran Canal de Desagüe era antes motivo de orgullo, y hoy de una enorme problemática: el agua viaja cada día con menos fuerza por más de 100 kilómetros de distancia para abastecer una región rica en ciénagas en su subsuelo. O al menos así lo ha sido durante siglos, antes de que estas bolsas internas empezaran a drenarse rápidamente. A consecuencia de esto la ciudad, literalmente, se hunde, el problema se agrava y nadie quiere enfrentar el problema.
A los habitantes de las ciudades el acceso incontrolado al agua corriente nos parece algo natural y consustancial a la vida. La gente del distrito de Xochimilco sabe que no es así. El racionamiento del agua es idéntico al de algunas de las peores regiones africanas, de 20 a 50 litros de agua al día por persona, niveles de escasez que retrotraen la calidad de vida 80 años atrás. La media diaria española actual es de 130 litros diarios. Poner una lavadora es desechar 70 litros en un solo uso.
A sus ciudadanos se les pide reutilizar el agua de la colada, no tirar de la cadena del váter después de cada uso o no usar productos químicos cuando vayan a lavarse en aguas públicas. Muchos de los 21 millones de ciudadanos de Ciudad de México ya carecen de acceso al agua a todas horas del día.
Es una infraestructura disfuncional, que no aprovecha las cuantiosas lluvias del valle (mayor número de precipitaciones anuales que las que tiene el mismísimo Londres) y que se está poniendo remedio en este aspecto. Pero el cambio no basta: en otras regiones del país el problema del acceso al agua no viene por su escasez, sino por sus altos niveles de contaminación.
Ciudad del Cabo tiene ya fijado en el calendario su particular Día Cero. Será el próximo 11 de mayo. A partir de ese momento, según sus cálculos, las presas sudafricanas habrán agotado sus reservas y habrá que cerrar los grifos. La ciudad vive ya bajo un racionamiento estricto de 50 litros por persona bajo multas de hasta 700 euros, pero el futuro árido es inevitable. Todas las personas tendrán que hacer fila en uno de 180 puntos de agua localizados por toda la ciudad para recibir su ración de 25 litros de agua al día.
Las menguantes arcas del Estado ya han indicado que no podrían hacer frente a la crisis de forma inmediata ni invirtiendo de golpe seis veces el presupuesto anual del Departamento de Agua y Saneamiento. Simplemente necesitan tiempo, un mínimo de diez años para extraer el agua de los acuíferos. Más que suficiente como para que la mitad de la población huya de la ciudad y genere una debacle financiera, como toda gran urbe de la que depende buena parte de la economía de todo el país.
Estos son los tres ingredientes para la tormenta perfecta del futuro sediento. Ciudad del Cabo y México son dos de los ejemplos inmediatos sobre los que más literatura se ha escrito, pero las previsiones apuntan a que a la pareja le sigan otras cruciales urbes como también:
Es decir, cientos de millones de personas sin un acceso al agua constante y garantizado.
Para explicar la crisis hidráulica de cada zona hay que atender a errores multifactoriales entre los que encontramos problemas de reservas, sequías, polución, desechos sin tratar y crecimiento poblacional. Es decir, distintas negligencias humanas en la previsión y planificación del futuro de cada ciudad de las que hay que responsabilizar a los Gobiernos locales actuales y previos.
Lo hemos visto venir poco a poco, cada año que se reduce y retrasa la temporada de lluvias por todo el planeta mientras las inundaciones o los tsunamis desbarataban esas mismas regiones. Esta va a ser la nueva normalidad climática y nuestros sistemas de recogida y distribución de aguas de las últimas décadas no servirán de mucho.
El problema con el agua es que no somos conscientes de cuánto la necesitamos hasta que ya no podemos acceder a ella. De este líquido depende la vida. Si sólo tenemos unos pocos litros diarios, también perdemos la cordura y la seguridad social. No por nada el término que usa el Pentágono para el cambio climático es “multiplicador de amenazas”: como reveló un informe de la Universidad de Columbia, en las zonas en las que disminuyen las lluvias “el riesgo de que los conflictos menores crezcan para convertirse en guerras a gran escala se duplica aproximadamente al año siguiente”.
La cara más amable son los saqueos y las confiscaciones de camiones cisterna, como ocurrió durante la sequía que vivió Sao Paulo por parte de grupos desesperados de población en 2012. Pero desde el Pacific Institute han estudiado las relaciones entre agua y guerras.
Sus indicaciones van más allá: entre 2007 y 2010, en el momento en el que Siria y Yemen experimentaron unas de las peores sequías de su historia, los conflictos con Estados Unidos produjeron la debacle agricultora y ganadera del país "cuyo efecto fue diezmar comunidades rurales y expulsar a cientos de miles de personas de las tierras y llevarlas a las ciudades sirias, donde fueron marginadas", explicó Peter Engelke, investigador del Atlantic Council. La falta de agua y de un futuro radicalizaba a la población.
Lo mismo han opinado otros colegas, que encuentran conexiones entre la falta de recursos hídricos y los civiles que se echan a los brazos de Boko Haram o Al-Shabaab. Este tipo de tensiones se extienden a otros muchos puntos del territorio mundial.
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