Dónde empiezan los residuos textiles y cómo terminar con ellos

"Tenemos demasiado de todo: demasiada ropa, demasiadas colecciones", manifestó recientemente Jean Paul Gaultier

Moda Sustentable e Industria de la Moda 15/12/2021
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Así, el reconocido diseñador francés aludió a los desbordes de producción y a cuán escandaloso le parece que haya marcas que incineren la vestimenta que no se vende. La de Gaultier no es la única voz que pone en agenda el tema de los productos textiles.

Cada vez son más los países que están repensando qué hacer con la ropa y las telas que se tiran a la basura. Ya en el 2018 la Unión Europea estableció que el objetivo hacia el 2025 es lograr la recolección selectiva de ese tipo de desechos. Además, este año, en Francia, se presentó un proyecto de ley que establece que la indumentaria, los zapatos y la ropa para el hogar no podrán ser destruidos y que, a partir del 1 de enero del 2020, deberán regirse bajo la Responsabilidad Ampliada del Productor (RAP), también conocida como Responsabilidad Extendida del Productor (REP).

Esto implica que quienes hacen los productos tienen que garantizar la posterior gestión de los residuos que vayan a generar.

Lo cierto es que el volumen de los desechos textiles está directamente relacionado con las cifras exorbitantes de esta industria. Según Greenpeace, el negocio de la moda genera 3 billones de dólares y produce más de 80 mil millones de prendas al año. El crecimiento es consecuencia de los cambios estructurales en la cadena de valor que busca reducir al máximo los costos para vender a precios muy bajos. Esto hace que se compre un 400% más de ropa que hace 20 años.

En este contexto, Lorena Pujó, responsable de Economía Circular del Círculo de Políticas Ambientales, refiere a la obsolescencia de "moda" o "estilo". La relaciona con las campañas de las empresas que incentivan a reemplazar aparatos, productos o ropa que están en perfecto estado pero "fuera de moda". Considera que se hace hincapié "en lo que se llama moda rápida o ‘fast fashion’, es decir; grandes cadenas que ya no lanzan campañas estacionales de verano e invierno, sino varias por estación para que la gente renueve permanentemente y los ciclos de vida sean cada vez más cortos".

Ante este panorama son dos las cuestiones centrales para resolver: qué se hace con la ropa que no se comercializa y qué destino tienen las prendas que los consumidores descartan después de usarlas e incluso sin haberlo hecho.

Descartes locales

"En la Argentina hemos avanzado poco y nada en lo referente a la gestión de los residuos en general y de los textiles en particular. Todavía no contamos con el principio de la Responsabilidad Extendida del Productor ni sistemas de gestión específicos para ciertas corrientes de residuos domiciliarios o especiales de generación universal como los envases o los electrónicos, tampoco para textiles. Si bien la REP es un principio ya vigente en varios países, incluso de la región, en Argentina está siendo resistido", dice Juan Carlos Villalonga, diputado nacional (PRO-Cambiemos) quien cuenta con amplia experiencia en temas de sostenibilidad.


Se descarta ropa que se usó muy poco, retazos sobrantes y gran cantidad de prendas nuevas que no se llega a vender.


Según el Ministerio de Ambiente y Espacio Público, la ciudad de Buenos Aires genera alrededor de 7.300 toneladas de residuos por día, de los cuales cerca del 80% recibe tratamiento. En este sentido, la CABA cuenta con un Centro de Reciclaje con cinco plantas destinadas a materiales que provienen de: grandes generadores (orgánicos), de las comunas (restos de poda), de las obras (restos áridos) y de las cooperativas (PET y MRF). En cuanto a los textiles, la única tela recolectada por los puntos verdes según la Agencia de Control Ambiental (APRA) es la friselina, que al estar hecha en su totalidad con polipropileno se puede fundir y reutilizar. Esto tiene que ver con que ahora el foco está en la recolección de plásticos dado el gran caudal que se genera en la ciudad. Todavía no hay un programa especialmente destinado a la recuperación de textiles.

Para Pujó el modelo de la "economía lineal" está en crisis y el imperativo es ir hacia una "economía circular": la que se basa en extender al máximo el uso de un producto tratando de no generar residuos, y si estos existen, se reincorporan al sistema productivo.

¿Soluciones?

Los descartes textiles pueden ser reciclados: pasan por un proceso industrial y toman vida en nuevas telas. A eso se suma otra opción que es usarlos para desarrollar prendas. Tal cual lo hacen marcas como Juana de Arco que trabaja con sus propios desechos y Cosecha Vintage que reutiliza nylon de medias en desuso. O el caso de Slow Couture, el estudio textil sostenible montado por la diseñadora Giselle Turdo en Venado Tuerto, Santa Fe, para reusar el descarte de las industrias de la zona tanto en lo que refiere a telas como a plásticos con el propósito de desarrollar nuevos productos. Ya diseñó chalecos y mochilas, y está trabajando además con el Concejo Deliberante de esa ciudad para lograr una ordenanza que garantice el destino de este tipo de residuos. También existe el uso de material de prendas ya existentes para desarrollar otras nuevas, el denominado upcyling llevado a cabo por emprendimientos como Reinventando de la diseñadora Lucila Dellacasa que a partir de camisas en desuso diseña y confecciona pijamas, entre otras prendas.

Hay algo más: las prácticas de recupero pueden traer aparejada o amplificar otra problemática. Por eso es fundamental considerar cómo están hechos los textiles. En el año 2011, Greenpeace comenzó la campaña Detox para terminar con la contaminación de la en ríos y océanos. Interpeló a las empresas de moda responsables -a diferente escala- de de verter sustancias químicas en el medioambiente. En el informe "Destino Zero: siete años desintoxicando la industria de la moda", difundido en el 2018, la organización reconoció avances significativos, no obstante el 85 % de la industria aún está lejos de la contaminación cero.


El consumo crece: actualmente se compra un 400% más de piezas de indumentaria que hace 20 años.


El gran dificultad a resolver es la celeridad del sistema de producción de la indumentaria, la rapidez con que pasa de una tendencia a la otra en nombre de la "moda rápida". La organización ambientalista prevé que, de 62 millones de toneladas de ropa consumidas en el 2017 se llegará a 102 en el 2030, un 63% más. Esto hay que leerlo también en términos del impacto que pueden tener las fibras de poliéster incluso cuando todavía son parte del vestuario de un usuario. Así es que las sustancias químicas peligrosas deben ser eliminadas desde el momento de la fabricación de una prenda. De otro modo, el reuso no sería del todo sostenible porque provocaría una nueva circulación de elementos tóxicos. Es en la etapa de diseño donde se toman decisiones clave que derivarán en qué tipo de residuos finalmente tendremos, en qué cantidad y qué uso posterior podrán tener, explica Villalonga. Por eso es fundamental "trabajar desde el inicio del proceso extendiendo la responsabilidad de los productores en el destino final de sus propios productos", concluye.

No es una produccion propia, la fuente es el Diario La Nacion (Argentina)

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